El difunto barón….

cayet Entre paréntesis….Cayetano Llobet T.

Charles-Louis de Sécondat, barón de Montesquieu, fue clarito y preciso: “Si el Poder Legislativo y el Ejecutivo coinciden, no hay libertad, porque es de temer que hagan leyes tiránicas para ejecutarlas al mismo tiempo”. Y seguía: “Si el Judicial está unido al Legislativo, el imperio sobre la vida y la libertad de los ciudadanos sería arbitrario, por ser uno mismo el juez y el legislador. Unido el Judicial al Ejecutivo, sería tiránico, por cuanto gozaría el juez de la fuerza misma que un agresor”. El autor de El Espíritu de las Leyes enseñó que la separación de poderes es la defensa contra el despotismo. Cada uno de los poderes es independiente y está limitado por los otros: esa  fórmula mágica  enunciada en 1748 es la que hace funcionar a las democracias modernas.

No creo que Bolivia haya sido alguna vez una democracia moderna y tengo la convicción de que no lo será nunca. Algo más: hemos hecho todo lo posible para no serlo.  Nadie, en ningún lado, hoy, podrá negar que el intento gubernamental, sobre todo después de las últimas elecciones, es el del copamiento del poder total. Y desde luego, aquello de que los poderes del Estado tienen que ser independientes, se queda para una buena broma del  jurista francés del liberalismo aristocrático.  Pero  -y lanzo la pregunta sin anestesia-, ¿ha sido antes diferente?



Desde los tiempos fundadores y republicanos del doctorismo chuquisaqueño, a variados momentos de tantos caudillos –los bárbaros y los letrados-, a las prolongadísimas épocas de ejercicios exclusivos de poder, ¿alguien, que no sea de boca para afuera, fue un cultor de la independencia de poderes?  Para la “rosca” el Estado no era ni siquiera una cosa existente. Y en la Revolución del 52, ¿a alguien se le ocurrió que el MNR no era el dueño del Legislativo y de la Corte Suprema ?  Su primer Parlamento se controlaba con el llamado “voto campesino”, disciplinado y mayoritario, aunque no entendiera nada… O tempora! O mores!  Y no nombraba a unos magistrados, ¡los nombraba a todos!

Y en tiempos menos tumultuosos y más recientes  -hablo de tiempos civiles, naturalmente-, movimientistas, miristas y adenistas citaban a Montesquieu como una suerte de padrino del cuoteo. La distribución de justicia, parlamento y gobierno adquirió, con tradicional solemnidad altoperuana, la calidad de división de poderes.

Hoy, los nuevos dueños de la hegemonía, buscan lo mismo. Es probable que, para quienes nos habíamos acostumbrado a la representación democrática en baile de disfraces, sea más chocante el ejercicio de fuerza que nos hacen presenciar. El exceso de poder  -¿habrá exceso de poder para quien lo detenta?- no obliga al uso de máscaras y se pueden exhibir las caras duras, sin respetar mucho los roles. Finalmente, ¿qué importa si es el Presidente, el Vice, o algún ministro el que avisa en conferencia de prensa, quiénes son los delincuentes que tienen que ir a la cárcel?  ¡A ver si aparece el Juez que intente defender sus prerrogativas!

Y hasta resultan rentables los malos modos. Esta sensación instalada en la minoría  -clarísima minoría, por lo demás-, de estar sintiendo el aliento del lobo en la nuca, no deja de añadir cierto morbo al disfrute del poder: ¡que sientan que son frágiles y que están indefensos!

Desde luego, son formas y son momentos. Y la historia está repleta de variadísimas formas y momentos que siempre parecen los últimos y que nunca son.  Ah, ¿y Montesquieu?  Él está muerto. Mejor dicho, Montesquieu nunca vivió aquí…