Fernando Salazar ParedesLa guerra verbal que se ha desencadenando con Chile ha llegado a extremos que no se pueden solucionar con un postrer pedido de buscar el diálogo a nivel presidencial. Independientemente de lo justificadas que puedan ser nuestras motivaciones, arremeter, como se lo ha hecho, violando cuanta norma diplomática existe bajo la égida del propio Ministro de Relaciones Exteriores, es un craso error diplomático que nos va a costar muy caro en el obligado relacionamiento que tenemos con ese país vecino.Si algo se puede recomendar a los que manejan -chapuceramente, por decir lo menos- nuestra política exterior es que tengan más prudencia. Prudencia es el cuidado, la moderación o la sensatez que se pone al hacer algo para evitar inconvenientes, dificultades o daños.Hay que leer con detenimiento el comunicado chileno para evaluar el daño que la actitud encabezada por el canciller Choquehuanca ha causado a la imagen del país y al futuro de nuestras relaciones bilaterales, pues disemina, y fundamenta acusaciones de dañar la soberanía chilena, amplificar falsedades y se nos indilga de ser irresponsables y abusivos. Lo más grave es que hemos servido de peldaño para que Chile proclame a los cuatro vientos y con sobrada fundamentación que «en Arica y Antofagasta hay un solo soberano: la República de Chile”.El comunicado en cuestión seguramente ya ha sido debidamente traducido y estará en las carpetas de todos y cada uno de los jueces de la Corte de La Haya y probablemente estén analizando el alcance de nuestra posición, tan reiteradamente proclamada de que estamos buscando una vía pacífica de solución a la controversia.Ahora, el señor Presidente ordena, según el vicecanciller, «que invitemos al diálogo” a Chile. Se trata de algo que cuesta entender ya que, paralelamente a este pedido de diálogo, el Ministro de Defensa, en clara alusión a Chile, sostiene que las Fuerzas Armadas de Bolivia tienen que estar preparadas para resistir «hasta la última gota de sangre” cualquier agresión venga de donde venga y por aquellos que están interesados en «pisotear” el país.A la metida de pata inicial se agrega una torpeza totalmente fuera de la realidad que podrá tener repercusión positiva interna en ciertos sectores pero que, en los hechos, lo único que logra es exacerbar más la controversia y distanciar aún más ese retardado pedido de diálogo presidencial.Es oportuno rememorar aquel proverbio árabe que dice: «Cuatro cosas hay que nunca vuelven más: una bala disparada, una palabra hablada, un tiempo pasado y una ocasión desaprovechada”.Con Bachelet, a un inicio, tuvimos una oportunidad que no supimos aprovechar porque nuestros negociadores eran totalmente ignaros en materia internacional y se dejaron convencer por la lisonja chilena, y los cantos de sirena de la eterna búsqueda de la confianza mutua. Se dejó pasar el tiempo confiando a militares, poco entrenados en el arte de la negociación, el Consulado en Chile y se demandó en La Haya como un medio pacífico de solución. Luego nos sumergimos en una champa guerra verbal en la que se dijeron cosas -desde ambos lados- que son muy difíciles de borrar y que no pueden cambiarse de la noche a la mañana sin dejar la impresión de que somos inestables en nuestra accionar externo.Vivimos en un mundo globalizado, queramos o no. Lo que se dice y se hace desde La Paz se conoce instantáneamente en todo el mundo, en Santiago, en Moscú, en Washington, en La Haya o en Pekín. Si bien hay cosas que son de consumo interno y no trascienden mas allá de nuestras fronteras, hay otras, las que se refieren a nuestro relacionamiento externo, que inmediatamente tiene repercusión externa y pueden causarnos inconvenientes, dificultades o daños que sólo pueden prevenirse si actuamos con prudencia.La diplomacia es el arte de la negociación. La negociación se caracteriza por tratar de persuadir al interlocutor que haga o no haga lo que uno quiere que se haga o no se haga. El diplomático tiene que saber persuadir y para ello tiene que actuar con prudencia, esa cualidad que está ausente en el manejo de nuestra política exterior.El duro mensaje chileno, seguido inmediatamente por la invitación al diálogo del señor Presidente, es el reflejo de esa veleidosidad que parece dominar a nuestra diplomacia y que sólo halla justificativo en la falta de oficio del Canciller que, después de diez años no ha podido darse cuenta, que una cosa es el relacionamiento con movimientos sociales, para lo cual hay que tener ciertamente cualidades especiales, y otra, muy diferente, es el relacionamiento con potencias extranjeras que sedan un contexto de intereses regidos por el derecho internacional. No se puede utilizar lo que se necesita para un contexto en el otro. La cosa no funciona así y el Canciller debió haberse dado cuenta y no arrastrarnos al ridículo internacional.El Gobierno necesita tomar conciencia de que el retorno al diálogo será, en adelante, cuesta arriba y cuando, inevitablemente se llegue a él habrá que iniciar un largo camino para recuperar la confianza, requisito indispensable para sentarse en una mesa de negociación.En política internacional no hay borrón y cuenta nueva, todo queda registrado e incide en futuras negociaciones. Peor aún si no se tiene un norte definido, una estrategia clara e idoneidad negociadora.Página Siete – La Paz