La Revolución Cubana y la cultura cotidiana


H. C. F. Mansilla*

MANSILLA La renovada fama de la Revolución Cubana dentro de los movimientos radicales del área andina requiere de algunas correcciones. En este artículo me referiré al terreno de la cultura en sentido amplio. Desde un comienzo la educación revolucionaria cubana ha exhibido una inclinación hacia valores tradicionales y nada democráticos como la laboriosidad, la disciplina y el respeto total a las jerarquías de mando. Ya en la década de 1960-1970 nadie se atrevió a criticar la militarización del campo educativo, porque era una concepción programática de carácter oficial ─es decir: sagrada─ y, por ende, únicamente podía ser positiva. Escuelas de todo tipo fueron puestas desde entonces directamente bajo supervisión militar, como una posibilidad exitosa de acabar con el caos y la ineficiencia. La orientación general de acuerdo a valores como la obediencia absoluta y la uniformidad universal no producirá aquel "Hombre nuevo" con el que soñaron los revolucionarios de la primera hora y los románticos del presente.

La situación en la esfera de la cultura es más problemática de lo que parece a primera vista. La proverbial libertad de expresión cultural en la primera década de la revolución es algo que existió más en la fantasía de los intelectuales simpatizantes que en la dura realidad, mientras que ya a partir de 1970 el conocido escándalo alrededor del poeta Heberto Padilla ocasionó los conocidos fenómenos de control, censura y productos literarios faltos de espíritu crítico. El gran poeta oficialista Nicolás Guillén expresó una vez el sentir del gobierno acerca de la libertad cultural cuando afirmó que los escritores y artistas cubanos deberían cumplir "con su deber" como "soldados", amenazándolos simultáneamente con el "castigo revolucionario más severo" si cometían "errores políticos".



En el campo de las pautas generales de comportamiento se impuso paulatinamente una política de rasgos totalitarios, que consiste en la búsqueda a toda costa de la "unidad" social e ideológica. Los dirigentes creen que las diferencias y variedades sociales, organizativas, culturales y hasta étnicas obedecen a causas "artificiales", que son el producto de un pasado negativo y de una experiencia revolucionaria aun imperfecta, presuponiendo necesariamente una armonía e uniformidad "naturales", la cual sobrevendría cuando hayan cesado todas la "contradicción" del orden precomunista. En Cuba se puede advertir la inclinación, a veces caricaturesca, a identificar totalmente jefatura y masas, a pasar por alto aspectos que no pueden ser integrados exhaustivamente en un todo armónico (no importando sus incongruencias lógicas e históricas) y a crear un sentimiento de solidaridad que no admite réplicas. Ejemplos de esto se dan desde la construcción monolítica del partido hasta las campañas de unidad política continental pasando por el uniformamiento de la vida cotidiana en la isla. En el campo intelectual, por ejemplo, esta corriente se manifiesta por un maniqueísmo acerbo (lo revolucionario, bueno y radiante, frente a lo reaccionario, perverso y lúgubre), acompañado por un memorable desprecio hacia el espíritu crítico y escéptico.

Es impresionante el grado en que la vida social y política suministra a cada ciudadano una visión cuidadosamente controlada del mundo, lo que sucede por medio de las organizaciones masivas, la prensa, la televisión y otros instrumentos menos sutiles, como el racionamiento de víveres. Lo que se busca mediante las gigantescas campañas de instrucción revolucionaria es formar ciudadanos que sean laboriosos en el trabajo, obedientes hacia la jefatura, amantes de su país y de su constitución socio-política y desafectos a poner cualquier cosa en cuestionamiento. Para ello se ha recurrido a la proliferación de organismos burocráticos encargados del control social, a una genuina industria de la consciencia y a la utilización del simbolismo patriótico, combativo, carismático y profundamente tradicional. La retórica oficial de la lucha permanente tiene por objetivo la movilización de grandes segmentos de la población en pro de motivos dictados desde arriba y permite además atribuir al "enemigo" las culpas por todo fracaso. Se trata de un viejísimo ardid para lograr una mayor cohesión social en torno a la jefatura del momento y para proveer a la población de un sistema explicativo simple, pero eficaz.

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La vida cotidiana en Cuba es asimismo una combinación de racionamiento continuado con algunos raptos de orgullo nacional; el haber resistido victoriosamente a las presiones norteamericanas se entrelaza con la irritación diaria que causan las colas interminables, las deficiencias de los servicios públicos y la pérdida de tiempo para cualquier trámite o compra. Las posibilidades de instrucción se han ampliado considerablemente, pero la gente no sabe cómo emplear su tiempo libre en una sociedad puritana y aburrida; el nivel educativo es más alto que nunca, pero los jóvenes están obligados a leer los textos más áridos de la historia. La revolución fomentó en sus primeros años heroicos el surgimiento de una escala de valores que, si bien no era totalmente distinta de la vigente bajo el capitalismo, tendió durante largo tiempo a orientarse hacia el igualitarismo. Esta ética colectiva está sucumbiendo ahora al consumismo más grosero, típico de una carestía excesiva, tal vez a causa del derrumbe del sistema socialista mundial y de los efectos de demostración irradiados por la exitosa cultura norteamericana, pese a crisis momentáneas del campo económico.

*Filósofo, cientista político y escritor