Del halago y de la crítica

El Deber. Editorial.

Cuando se instalan en el poder, como en el tiempo presente y en este nuestro país, ciudadanos que a sí mismos se consideran tocados por la providencia divina, lo único que admiten en torno suyo y de sus allegados pocos o muchos, son halagos. A gusto y sabor se sienten cuando a su paso lanzan flores o baten eufóricas palmas o los acogen con fanfarrias.



Tal vez sinceramente persuadidos de su providencialidad, de su investidura que consideran celestial seguramente, no admiten ser sujetos de fallas o de errores, de desviaciones y hasta de extravagancias perjudiciales. Y porque no admiten, porque no reconocen sus flaquezas, esos providenciales que ejercen mandos, rechazan las críticas, abominan de quienes los apuntan con un dedo acusador o les exigen rendición puntual de cuentas por sus actos y sus propósitos, algunos de ellos sencillamente incalificables o mejor dicho, insólitos en grado extremo.

Sobre el filo de la navaja discurre, muy particularmente en este tiempo, la instancia periodística, es decir aquella a la que no se le puede atribuir otra servidumbre que la debida a la verdad. Reconociendo que la tal instancia periodística puede equivocarse y tal vez en más de una ocasión, es innegable su voluntad superior de administrar la crítica y el elogio con lo máximo en imparcialidad, con lo sumo en franca y cotidiana objetividad.

Cómodo y seguramente muy gratificante sería que la instancia de la comunicación sólo se ocupara de resaltar los hechos, -de verdad pocos-, que son merecedores del halago, cerrando en cambio los ojos y tragándose la crítica frente al error, al desacierto, a las flaquezas que no siempre son manifestadas sin realmente ser tal el propósito. No, decididamente no. La comunicación constituye un servicio que es preciso asumir a riesgo de cualquier cosa y que por igual ensalsa a los buenos como desbroza el camino hasta la silla de los acusados a los malos por acción u omisión.

No viene a ser rareza, desde luego en nuestro país, hoy, ayer y quizás mañana, que los instrumentos de la comunicación, por asumir la parte dura de sus deberes, la de criticar, la de denunciar lo malo, lo nefasto para el interés colectivo, sean objeto de virulentos ataques, blanco de agraviantes expresiones y de sindicaciones impías porque sacaron a la luz pública un manejo tuerto o una intención bastarda de los que se jactan de su presunto y tan negativo providencialismo.

A merced de los mareos a que sucumben quienes se encaraman en las cumbres del poder, no trepidan éstos en montar sus propios instrumentos para asegurarse el tipo de comunicación en que se los muestra de cuerpo entero, bellos, dotados de angelicales alas, con aureolas santificantes sobre sus cabezas y, a la vez, dotados de varitas mágicas para de dos patadas resolver hasta los más cruciales problemas que se dan inevitablemente allí en las alturas fascinantes. Seguro, nos imaginamos, que de verse en sus propios medios de comunicación, tan bellos, tan impolutos, tan infalibles, ellos los todopoderosos, terminan aburriéndose y dudando de que sean ciertos los halagos de que los colman cada día.

   Tres en Uno   

Hospitales del ‘cuarto mundo’

Si alguien del ‘primer mundo’ quiere sentir en carne propia los padecimientos de los ciudadanos del ‘cuarto mundo’ (ni siquiera del tercero), podría darse una pasadita por las salas de emergencia de los hospitales de Santa Cruz de la Sierra. No sólo verá hacinamiento de enfermos y médicos, sino que podrá verificar las escandalosas condiciones en que son atendidos los ciudadanos del ‘cuarto mundo’ que por alguna desgracia sufren de alguna enfermedad. Además de soportar la pesadilla de una dolencia los pacientes se tienen que conformar con recibir atención en algunos casos hasta en el suelo (según una fotografía tomada de un teléfono celular). Lo peor: enfermos de dengue se ven obligados a compartir el mismo espacio y hasta el mismo lecho con personas que padecen males estomacales o que sufrieron accidentes. Todo por falta de recursos para contratar personal médico. Mientras tanto, el Gobierno derrocha millones en sus campañas políticas y sigue ofreciendo bonos para ganar votos.

La ciudad y su ‘cara sucia’

La etapa preelectoral y la temporada precarnavalera han creado un coctel peligroso para la cara de la ciudad. Basta recorrer las calles del centro cruceño o el segundo anillo para darse cuenta que por allí ya pasaron las manos dañinas de los comparseros y de los políticos. No sólo hay leyendas groseras, sino que el papelerío mal pegado y hasta algunas pancartas han afeado el rostro de la capital cruceña. La base del monumento a Cristo también muestra los rastros de las propagandas y el daño causado por algún inadaptado. Así ni con 10.000 gendarmes y 50.000 pintores se podrá mantener bien el aspecto de la ciudad.

¿Quién salva a los autores?

Se juntaron dos fechas ‘trágicas’ para los autores y compositores  nacionales. En primer lugar está el Carnaval, época de alegría para muchos, pero de tristeza para artistas que ven cómo sus piezas musicales son interpretadas en distintos eventos, sin que a ellos les llegue un solo peso por concepto de regalía. Para colmo, la temporada festiva del dios Momo coincide con la campaña política del Referéndum Constituyente. Se anuncian grandes cambios, es verdad, pero para los políticos algunas cosas siguen siendo igual. Basta con preguntarle a Ángela del Carpio y a José René Moreno, cuyas creaciones han sido plagiadas y usadas indebidamente en esta campaña.