Asamblea Constituyente, indianismo y fantasmas sueltos

H. C. F. Mansilla*

MANSILLA Durante largos meses tuve que leer los documentos emergentes de la Asamblea Constituyente (2006-2008), sobre todo los de la Comisión Visión País de la misma. Los productos de esta comisión son interesantes a causa de su carácter teórico-ideológico y porque exhiben las tensiones políticas que se suscitaron en la Asamblea, los anhelos de refundar el Estado Plurinacional y también el potencial de conflictos en torno a la identidad nacional boliviana. Estos documentos son de una cierta riqueza conceptual, lo que contrasta con el conocido hecho de que en las escasas plenarias de la Asamblea Constituyente no hubo ningún debate intelectual acerca del texto constitucional propiamente dicho. La Comisión Visión País produjo una cantidad considerable de debates, resoluciones y proyectos, que hasta ahora no han sido objeto de estudios en ciencias sociales. El análisis de estos escritos brinda luces sobre las esperanzas, las utopías y los planes políticos de importantes sectores sociales del país, pero también nos muestra sus prejuicios y limitaciones. Y, por debajo de la retórica revolucionaria e indianista, estos documentos señalan claramente hasta cuál grado ha sido internalizada la detestada civilización capitalista-occidental como si fuese un resultado propio de las culturas aborígenes. Estos son los fantasmas sueltos de la temática.

En el seno de esta comisión se reprodujo una visión simplificada y simplificadora de la realidad social e histórica del país, visión que en forma anticipada que aparece en la obra de Fausto Reinaga y en las concepciones indianistas y descolonizadoras. En las discusiones de la Asamblea Constituyente se podía percibir que los indianistas, en el fondo, querían alcanzar resultados modestos, como una mayor participación política y una integración más amplia de los indígenas en el mundo moderno, y no un cambio radical de paradigmas de vida. Estos componentes dispares del imaginario colectivo nos remiten a los vínculos que se han dado entre el proceso de globalización (de carácter moderno, capitalista y universalista) y la preservación de valores autóctonos (a menudo de cuño particularista, colectivista y premoderno). Por consiguiente, el análisis de la controversia entre particularismo y universalismo resulta muy importante para comprender los dilemas centrales de las identidades colectivas, el trasfondo del resurgimiento de las concepciones indianistas y la divulgación de un marcado afecto anti-modernista en el área andina, que casi nunca pasa al plano de la praxis cotidiana. La constelación resultante está signada por la existencia de varios conflictos trabados entre sí: la polémica entre la preservación de lo tradicional y ancestral, por un lado, y la adopción de lo moderno y occidental, por otro; la controversia entre los valores indigenistas y las normativas universalistas; la hostilidad entre una élite urbana privilegiada y los dilatados sectores indígenas rurales, que combaten una discriminación secular y se sienten excluidos; y la contienda entre diferentes comunidades étnico-culturales por recursos materiales cada más escasos y, simultáneamente, las pugnas por la ampliación de los espacios de hegemonía política. Sobre estos fantasmas sueltos se habla y se escribe poco, por razones fácilmente comprensibles.



El análisis de estos aspectos, a menudo ignorados, es importante en términos supranacionales, porque, después de todo, Bolivia no está aislada del contexto globalizador y menos aún en el campo del comercio y las modas de consumo masivo. Si se compara a Bolivia con los países más modernizados del área sudamericana, como Argentina, Brasil y Chile, pero también con Colombia y Perú, se detectan algunos factores medibles empíricamente, como la baja productividad laboral, la inclinación a la fiesta, por un lado, y al tumulto, por otro, la poca predisposición a la apertura cultural y una mayor propensión al autoritarismo. Sin ejercer una falsa compasión a causa de los fenómenos seculares de discriminación, debemos preguntarnos si este contexto tiene (o no) una vinculación discernible con el florecimiento del indianismo y de las doctrinas de la descolonización, que, en su mayoría, sugieren la imagen de una identidad original y única, pero que se cierra a comparaciones supranacionales y a ponerse a sí misma en cuestionamiento.

El paradigma de esta identidad sin mácula estaría representado – según Franz Tamayo, Fausto Reinaga, los indianistas y los descolonizadores – por la organización social prevaleciente en el ámbito prehispánico y en las comunidades campesinas no tocadas por la modernidad. El resurgimiento de estos modelos arcaicos mediante la promoción gubernamental, con sus rasgos marcadamente verticalistas y paternalistas y su aislamiento frente al mundo exterior, conlleva hoy en día un proceso de involución histórico-institucional, que el régimen populista utiliza virtuosamente para manipular la consciencia colectiva en las áreas rurales y para consolidar la aversión hacia los mecanismos relativamente abstractos y complejos de la democracia moderna. Las doctrinas indianistas sostienen que este ámbito precapitalista no ha conocido las alienaciones modernas porque allí no había ni hay ni dinero, ni comercio, ni forma alguna de explotación. Pero este orden social tan humano, cuya localización es premeditadamente nebulosa (puede estar en el pasado mítico y también en el futuro anhelado), está orgulloso, al mismo tiempo, de poseer los instrumentos generados por la racionalidad occidental, como la tecnología más moderna para el trabajo agrícola y para la esfera del ocio juvenil.

En la acción propagandística acerca de este sistema casi perfecto de ordenamiento social se puede constatar un notable potencial conservador bajo el manto revolucionario de nociones anti-imperialistas y anti-occidentales.

*Escritor, filósofo y cientista político

El Día – Santa Cruz