El MAS ha traicionado un proyecto de país y, por tanto, se ha traicionado a sí mismo. Seguramente no es ésa la desgracia mayor, quizá sean la derrota y el dolor en la entraña que esa traición causa en todo un pueblo entristecido. Pero hoy lo imprescindible es conocer un nuevo matiz del despeñadero, no el fondo de la caída. Y, por consiguiente, describir algunos detalles de esa suciedad que ha traicionado una larga lucha que sudó sangre para convertir la libertad en legítima y viable.
Guillermo Mariaca en La Razón
Pero el MAS no es el único traidor. Aunque posiblemente parezca excesivo denominar traición a lo que están haciendo los movimientos indígenas, creo que ellos también, desde posiciones e intereses muy distintos, están traicionando ese mismo sueño de país.
El diseño de ese futuro deseado, en términos muy generales, podría exponerse en los siguientes sentidos: la superación del colonialismo interno, la profundización de la democracia por la vía de la expansión de los derechos, la generación de condiciones para la igualdad de oportunidades, la construcción de un Estado para todos.
Durante estos 27 años de formalidad democrática se necesitaba cada día más profundidad democrática. Las autonomías eran, por tanto, imprescindibles; ellas podían devolvernos confianza en el Estado porque lo democratizarían, y, más importante, podían recordarnos que la expansión de derechos y de identidades va lado a lado con la responsabilidad que cada uno tiene en la construcción de su propio futuro.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
Pero claro, como al MAS le importó derrotar a un fantasma antes que empoderar a un pueblo, ahora la autonomía nuevamente se limitará al voto, no se profundizará hacia la decisión colectiva. El colonialismo interno, todas las desigualdades y un Estado sólo para los cocaleros, resultan perpetuados. Y como el eje en un momento fundacional no pueden ser la política —gestión del poder— ni la economía —gestión del desarrollo—, sino la educación y la cultura —el diseño del nuevo país—, la mediocridad del MAS ante el desafío del diseño lo obligó a esconderse bajo la angurria del poder. Y, desde ahí, medrar.
La traición del MAS, entonces, no consiste sobre todo en un acto de deslealtad con el proyecto, no se trata de haber renegado de él o de haberle dado la espalda. Es algo peor, se trata de haber oprimido el sueño a sus propias ambiciones de reproducción del poder. Se trata de que algunos pocos del MAS convencieron al MAS de que el instrumento —un partido con su líder— era el fin, no el medio; de que, finalmente, lo único que cuenta para ellos es el dogma del evismo, no la realidad de nuestras pobrezas, opresiones e impotencias. Cuando un Estado es débil, cuando no es capaz de construir sinergia entre las identidades diversas y los derechos dispersos, se degrada a elementales gestos autoritarios y rima con fascismo, vive cautivo del conflicto.
El mundo indígena, por su parte, también se concentró en el poder; lo llamó 18 representantes en la Asamblea Legislativa. Y hoy, mientras el Consejo Nacional de Markas y Ayllus nuevamente se contenta con un par de prebendas entregadas por el Gobierno, la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia marcha por más representantes, más plata, el derecho a la consulta, asignación de tierras fiscales y definición de estatutos por usos y costumbres. Bien vistas, nimiedades.
Porque como los pueblos indígenas perfectamente saben, de las 36 lenguas enumeradas en la Constitución, por lo menos el 70% está en proceso o en riesgo de extinción. Por consiguiente, su restauración y posterior fortalecimiento no es cuestión de una calmada lucha por el poder, sino de una desesperada lucha por la identidad.
Y eso se traduce en tener autonomía educativa y cultural para no convertirse en museos. Pero de esta autonomía sustantiva, los indígenas no dicen nada. Cuando el Ministro de Educación, hace una semana, reiteró que la educación no se descentralizará, los Consejos Educativos de Pueblos Originarios no iniciaron marcha alguna, no protestaron, ni siquiera se preocuparon.
La parodia de autonomía donde la igualdad de oportunidades se desvanece en falacias contables y la expansión de derechos en disfraces ministeriales, se dedicó a disputar mayorías, no a fundar pactos, se interesó en inflacionar normas, no en diseñar nación. Al MAS no le importó una esperanza de siglos; trabajó cada día para envilecer un sueño hasta convertir a la autonomía en un trapo inútil. Y al Estado en propiedad prebendal de un gobierno incapaz de gobernar para todos, inútil para gestionar la superación del rentismo que nos condena a la pobreza, impotente para imaginar una nación que sea nuestra casa compartida.
El MAS ha sido maquiavélico; ha hecho del poder su fetiche y del instrumento su único horizonte. Ha pervertido un proyecto de país hasta encanallarlo a mero pretexto de sus urgencias y de sus intereses. Por eso somos testigos de la recomposición autoritaria del latifundio, del restablecimiento del narcotráfico, de la invasión del racismo, de la legitimidad de la prebenda. Y sin embargo hay algo más terrible. Es el horror del MAS a la humildad, su fascinación con la arrogancia.