¿Poder eterno o efímero?

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 Nuevamente, en nuestra región se pone en evidencia el recurrente afán de jefes de Estado y sus entornos de eternizarse en el poder. Esto no es nuevo. Fue también característica de los dictadores que terminaron siendo derrocados u obligados a llamar a elecciones para restablecer la democracia, las libertades individuales, el respeto a los derechos humanos y el imperio de la ley.

Las señales que muestran las intenciones de prorrogarse indefinidamente en el poder ahora son comunes en los aliados del presidente venezolano Hugo Chávez Frías, todos seguidores del llamado ‘socialismo del siglo XXI’. No se trata de regímenes de facto, sino de gobiernos que surgieron de elecciones, es decir que se valieron de un instrumento de la democracia para edificar sistemas autoritarios. Ninguno de esos gobernantes dejó de reformar las leyes de sus países para asegurar su continuidad indefinida en el poder. Ahora resalta el empeño del nicaragüense Daniel Ortega de forzar la Constitución de su país y habilitarse para ser reelecto presidente, acariciando la perspectiva de ganar, esta vez corriendo con el ‘caballo del comisario’.



En estos nuevos caudillos que se afanan en perdurar se encuentra la misma soberbia de los que se encumbraban en el poder con golpes de Estado, soberbia que es la “madre de la intolerancia, (que) estimula a quienes ocupan el poder a pensar que lo harán de por vida. Y si algo hemos aprendido es que no importa cuándo, pero todas aquellas personas que encontramos en el camino hacia las alturas las volveremos a encontrar irreversiblemente en el descenso” (Sergio Abreu, senador y periodista uruguayo).

Esa soberbia es la que también induce a la prepotencia y a la imposición que, a la larga, hace que se vuelquen en contra muchos de los seguidores del caudillo que, decepcionados, no les queda otra opción que aceptar la confrontación inducida por los que poseen el poder. Los acontecimientos recientes prueban que quien apuesta “a la conciliación saldrá en busca de amigos y los encontrará. Si apuesta a la confrontación no le faltarán enemigos” (Mariano Grondona, analista político argentino).

Este es, entonces, uno de esos momentos en que se debe aceptar que la fuerza y la imposición no prevalecen siempre; que a los oponentes que se insiste en satanizar porque piensan diferente, les asiste el derecho de procurar nuevos esquemas y orientaciones sin ser reprimidos por ello, respetando, en cambio, la libertad de intentar otras opciones para el logro del bien común. Es también el tiempo de reconocer que la alternancia en el poder es una saludable práctica democrática. Y que, a no dudarlo, finalmente todo cambia.

Por otra parte, las idas y venidas en temas sensibles, y la agresividad amenazante seguida por la contemporización, van minando la armonía social. Se provoca el estallido social negando derechos y aspiraciones. Y cuando el ambiente se incendia por la disputa violenta, el líder, ya acosado, apela al apaciguamiento, derruyendo su autoridad y su imagen. Y es peor si el caudillo usa la propaganda oficial para apoyar sus tozudas políticas que se objetan en las calles, y luego termina perdiendo la oportunidad de un acuerdo honorable. Esta es otra de las causas para que el sueño de la eternidad en el poder se vaya desvaneciendo.

Poco a poco, como la gota que repetida perfora la piedra, las protestas van desmoronando liderazgos y regímenes en una recurrencia histórica poco advertida.

El Deber – Santa Cruz