El arte de la contrainteligencia

Álvaro Riveros Tejada

Riveros Mal podía imaginarse Evo Morales al despegar del aeropuerto de Moscú, luego de asistir a una reunión de países productores y exportadores de gas organizada por el presidente ruso Vladimir Putin, que su vuelo ocasionaría una hecatombe diplomática de notables dimensiones, al tratar de sobrevolar por cielos europeos y enterarse con sorpresa que: Francia, España, Italia y Portugal prohibieron sin mayores explicaciones dicho sobrevuelo, obligándolo a descender en el aeropuerto de Viena, capital del país que muy pronto nos construirá el teleférico.

Este desafortunado incidente, al pasar de lo ingrato a lo anecdótico, nos lleva a recrear una inconfundible imagen típica de la guerra fría que todos pensábamos superada y encasillada en los anales de la industria cinematográfica de Hollywood. Empero, vemos que las características de esa campaña de baja intensidad han variado y hoy, gracias a los avances de la tecnología, se sitúan exclusivamente en el campo de los servicios de inteligencia de las potencias involucradas, especialmente en Rusia, China, EE.UU. y Europa, donde las dos primeras se disputan con las segundas la amistad y los recursos de esta indómita región latinoamericana.



Echando mano a la premisa policial que, a tiempo de desentrañar un crimen reza: “¿A quién beneficia el crimen?” convendremos que de los asistentes a la reunión de Moscú, existen sólo dos claros sospechosos: Putin por un lado que, como experto agente de inteligencia por más de 30 años, fue jefe del servicio de espionaje de la temible KGB, donde se tornó en uno de los políticos más populares de Rusia, para convertirse Luego en el presidente de ese país y en un multimillonario accionista de empresas petroleras. Por otro lado, políticos del ALBA cuya popularidad en sus países está en franca picada.

El objetivo por parte del primero, como se dijo, es el de atraer los ricos contratos petroleros hacia las empresas rusas, menoscabando las relaciones de los países latinoamericanos con EE.UU. y Europa. Entonces, aprovechando la excelente coyuntura que le brindaba el caso del joven espía norteamericano Edward Snowden y la reunión que simultáneamente se celebraba en Moscú, fue fácil gestar, impulsar y/o perpetrar este zafarrancho “lanzando un globo de ensayo” como se conoce en la jerga del mundo del espionaje, para conocer primero, la reacción de los servicios de inteligencia externos ante la eventualidad de una posible salida de Snowden de suelo ruso y después, poner en ridículo a los países occidentales involucrados.

A tiempo de repostar el avión de EMA en el aeropuerto de Moscú, hoy plagado de espías occidentales, es fácil imaginar que antes de su partida hacia La Paz, un doble del espía Snowden pudo introducirse en la aeronave presidencial y salir luego, disfrazado de obrero del repostaje, algo que pasó desapercibido para los agentes que no dudaron ni un instante en dar el chivatazo a su central en Europa y ésta a su vez a los distintos países que prohibieron el paso por sus espacios aéreos. Por el resultado, no pudo ser más brillante y gratificante el éxito logrado con esta celada.

Portugal informó a través de su cancillería, que trasmitió a las autoridades bolivianas, antes de que la nave presidencial despegara de Moscú, la prohibición de sobrevolar su territorio por “razones de orden técnico” y que: “éstas, después de más de 24 horas después de la notificación, no aceptaron estudiar una ruta alternativa e insistieron en un procedimiento que habría violado la soberanía de ese país luso”.

Es ahí que para entender este intrincado acertijo caemos en la única pista que consiste en la conversación del piloto del avión presidencial con la torre de control del aeropuerto de Viena, donde: “solicita permiso para aterrizar por precaución, porque carece de una buena lectura de uno de los medidores del nivel de combustible”. Habiendo sólo volado una hora veinte minutos, tiempo que cubre el tramo Moscú –Viena y a sabiendas que el Falcon 900 tiene una autonomía de vuelo de más de 8 horas, se supone que luego de aterrizar, lo primero que atinarían las autoridades aeroportuarias era desplegar personal técnico que ayude a resolver la falla declarada, y proceda a repararla. Este ajuste tendría una duración de más de siete horas. Por lo arriba expuesto ¿Fue toda esta historia un atentado? O simplemente se trató de un magnífico arte de ejercer la contrainteligencia.