Fahrenheit 451/2010


Daniel A. Pasquier Rivero

PASQUIER La furia llenó las calles y a los medios controlados por el gobierno. La rebelión de los trabajadores en medios de comunicación que salieron en defensa de sus fuentes de trabajo y de la libertad de expresión se había extendido. En pocos días la chispa era incendio, con primeras planas y editoriales dentro y fuera del país. El rechazo a los anticonstitucionales artículos 16 y 23 insertos en la Ley 045, era casi unánime. Un pequeño grupo al margen, el que sobrevive con un empleo en medios que hace rato no son del Estado, sino que hacen de amplificadores y propagandistas del gobierno, a los que se les “perdona” la mala administración: 47 millones de bolivianos hace un año y recién otra de dos millones de dólares.

La lucha ya está en la calle y en los caminos. Recogiendo firmas, marchando. Bloqueando. Los cocaleros de los Yungas bloquean carreteras y desafían la rabia de campesinos y conductores afectados. Ningún ministro se conmueve viendo estropearse toneladas de productos salidos de la madre tierra con el sudor de los que trabajan algo legal: hay paceños, benianos y pandinos. Hay amenazas de enfrentamiento, se han detectado armas en ambos bandos. ¿Se quiere otro Caranavi, están preparados los infiltrados, las cuñas y spots con la intromisión de USAID? Es que los dueños tradicionales de la “hoja sagrada” revientan con el favoritismo para los recién llegados, los chapareños, cuya producción alimenta en un 99% al narcotráfico, al punto que el mismo presidente ha visto la necesidad de llamarles la atención porque “lo desprestigian”. Otro lío no menor, intentan eliminar el régimen simplificado, y sacude a millón y medio de gremialistas. Y ¿qué pasará con la inmensa e indómita chiquitania?, militarizada so pretexto de sentar presencia del Estado. ¡Se acordaron! Justo para intervenir explotaciones casi artesanales de oro, cuando el precio está por las nubes. Sentar soberanía: llevarse los impuestos, las regalías, y todo lo que se pueda. La historia del Acre.



El tiempo pasa pero las políticas no cambian. Las mismas fechorías. A los iluminados de Hitler, por odio, resentimiento, fanatismo, en 1933 quemaron libros para “reescribir de nuevo la historia”, donde hasta Adán y Eva serían de la raza aria y las atrocidades no caben en el Holocausto: por la “raza” se sacrificaron libertades, la de expresión e información, y millones de vidas. El totalitario no la soporta, con la prensa libre la sociedad dice lo que quiere, lo que aprueba, lo que rechaza o censura. Por eso, en democracia, el presidente desayuna leyendo los periódicos, o un resumen de noticias fidedigno, con noticias favorables y desfavorables. No es lo mismo un informe de ministro. No se va al ruedo sin traje de luces. No se va a la calle sin estar bien informado. Esta aversión se da en diestros y siniestros, es patrimonio de dictadores, es signo de la patología del poder. Ocurrió en EEUU, el general J. Mc Carthy perseguía todo lo que olía a filo-comunismo, y llenó la sociedad de soplones y traidores. Igual en Cuba, Corea del Norte, China -a pesar de su avance económico capitalista, ha recibido el reproche internacional a la falta de libertades, con la otorgación del Premio Nobel de la Paz a la disidencia encarcelada-.

Se le escapó a un viceministro, el gobierno va a censurar libros de la literatura clásica boliviana por su contenido racista. Si esa la intención, lo van a hacer. Es parte del etnoculturalismo que financia a políticos e investigadores afiliados al MAS. Borrar la historia, como si eso fuera posible. ¿Acaso no reivindican a Tupac Katari, Bartolina Sisa, a los Amaru y el Qollasuyu, el pasado? Incorporar lo excluido, hasta lo expoliado, es labor del presente y tarea a futuro. De ninguna manera la deconstrucción social y cultural que pretenden los utópicos del gobierno va a retrotraer a la sociedad indígena mestiza, urbano campesina boliviana, al arco y la flecha, al arado de palo, al sacrificio humano o a la tracción de sangre como principal medio de transporte. Para eso el presidente debería prescindir de inmediato del avioncito, los hoteles 5 estrellas, el reloj pulsera, los celulares que imagino con pantalla full color, internet, conexión permanente con su gabinete y centros políticos de su máxima confianza, las zapatillas ¿Adidas o Nike? que le permiten caminar kilómetros por pueblos y montes de la geografía nacional, y sin olvidar la elegantísima casaca “made in Bolivia” por Beatriz Canedo Patiño.

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La censura de textos no es posible porque la conciencia del hombre en el mundo del siglo XXI ha pasado ya por esas etapas y peores. Se ha identificado y rechazado ideológicamente a los nazis, a los fascistas, a los crímenes de guerra, al genocidio, a las masacres de Nagasaki, Hiroshima, Dresde, Guernica, Vietnam, Kosovo, entre tantas. También se ha superado y repudiado “la limpieza cultural” de Stalin, de la esposa de Mao o de Fidel (un periódico, una Tv, una sola voz). ¿Quién va a arrogarse el cargo de seleccionador de textos, con qué criterios? Esta situación trae a la memoria esa bella novela de R. Bradbury, Fahrenheit 451 (temperatura a la que arde el papel) y la magistral versión en cine de F. Truffaut: no son suficientes decretos, persecuciones, ejecuciones, bombardeos, para acabar con la memoria colectiva trasladada a los libros; terminaremos aprendiéndolos de memoria para enseñarle a nuestros hijos. Porque la sociedad boliviana que viene, es la sociedad de nuestros hijos, y los valores con que ésta se construya será una decisión nuestra, de todos los bolivianos, no de un partido y menos de un grupúsculo de fanáticos. A los utópicos de la dictadura indigenista comunitarista, marxistas oportunistas, le saldrán al paso, como siempre, los distópicos, los que brotan de la sociedad real, los que luchan por la integración económica, social, política y cultural de los bolivianos, pero valorando y reconociendo la diversidad étnica y cultural de la Nación.