Maggy Talavera
Cuando el gobernador cruceño Rubén Costas dijo que su reaproximación al Presidente Evo Morales era para construir un nuevo puente entre el gobierno departamental y el Gobierno central, muchos hasta imaginaron uno de hormigón, capaz de soportar el flujo de las pesadas cargas de competencias y recursos entre partes que siguen pendientes de transferencia hasta hoy. Pero también muchos fueron los escépticos que creyeron ver en ese reencuentro sólo una nueva tramoya política montada para distraer la atención de temas centrales que pasaban –y pasan aún- por exigencias de cumplimiento de mandatos constitucionales que están demostrando ser inviables.
A poco más de un mes de ese reencuentro entre Evo y Costas, los escépticos se anotan otro acierto. El pretendido puente no logró completar siquiera la fase de pre-diseño y está ya desahuciado. Los responsables del desastre vuelven a ser los mismos protagonistas; paradójicamente, los propios actores o autores del puente. ¿Casualidad o azar del destino; o, en su defecto, consecuencia de un desastre ideado con premeditación y alevosía? La verdad es que cuesta creer que el puente haya sido casualmente destruido antes de siquiera ser levantado, porque tal como nos ha tocado comprobar en los últimos años, las acciones políticas no están surgiendo al azar.
En esa lógica se inscribe la nueva arremetida del Gobierno central contra sus eventuales opositores políticos, está vez en la voz del Vicepresidente Álvaro García Linera. Y en la misma lógica se inscribe también la reacción del gobernador cruceño, alimentando una estéril guerra verbal marcada por el insulto y las acusaciones de toda laya. Ambos logrando un mismo objetivo: minar los cimientos de ese puente que dizque querían construir entre el Gobierno central y la Gobernación de Santa Cruz. Pero algo más: desviar la atención de los medios y la población hacia fuegos de artificios, para alivio de los propios gobernantes a los que les está resultando cada vez más difícil zafarse del cumplimiento de sus promesas y expectativas generadas.
Lo dicho es válido tanto para el Gobierno central como para la Gobernación cruceña. Al primero, los pueblos indígenas del oriente le exigen que cumpla las promesas que les hizo en territorio y representación política, hoy constitucionalizadas. A la segunda, sus electores le demandan que haga lo propio en relación a la promesa de consolidar la autonomía departamental, también legitimada en un instrumento –el Estatuto autonómico- construido entre varios actores y votado mayoritariamente en un referendo departamental. Es decir: ambos gobiernos están hoy en la disyuntiva de dejar el discurso para hacer gestión, y no les está resultando fácil.
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¿Será que en la dificultad de asumir esas tareas está la explicación de un nuevo fracaso en los aparentes intentos de aproximación y concertación? ¿O será que hasta este fracaso es una salida concertada entre ambos actores, para desviar la atención de sus demandantes que les exigen el cumplimiento de promesas, hacia shows mediáticos cada vez más temerarios como este último, porque pueden acabar con otro gobernador destituido y encarcelado? Ya hay quienes especulan que lo del puente entre Evo y Rubén fue apenas una farsa, como farsa también sería la guerra verbal entre García Linera y el propio Costas. “Si Costas sigue de Gobernador en agosto, será una prueba de que todo fue show montado”, dicen varias voces en Santa Cruz. Jodida prueba la que tendrá que superar esta vez Costas. Y el Gobierno central también.
Mientras tanto, no queda sino lamentar que seguimos dando vueltas sobre el mismo eje perverso de promesas incumplidas y de puentes enclenques que pretenden ser construidos sin licitaciones públicas, y cuyos fracasos quedan impunes.
Página Siete