Juan Boliviano
La agencia de noticias EFE informa que el presidente de Venezuela, Hugo Chávez Frías, había ordenado –el cuartelero siempre ordena– exhumar los restos mortales de María Antonia y Juana Bolívar, hermanas del Libertador Simón Bolívar, para comprobar, con un examen forense, que el cuerpo que yacía en el Panteón Nacional de Caracas corresponde al del héroe de la independencia de América.
Este es el más reciente capítulo de la serie de caprichos “bolivarianos” del estrafalario sátrapa venezolano. Pero no solamente es un capricho y una obsesión; detrás de la serie macabra de desentierros hay un propósito infame: Chávez quiere fabricar la historia de que Simón Bolívar murió asesinado con una dosis de arsénico y no, como es consenso entre los historiadores, por la tuberculosis que padecía. Esto que se propone Chávez no tiene el propósito de contribuir, con su versión, a que se restablezca la verdad histórica, sino que se empeña en fabricar una nueva historia, perversa por cierto, que encaje en su odio a Colombia.
Este sería un tema para historiadores si el creador de la fábula fuera un personaje serio y no tuviera malas intenciones. Se trata de un bajo y profundo resentimiento de Chávez, porque no pudo convencer a los colombianos que el presidente Álvaro Uribe no merecía el apoyo de su pueblo, que era un guerrista, que se oponía a cambiar el sistema democrático de su gobierno adoptando un modelo populista, como el “bolivariano”. Es más: pese a sus rabietas, a sus amenazas infantiles, el proceso democrático colombiano continúa con el nuevo presidente Manuel Santos, al que tanto insultó el sátrapa de Caracas.
Los golpes escénicos también tienen otro fin: pretende mostrarse como defensor de la figura del gran venezolano, precisamente en vísperas de las elecciones legislativas, sabiendo que, si no pesa tanto el fraude ya montado, las perderá abrumadoramente.
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Que Chávez es ciego, no hay duda. Su soberbia de autócrata ensimismado le impide ver que Venezuela está en una profunda crisis por los problemas creados por él mismo y cuya solución demanda imaginación, capacidad creadora y honradez –atributos que los que carece. Es más: para gobernar bien se necesita dedicación; pero Chávez pierde el tiempo en sus boberías peligrosas –como su adhesión a los ayatolas fanáticos-, mientras la corrupción se desenfrena, las calles de Venezuela se oscurecen repetidamente, el crimen campea en Caracas, ahora una de la ciudades más violentas del mundo, la inflación les roba el salario a los pobres y se pierden alimentos por desidia e incapacidad de un gobierno regido por un sujeto desbocado en la persecución y en el odio.
Los odios de Chávez son innumerables; algunos de ellos tienen nombres: Busch, Obama, Aznar, Alan García, Álvaro Uribe, entre los más destacados, junto su aversión enfermiza a los Estados Unidos. No escapan de ese odio, el capitalismo, la libertad económica y las libertades individuales. Y tiene acompañantes menores en la diatriba: el ignorante presidente de Bolivia y el inmoral Ortega de Nicaragua, mientras los principales, aunque económicamente venidos a menos, son los hermanos Castro que sojuzgan y han empobrecido a los cubanos. Claro, hay también otros vergonzantes, como el matrimonio de los Kirchner y algún caribeño perdido pequeña isla.
Chávez no pasará a la historia como un “bolivariano”, es decir como defensor de la libertad. Figurará como un sátrapa más en nuestra atribulada América que sufrió –y sufre- el atropello y la pobreza de espíritu de sujetos como él. Se contarán sus payasadas, su conducta inmoral y su desprecio por la democracia.
Esto, para él, es inevitable y, por supuesto, merecido.