Camino de la autocracia

Manfredo Kempff Suárez

Después de un nuevo y brillante Carnaval en que todos participamos, cuando ya estamos llegando a cimas mundiales en prestigio sobre jarana y cultura folclórica, también estamos forzados a volver la mirada al país y preguntarnos qué diablos vamos a hacer para no hundirnos y que Bolivia no deje pasar el último tren sin asirse de la cola para no quedarse sola en la más desierta y abandonada estación.

Aunque chillen y ladren amigos y adversarios – porque lo que voy a decir será una herejía para algunos ingenuos y muchos impostores – debemos reconocer que no nos está yendo muy bien con la democracia. No puede haber una nación que en aras del respeto a las libertades ciudadanas (pese a que se mata gente como en las dictaduras) esté sometida a la consigna del paro, el bloqueo, la marcha, la demanda, los pliegos sindicales, y que en esa sociedad la mitad de los habitantes vivan en las calles reclamando beneficios al Estado mientras la otra mitad trabaja como puede.



La mayoría de los bolivianos, después de los años de gobiernos fácticos, creyeron que alcanzada la democracia ya no había que trabajar. Pensaron que el país les debía mucho por aquellos años de represión y de privaciones, al extremo que estaba en la obligación de mantenerlos. Y ahora están defraudados porque la vida no había sido así; porque la democracia no es un sistema para vagabundos; porque la democracia es para gente consciente y educada; porque no funciona con turbas vandálicas ni ociosas; porque el estado de derecho tiene que defenderse y obligar el acatamiento a la ley a quienes se creen sus acreedores vitalicios.

¿La peor democracia es preferible a la mejor dictadura? Es posible. Pero hay que tener en cuenta que las democracias desbaratadas por dentro, las que son destruidas desde sus propios cimientos, las que no ofrecen esperanzas de bienestar, se derrumban solas, y como las naciones tienen que seguir subsistiendo, como no pueden terminarse porque sí, viene primero el caos total (al que estamos llegando) y luego se impone el grupo más fuerte, convertido en dictadura, naturalmente. Puede ser una tiranía chola, indígena, como militar, proletaria, oligárquica, o mafiosa.

¿Qué sociedad puede surgir, crecer, desarrollarse, si lo que ha aprendido es que toda necesidad se le arranca al Estado a través de la extorsión? ¿Además, cuando esa sociedad tiene la seguridad, como sucede en Bolivia, de que el gobierno de turno tiene que ceder a sus exigencias porque de lo contrario habrán crucificados de mentira y falsos huelguistas de hambre? Sólo algunos marchistas que caminan durante semanas se sacrifican verdaderamente. ¿Para obtener qué? Para no obtener nada. Para ser estropeados y burlados.

El hecho concreto es que la mitad de Bolivia se dedica a torturar a los gobiernos y no trabaja y la otra mitad hace malabarismos para sobrevivir. Maestros, estudiantes, recoveras, comerciantes, transportistas, médicos, campesinos, todos los gremios y sindicatos, cuando quieren, a la hora que desean, se declaran en “emergencia”, para poner al gobierno de rodillas y obligarlo a cumplir con sus exigencias, que por desmedidas no se cumplen, y entonces regresa el círculo vicioso hasta torcerle el brazo al Ejecutivo.

Bolivia no produce más; vende más caro. Los bolivianos no se han educado más; se han confundido con sofismas curriculares. No hablamos más idiomas, sino que estamos perdiendo hasta el español. No nos interesamos por la tecnología ni la ciencia, sino por la mitología andina. No hemos trascendido favorablemente en el exterior, sino que nos estamos enfangando en el lodo devorador de la coca-cocaína. No hemos obtenido una mayor cultura cívica, sino que se han echado por la borda todos los principios fundamentales del estado de derecho. Y no se respeta la Constitución ni las leyes – cuestión vital en democracia – porque se acabó cuando la imprescindible división de poderes ha quedado dominada por un pulpo de cien tentáculos que se llama Órgano Ejecutivo.

Una nación donde todos los días existen bloqueos de caminos, marchas, y paros “movilizados”, no puede progresar. Hay bloqueos en Argentina, por mencionar a un país vecino, pero eso no es cotidiano; la democracia boliviana los sufre todos los días. Las manifestaciones son legales en democracia, nadie lo discute. ¿Pero cómo se puede progresar con una nación en bloqueo permanente? ¿Cómo vamos a marchar al paso de los demás vecinos si mientras ellos vuelan nosotros no podemos trasponer nuestras propias trancas?

Está claro que Bolivia se encamina hacia una autocracia luego de 30 años de una democracia violada muchas veces, tumbada en tres oportunidades, y hoy puesta en el los niveles más bajos del escarnio nacional e internacional. Este Estado Plurinacional que ha remplazado a la República puede ser cualquier cosa pero no es una democracia como se la entiende en Occidente. Aquí no hay ni Dios ni ley. Se acaban las esperanzas de los ilusos.