Democracia y disenso

Marcelo Ostria Trigo

MarceloOstriaTrigo_thumb1 Que la oposición es necesaria para que funcione la democracia que consagra el respeto mutuo y convergente entre la mayoría y las minorías, es algo sobre lo que no parece haber dudas. Esto es el resultado de las naturales diferencias de visión y de las convicciones opuestas que son características del género humano. Sin embargo, con alguna frecuencia aparecen corrientes políticas autoritarias, con seguidores que se empeñan en la imposible tarea de uniformar el pensamiento de los ciudadanos.

Es también frecuente que estos signos de intolerancia se manifiesten cuando se pretende sacralizar políticas o medidas, pues no se admiten otros caminos que, según los autócratas, pueden conducirnos al infierno.



Sobre la oposición a la construcción de un tramo de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Moxos que atraviese el Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (Tipnis), las justificaciones del oficialismo no se basan en las diferencias de concepción sobre el impacto de la obra en un espacio protegido. El régimen, que se resiste a aceptar que es posible atender las preocupaciones de los pobladores de esa región, ha reaccionado con la acusación, el insulto y la represión violenta.

Se dijo que la oposición al trazo de esta obra proviene de los partidarios de la derecha y de los neoliberales, asumiendo que estos, por pensar diferente, son unos facinerosos y traidores. El repertorio de acusaciones, como en anteriores casos, no es muy variado: se trata del ‘imperio’ (EEUU) que, a través de Usaid, la agencia de cooperación estadounidense para el desarrollo, busca desestabilizar al Gobierno, contando con sus aliados domésticos: los opositores al ‘proceso de cambio’, proceso que –así se pretende– no está sujeto ni a la crítica ni a la oposición, ya que este sería irreversible y eterno.

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Lo cierto es que con la creencia de que esta tendencia es infalible, cualquier discrepancia es poco menos que un delito. Los agresivos desmentidos o aclaraciones oficialistas son el resultado de esa preocupante intolerancia.

Quizá, una de las debilidades de la democracia sea su incapacidad de prevenir este tipo de autoritarismos. Pero, en verdad, hay muchas otras desventajas que sobrevienen: “El maravilloso instrumento del poder” permite la imposición y, como ya viene sucediendo, se hacen esfuerzos para anular cualquier otra opción política, como corresponde a una sociedad con pluralidad democrática. Por el contrario, hay esfuerzos para descalificar las tendencias distintas al populismo.

Es más: no se acepta las lecciones de la historia. Los esquemas no son eternos; ningún sistema puede ser edificado para perdurar indefinidamente. De alguna manera la concepción populista de perdurabilidad se emparenta con el otro extremo ideológico: la tesis de Francis Fukuyama, que sostenía que ha llegado el fin de la historia y que la confrontación de las ideas ha terminado. Sucede, y sucederá, lo contrario. Y aunque la historia no se repite necesariamente, puede presentar similitudes imposibles de ignorar. Y vaya que en América Latina se ha dado un corsi e ricorsi de dictaduras, autocracias, intentos democráticos y populismos destructivos.

No es posible predecir con exactitud los acontecimientos políticos en un país. Pero cuando hay preocupantes signos de deterioro institucional, de opresión abierta, junto a una creciente insatisfacción de los ciudadanos que muestran inconformidad y resistencia, puede significar que ha comenzado la cuenta regresiva.