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Marcela Loaiza, colombiana, victima de Trata y Trafico de Personas durante 18 meses, llega a Bolivia para relatar su historia fuera de todo relato numérico que la convierta en una más.
La presencia de Marcela en el país se da en el marco de la realización del IV Congreso Latinoamericano de Trata y Trafico que se realizo recientemente en la ciudad de La Paz.
Entrevista con Marcela Loaiza
Marcela Loaiza sabe que es guapa, pero nunca imaginó que esa belleza le ocasionaría tantos problemas. El más grave, convertirse en víctima de trata.Además de su hermosura influyeron otros factores: el azar, las necesidades económicas y la inocencia. Tenía sólo veintiún años cuando decidió irse a Japón a trabajar con un contrato verbal de bailarina. Muchas mujeres de la zona cafetalera, como ella, se iban a Tokio para desempeñar diversos oficios, pero su belleza fue el factor que determinó su futuro. Fue elegida por la red de trata que funciona entre Japón y Colombia para abastecer prostitutas a la mafia yakuza, un grupo criminal cuyos orígenes se remontan al siglo XVII y que controla el negocio del tráfico de mujeres con fines de explotación sexual. La mafia recluta sólo extranjeras para consumo nacional, particularmente latinoamericanas porque las considera “las más calientes”.El nombre yakuza proviene de un juego de cartas. La peor mano es 8 (ya), 9 (ku) y 3 (za). Es una de las mafias más poderosas del mundo y está dividida en tres mil clanes con aproximadamente cien mil miembros radicados en Japón con el cuerpo tatuado como sello distintivo. La Organización de Estados Americanos señala que anualmente dos mil mujeres latinoamericanas son llevadas a ese país, engañadas, para ser explotadas sexualmente, pero hay organizaciones no gubernamentales que elevan las cifras considerablemente. La Asociación de Mujeres Hispanas con sede en Miami considera a Japón un paraíso sexual y calcula que cada año cerca de tres mil mexicanas son explotadas sexualmente en ese país, hasta donde llegan engañadas con ofertas de trabajo para cuidar ancianos y niños o bailar en centros nocturnos.Marcela también fue engañada, vendida y explotada durante dieciocho meses. Padeció la esclavitud sexual en muy distintas formas. Estuvo a punto de morir a consecuencia de una paliza propinada por un yakuza. Escapó a base de coraje y determinación. Ahora vive en Estados Unidos, donde ha podido rehacer su vida. Ha esperado diez años para romper su silencio.Camina por las calles bulliciosas del centro de Coconut Grove. Aún le cuesta trabajo recordar lo que vivió. Es de noche y las luces de neón que adornan la terraza del bar resplandecen en su cabellera rubia. Se sienta en un sillón de terciopelo rojo y pide un daiquiri de mango. Es menuda, tiene ojos color miel y piel blanca. Cuando empieza a ordenar sus recuerdos, sus ojos se humedecen. Japón, dice, es un tatuaje gravado en el alma con mucho dolor. Su historia es la de muchas, la de cientos o miles de mujeres. La cadena Telemundo pretende convertirla en una telenovela. Editorial Planeta publicó un libro bajo el títuloAtrapada por la mafia yakuza / Historia de una joven víctima del tráfico de personas. Esta es la primera vez que habla para un medio mexicano. ¿Por qué esperar diez años para romper el silencio?Dejé pasar diez años porque desafortunadamente no tuve apoyo psicológico de nadie. No tuve apoyo gubernamental de Colombia, ni jurídico. El gobierno no cumplió su promesa de ayudarme. No tuve a nadie más que a mi familia. Necesité armarme de fuerzas, de bases, de información sobre el tráfico de personas para poder contar mi verdad. ¿Y qué la hizo decidirse a escribir un libro contando su historia?Al ver que el problema sigue creciendo, que la demanda de mujeres latinoamericanas a Japón sigue aumentando y que nadie denuncia, que nadie pone rostro a este flagelo, pensé: “Algo tengo que hacer al respecto, no puedo permitirlo, tengo que alertar a otras generaciones de mujeres.” Me decidí a alzar la voz, a contar públicamente lo que me pasó. “Aquí está mi rostro. Aquí está mi nombre. Fui víctima de trata.” ¿Usted se fue a Japón pensando que iba a trabajar de bailarina?Nací en Armenia [capital del Quindío colombiano], pero vivía en Pereira. Me subí a ese avión con el sueño de salir adelante. Tenía que pagar la deuda del hospital de mi hija de tres años. Quería ayudar a mi mamá y a mis hermanos. ¿Buscaba el sueño japonés?Esa niña que subió al avión rumbo a Japón, esa niña inocente, ilusionada, nunca más volvió a Colombia. La asesinó Japón. El sueño se convirtió en pesadilla. Ese sueño se fue desmoronando cuando aterricé y me encontré a Carolina, la proxeneta que me había comprado. ¿Cómo fue que la compró?Es una cadena. Una red completa. Yo nunca supe quién es quién. Sólo conocí al amigo del amigo del amigo y así llegué a Japón. ¿Quién fue el enganchador?Me dijo que se llamaba Pipo. Me citó en un restaurante en Pereira y me entrevistó. Yo le conté mi situación económica, y él aprovechó las circunstancias. Yo le dije que me quería ir para pagar una deuda, y él me ofreció un millón de pesos y me dijo: “Yo te doy el dinero pero tú te vas conmigo a cumplir un contrato de trabajo en Japón de bailarina.” Nunca me hablo de otra cosa. ¿Ni de table-dance?Nada de eso. Dijo que sólo iba a ser bailarina, como en Pereira, donde yo bailaba amenizando fiestas. Hacíamos eventos para las familias. Hacíamos coreografías y enseñábamos a bailar a la gente. ¿Viajó sola hasta Japón?Me fui de un día para otro. Pipo me pidió que no le dijera a nadie adónde iba, ni siquiera a mi mamá. Preparé mi viaje en secreto. Recuerdo que cuando subí a su coche para irnos a Bogotá me dijo: “No llores, Marcela. No te vas a morir, sólo te vas a trabajar unos años. Con tu belleza vas a volverte millonaria.” Estuvimos dos días en Bogotá y me dio dos mil dólares de viáticos. Me explicó que me iba a ir por Holanda a Narita, Japón, y me dio un pasaporte holandés perfectamente falsificado. Yo me sorprendí, pero él me aclaró: “Nunca te dejarían entrar a Japón con tu pasaporte colombiano.” A partir de ese momento pasé a llamarme Margaretta Troff. ¿Qué supo después de la proxeneta?Era de Medellín, tenía en esa época como 35 años, estaba casada con un japonés y vivía con su hijo de ocho años. Al principio me llevó a su casa. Así lo hacía con todas las mujeres que compraba mientras nos hacía lavado cerebral. Constantemente me amenazaba: “Voy a asesinar a tu familia”, me decía. Pipo le pasó toda la información sobre mí. Sabía dónde vivía, qué hacían mi mamá y mis hermanos, mi hija. Yo le dije: “¿Qué pasa si me escapo?” Y ella me contestó: “No sé si llegue a tiempo al entierro de su hijita.” ¿Qué pasó entonces?Me dijo que había pagado “mucho dinero” por mí, que ahora era de su propiedad y que si me portaba mal me vendería a la mafia yakuza. Me dijo: “Así es la vida. Le tocó a usted. A partir de ahora me debe cinco millones de yenes (doscientos millones de pesos colombianos) y deberá pagarme veinte mil yenes diarios. Es su deuda por los trámites de documentos, pasajes y su manutención. Le pagará a la mafia Yakuza cada día diez mil yenes para poder trabajar. Tiene que ser bien puta. Siéntase orgullosa y deje el drama para luego. Ahora se llama Kelly.” Lloré. Intenté explicarle que todo era un error. Le dije que fui contratada como bailarina. Me siguió amenazando y le dije: “Hago lo que me pida, pero no toque a mi familia.” Me vestí con una minifalda, zapatos de tacón y plataforma y una blusa con escote. Me llevó a “putear” a la calle Ikebukuro en Tokio. Esa misma noche empezó mi pesadilla. Me dejó tirada en la calle y alcancé a gritarle: “¿Cómo me regreso?” Madame contestó: “Ya se lo dije: comiendo mierda y puteando.”Autor: Sanjuana Martinez Fuente: ATB, www.letraslibres.com
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