Un día de furia

Rolando Schrupp

SCHRUPP Si el escritor y el director de “Un día de Furia” (Falling down, 1993) hubiesen conocido la realidad cruceña no hubiesen dudado en situar a Michael Douglas en pleno Santa Cruz de la Sierra en lugar de la ciudad de Los Ángeles. Es que también no es para menos pues nuestra sociedad surrealista acosa al raciocinio humano por donde se la mire. Tratar de sobrevivir en el trágico tráfico cruceño sin sufrir un ataque vesicular es prácticamente una misión imposible con tantas criaturas al volante dignas de su extinción pero que más bien se reproducen.

Parece que cada día se multiplican la cantidad de micreros atropelladores, de taxistas improvisados, de envagonetaos con sus respectivos vidrios negros como presumiendo condición pichicatense, de viejas ricachonas, de bocinazos y de las benditas luces de emergencia que bajo su nueva nomenclatura de “luces de parqueo” dan no solo el derecho sino la oportunidad de hacer prácticamente lo que se le ocurra al conductor que mágicamente las enciende para que aparezcan de la nada nuevas reglas de tránsito. Si alguna vez pensamos que todo se debía a la impunidad ante el carente número de efectivos de tránsito en las calles luego del motín policial entendemos que en su ausencia las cosas no empeoraron y hasta casi mejoraron.



Es pues que este “amotinamiento” nos enseñó un par de cosas casi sorprendentes, aunque nos las hubiésemos sospechado desde un principio. Se ratifica la idea que la policía no existe pues su motín abanderando causas hasta creíbles fue similar a una huelga de vistas de Aduanas ya que el país no dejó de existir sino mas bien la sociedad tuvo en respiro de solucionar todos sus problemas aplicando los famosos artículos 20 y 50, aunque el Gobierno parece que entendió que su falta fue más grave que una infracción de tránsito e institucionalizó el artículo 100. Abonando 100 pesitos los heroicos oficiales del orden se despojaron de la idoneidad de las causas y se dieron media vuelta para gasificar y apalear como de costumbre, oficiando de bota izquierda a la hora de pisar los derechos y las libertades de sus conciudadanos que ahora no pueden tener el privilegio de marchar por la misma plaza Murillo donde el verde olivo hacía horas desfilaba con rostros cubiertos y armas al aire.

También nos demostró la incapacidad de respuesta de nosotros mismos pues la municipalidad se aplazó en usar esta oportunidad para demostrar que tiene la facultad de adueñarse de la tuición sobre el tráfico y el transporte en nuestra urbe. No hubiese sido muy difícil proponer que ante la ausencia del Organismo Operativo de Tránsito los chalequitos amarillos y los Guardias Municipales tomen posesión y posición sobre esta competencia Municipal. Claro que habrá que respirar un poco más profundo para tratar de imaginarse que si los que asumirían el ordenamiento vehicular serían los mismos genios que plantean las grandes ideotas de la sincronización de semáforos y la asignación de lugares habilitados para el parqueo de movilidades, ya que de acuerdo al capricho de la planificación central no pueden haber 2 parqueos a tantos metros uno del otro, como si el mercado no pudiera dar una solución más óptima.

Ni a los propios estalinistas se les hubiera ocurrido pensar que los semáforos son para “regular el tráfico” y no así para su fluidez, pues debe ser gratificante para sus minúsculos egos la satisfacción que sin su voluntad nadie puede pasar dos calles sin tener que frenar a esperar que le den permiso de seguir. No debería ser tan difícil entender la prioridad de las vías para mejorar mucho la experiencia biliar de tratar de manejar en Santa Cruz, pero obviamente que eso no va de acuerdo con la filosofía de la política del bloqueo tan arraigada en los poderes políticos andinocentristas y su imitación de sus socios locales.

Semanario Uno – Santa Cruz