Un periódico paceño de circulación nacional informa, alarmado, que los monocultivos, “especialmente de la coca” en Yungas, están el pleno proceso de degradación de las tierras en la zona norte del departamento de La Paz, “lo que amenaza con provocar desastres naturales, la desaparición de la fauna piscícola, y reducir la calidad del agua y la biodiversidad”, como parte de un estudio sobre una enormidad de agresiones contra la tierra, que ha realizado la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (ONUDD).
Esto sucede, curiosamente, cuando se acaba de aprobar sobre tablas en la Asamblea Legislativa y está lista para su promulgación – si no ha sido promulgada ya – la “Ley de Derechos de la Madre Tierra” que se considera como un modelo de ecosistema y sobre la que la senadora masista por Santa Cruz, Gabriela Montaño, ha dicho que modifica por completo el paradigma medioambiental del mundo. Como vemos ya estamos trascendiendo a una importancia planetaria, no sólo los aimaras sino también algunos cambas aimarizados que parecen no darse cuenta que la coca ya se está sembrando hasta debajo de nuestras hamacas.
Los bolivianos nos estamos enloqueciendo con la fábula de que somos los destinados a salvar a la Humanidad, porque ciertos manes andinos así lo han dispuesto, y porque, seguramente, nuestros yatiris, amautas, y mallkus han vislumbrado en hojas de coca al presidente Morales como el Salvador, en estos momentos de caos del imperialismo. Pues nada más falso, ya que en Bolivia estamos destruyendo el medio ambiente, justamente por preservar la hoja sagrada destinada en su mayor parte al narcotráfico. Y de remate estamos con planes nucleares que son risibles pero, aunque ridículos, no condicen con la repetida monserga de ser guardianes de la ecología mundial.
Todo esto, en pleno desarrollo de la Cumbre de Cancún, en México, donde se espera una intervención estelar de S.E. ya que Bolivia se ha banderizado con un inconmensurable amor por la Madre Tierra, por la Pachamama originaria. El escenario se lo está montando para que S.E. se luzca, y hasta el polifacético aunque inepto embajador Solón está allí, en Cancún, organizando marchas de protesta de las naciones que conforman el ALBA para que el jefazo se encuentre a sus anchas.
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Esperemos que la Cumbre de Cancún no resulte ser tan inocua como las demás cumbres pasadas, o, tanto peor, que no sea una cumbre volcánica, con un inmenso cráter en la cima, de donde salga una erupción de lava hirviente y fuego para mandar al diablo todas estas tonterías de grandiosidad planetaria que no hacen sino reír al resto de las naciones.
Pero, pase lo que pase en Cancún, y diga lo que diga S.E., el hecho es que este Estado teocrático-pachamamista se está convirtiendo en el mayor destructor de la tierra, en el mayor depredador del medio ambiente. Y así no habrá Ley que valga, ni discursos, ni arengas para tontos. Lo que sí parece seguro es que los americanos de USAID, que desembolsaron más de 50 millones de dólares durante el año que concluye en su afán ambientalista, reducirán su apoyo económico a Bolivia y aunque traten de justificar esa reducción en la cooperación, la razón está clara: no se colabora a los principales gestores de la muerte de la naturaleza.