La COB y el fin de la polarización

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Pablo Javier Deheza

Es tremendamente saludable para el país que la COB retome su autonomía y rol histórico de contrapoder. Significa también el final de la polarización política y social que vivió el país. Esta es una noticia por demás alentadora.



Una vez superada y agotada la polarización, los elementos que constituían los bloques históricos se repliegan a sus espacios sectoriales naturales. Ya no existe una agenda cohesionadora capaz de ponerse por encima de las demandas e intereses propios de cada sector. La COB, junto a mineros, maestros y salubristas, vuelven a reasumir sus lugares y espacios en la sociedad.

Esto es algo que pasó ya mucho antes en Santa Cruz. Se lo vio cuando el eje discursivo de la élite cruceña perdió poder de convocatoria –con asambleas de la cruceñidad venidas a menos-, y se lo sigue viendo ahora con consecuencias tales como la derrota sufrida por los opositores en desbande en el seno de la bancada cruceña.

¿Qué ha cambiado en el poder cruceño en estos últimos tiempos? Se ha dado un cambio que no es menor, sino más bien central y sustancial: la élite cruceña del poder -es decir, la suma de las élites políticas, cívicas, empresariales, mediáticas y logieras-, se ha desagregado. Esta, que hace dos años atrás obraba como un todo, hoy está definitivamente desarticulada y prácticamente desactivada. Hoy en día están los empresarios por su lado, viendo cómo hacer negocios con el gobierno; las logias se encuentran completamente replegadas y sin levantar cabeza por el tema Rózsa; los cívicos intentan resolver su propio rompecabezas sin querer saber nada de los políticos, sin el tradicional apoyo empresarial y logiero; los políticos en su larga y ya demasiado vergonzosa caída; los medios haciendo sumas y restas acerca de la importancia de la publicidad estatal en sus cuentas. A eso se le suma que las autoridades locales están con el temor de ser suspendidas y consecuentemente se limitan a sus funciones; no es con ellos la cosa.

Así las cosas, se trata de un cuadro por demás interesante que no deja de tener su lado positivo y alentador: al menos ya no volveremos a ver los escenarios de violencia y beligerancia exacerbada que nos tocó vivir a los bolivianos en 2007 y 2008. Se abre ahora, finalmente, la opción para el debate democrático en condiciones mucho más constructivas y para la creación de alternativas de centro menos radicales, violentas, maniqueas y reduccionistas. El tiempo en que bastaba la polarización para reclamar el voto y empoderar a los radicales ya pasó. Para ambos bandos.