Álvaro Riveros Tejada
“Juro… honrando los principios y valores de la Constitución del 1979…” ha dicho Ollanta Humala a tiempo de asumir la presidencia de la república del Perú, en un claro acto de desprecio a la Constitución de 1993, actualmente reinante. Tal bravata trajo a nuestra memoria la mismísima fórmula que utilizó Hugo Chávez Frías en la ceremonia que lo ungió como presidente de Venezuela. “Juro –dijo- delante de Dios, delante de la Patria, delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la República nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos…”.
Casualidad o intencionalidad calculada, lo cierto es que el ex militar peruano, al margen de empañar la ceremonia, ha tocado una de las fibras más sensibles de su compromiso con la sociedad de su país, de no transitar por el manido sendero chavista de insinuar una reforma constitucional, para instituir por la fuerza ese etnocacerismo que creó su familia, exacerbando el nacionalismo étnico dizque, para restaurar el imperio inca del Tahuantinsuyo.
Lo cierto es que le guste o no a Humala, él no puede gobernar con la constitución del año 1979, ya que el accedió a la presidencia gracias a la actual que data del año 1993 y fue aprobada mediante referéndum del pueblo peruano. De hacerlo, se pondría automáticamente fuera de la ley, para repetir la triste y patética experiencia de Manuel Zelaya en Honduras.
Ahora bien, al margen de los argumentos expuestos, la situación de los jureros vicepresidentes podría ser mucho más complicada ya que estos llevados por el escándalo y apasionamiento que desató la fórmula de su líder en medio de la ceremonia congresal, juraron explícitamente por la Constitución de 1979, lo cual inhabilita su juramento o al menos los sitúa dentro del espíritu del famoso tango de Carlos Gardel que rezaba: “Hoy un juramento, mañana una traición”.
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