¿Cuál sorpresa?

Entre paréntesis….

              Cayetano Llobet T.

“Hemos llegado a Palacio para toda la vida”.  Me asombra que se asombren. Hace rato que vengo afirmando que el único proyecto  que tiene Evo Morales, es la instauración de la dictadura civil vitalicia. Lo extraño es que algunos que fueron al espectáculo de desnudismo, ahora hagan escándalo al ver a la chica sin ropa.  Porque ni Evo, ni su círculo de áulicos han ocultado jamás sus intenciones. Otra cosa es que ahora, después de la espectacular derrota de la oposición regional actúen, además, con cinismo insultante, repleto de indecencia y prepotencia. El desnudo convertido en impudicia. 



Había que ser un ciego –o simplemente imbécil- para pensar que la Asamblea Constituyente era “el instrumento de generación de un consenso nacional para redactar una Constitución adecuada a los nuevos tiempos y representativa del conjunto de los bolivianos y bla, bla, bla”… Era, simple y llanamente, el instrumento que Evo  -siguiendo el modelo de su mentor tropical- había pensado para instaurar su dictadura. ¡Y no le resultó!  La prueba es que el texto que se va a votar la próxima semana no ha pasado por las manos de ningún constituyente.

¿Hace cuánto tiempo que el país vive con una suerte de institucionalidad caricatural  -¡ni siquiera existe la posibilidad de control constitucional!-, que depende, exclusivamente, del Presidente?  No importa si es el Contralor o son los prefectos a dedo, con duración de mandato por decisión presidencial, con posibilidad de cambiarlos a voluntad presidencial. Y ahora viene el anuncio de la posibilidad de gobernar por decreto… ¿a quién le puede extrañar?  Y eso de que el Congreso no legisle, es una tontería, porque es precisamente el Congreso el que ha salvado al gobierno, contando siempre con la invariable alcahuetería de Podemos.

“Hemos llegado a Palacio para toda la vida”.  Y es el Presidente en persona el que tiene que decirlo, porque así sucede en los procesos dirigidos por caudillos. Lo que cuenta es él y su voluntad. Por eso las dictaduras de caudillos carecen de institucionalidad o desaparecen cuando desaparece el jefe.  En esas dictaduras, la mención de lo vitalicio es esencial, porque se refiere a la persona, al caudillo. No hay nacional-socialismo sin Hitler. Ni nacional-catolicismo sin Franco. Y sucedió  con Mussolini,  y con todos los procesos que han sido personalizados en la figura del caudillo.  Y así pasa con las revoluciones cuando se personalizan: Stalin  se tragó Octubre y mató a la revolución bolchevique. Fidel se apropió de la revolución y ahí andan esperando a ver qué pasa cuando le cierren los ojos. Al lado de ellos, Evo es poquita cosa  -apenas comparable a Chávez o Barrientos-, pero aquí es el caudillo. Los demás son figurantes en concurso para caerle bien al que manda, al único, al “Jefazo”.

Las revoluciones de verdad no crean caudillos: generan instituciones. Es el secreto de la trascendencia de la revolución americana o de la francesa: jamás ataron su éxito a un carro funerario ni a lo que terminará siendo una lápida o un monumento. Las dictaduras vitalicias son frágiles porque están atadas a la edad, a la salud y a las circunstancias del caudillo: están condenadas a morir con él.

“Hemos llegado a Palacio para toda la vida”.  Evo no es original. Todos los caudillos, cuando llegan a Palacio, llegan pensando que es para toda vida. Y actúan en consecuencia. El miedo mayor de los caudillos, es la posibilidad de salir de Palacio. Odian la democracia. Detestan a esa señora que obliga a que unos salgan y otros entren…