Gonzalo Chávez A.*
La Razón
La semana que termina se ha publicado el reporte global sobre competitividad 2008-2009, una investigación que realiza el World Economic Forum y que establece un ranking de competitividad entre 134 países en el mundo. Con mucha frecuencia se usa este concepto, pero pocas veces se lo define. Aquí intentaremos encapsularlo en una pildorita teórica, en atención al tamaño de esta columna. El reporte define ‘competitividad’ como un conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país. El hacer mejor y más rápido las cosas es un signo de bonanza de una economía que beneficia a su población.
Michael Porter es uno de los creadores de esta idea y sostiene que la prosperidad de una nación es creada por sus empresas y no heredada. La competitividad de un país depende de la capacidad de innovación y crecimiento de su aparato productivo. Porter dice que existen cinco atributos de una nación, que promueven o impiden la creación de una ventaja competitiva. 1) La dotación de factores de producción (mano de obra, infraestructura, recursos naturales). 2) Las condiciones de la demanda nacional o internacional. 3) La red de industrias conexas y de apoyo. 4) La estrategia, estructura y rivalidad de las firmas en un país. 5) Las condiciones sociales y de bienestar de la población. Éste es un factor recién introducido al modelo.
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A partir del trabajo de Porter es que se ha creado este índice de competitividad mundial, que, desde una perspectiva muy concreta, busca medir el desarrollo institucional, la creación de infraestructura, la estabilidad macroeconomía, la salud y educación primaria, la eficiencia de varios mercados, la calidad del sistema financiero, la capacidad de innovación, el desarrollo tecnológico, la sofisticación de los negocios, entre otros. Es en base a esta información recogida en cada país que se construye el ranking.
Con este pequeño marco de referencia, vamos a los datos. Bolivia, en el 2006, estaba en el puesto 99 y desde ese año nos hemos empeñado en descender de categoría. En el 2007 pasamos al puesto 105 y en el 2008 lucimos orgullosos la medalla del puesto 118. En el desarrollo institucional ocupamos el puesto 131, de un ranking que sólo llega a 134. Nuestra situación es dramática en lo que se refiere a infraestructura: ocupamos el puesto 126. Donde mejor nos va es en los temas de estabilidad macroeconómica, porque ocupamos el puesto 77. En educación primaria y salud y educación superior estamos por debajo de 100, una especie de premio consuelo. Pero en innovación y desarrollo tecnológico tocamos fondo y nos situamos en el puesto 133. También tenemos notas muy malas en eficiencia en los mercados y sofisticación del sistema financiero.
Una de dos, o no entendemos que el juego de la competitividad consiste en tratar de subir posiciones en el ranking mundial, o podemos creer que nadie nos entiende y siempre nos califican mal y de manera injusta. No comprenden nuestra revolución.
Según el reporte global de competitividad, los problemas que más afectan al desarrollo de la producción y competitividad en Bolivia son la inestabilidad política, que en el país se arrastra desde por lo menos el año 2000; la inflación, una vieja conocida de los bolivianos, que nuevamente ha dado las caras por estos pagos; la inestabilidad de las políticas gubernamentales, ciertamente esto refleja el cambio radical que se está haciendo en la estructura del Estado a través de la nueva Constitución Política del Estado; y la ineficiencia gubernamental, que también es un mal endémico que sobrevive a los cambios en los modelos económicos. Si no le gusta estas explicaciones también existen otras, más acordes a los tiempos sobreideologizados que vivimos. Entre sospechosos y culpables están: El imperialismo, el neoliberalismo, el populismo, la clase política, el neocolonialismo, la oligarquía… y la lista puede ser interminable.
Frente a una situación tan poco alentadora también podríamos descalificar al Reporte Global de Competitividad y, como uno más de los brazos del Imperio, mandarlos a freír monos y crear el índice de competitividad bolivariana. Podríamos construir nuevos índices, como la cantidad de marchas, paros y cercos; la cantidad de epítetos contra el Imperio, muchos de ellos bien merecidos. El calor y la adjetivación de discursos. Asimismo, podríamos crear un bonómetro, que mida la cantidad de bonitos que regalamos a la gente.
Vivimos tiempos en que se habla mucho de cambio, de proceso revolucionario, de efervescencia de masas, movimientos sociales, de la revolución cultural y muchos otros discursos. Espero que esta sobredosis política se condense y disminuya con la aprobación de la nueva Constitución Política del Estado, porque al día siguiente de la fiesta de aprobación no habrá tiempo para el ch’aki, tendremos que hacer la verdadera revolución, la revolución de la producción y el empleo. Con una nueva Carta Magna seguirán los viejos problemas sociales y económicos. Sociedad, élites y Estado, local y nacional, tendrán que ponerse a trabajar en los factores estructurales que entierran nuestra productividad y competitividad. La escalada, desde el puesto 118, es larga y difícil, pero es el único camino para generar riqueza bien distribuida. El trabajo duro recién comienza.