Difícil tarea de romper con las apariencias

Maggy Talaveramaggy-talaveraLa ambigüedad del ser humano está presente en todos los tiempos, pero tal vez nunca con tanta fuerza como en tiempos de ‘fiestas democráticas’, como solemos llamar a los procesos eleccionarios. En esos tiempos (al igual que en las guerras) aflora con más fuerza que nunca ese carácter ambiguo de los seres humanos, marcado por las dudas, la confusión y la pérdida de valores que se refleja tanto en quienes prometen lo que no van a cumplir, como en quienes aceptan la mentira por conveniencia o connivencia.Lo estamos viendo ahora en Bolivia, en plena campaña con miras a las elecciones de octubre. Hay una tácita aceptación entre partes –candidatos y electores– de que las apariencias valen más que la realidad. Un juego al que se suman no pocos medios de información, más preocupados en asegurarse una buena tajada de las ganancias que genera el negocio de las mentiras, que en complicarse con la tarea de ir más allá de las apariencias. Total, “así nomás es”, dicen casi al unísono las tres voces.Una vergonzosa resignación que debería preocuparnos, porque allana el camino nada menos que a uno de los males que, supuestamente, decimos temer y querer combatir: el totalitarismo. No solo el que amenaza emerger desde el poder central, sino también el que está latente en otros grupos de poder local.Ya lo dijo Ramón Alcoberro, un filósofo catalán, al comentar la obra de otro pensador, Haval: “El sostén del totalitarismo se halla en esa gente que actúa como está mandado sin preguntarse ni por qué ni cómo, ni con qué legitimidad; la gente ‘normal’ que simplemente hace lo que se le obliga a hacer por comodidad, porque es lo ‘normal’”. En otras palabras, como acostumbramos a decir nosotros, porque “así nomás es”.¿Acaso no es lo que se escucha decir en estos días, “así nomás es”, ante esas mezclas de aceite y agua vistas en las listas de candidatos de los frentes en pugna? ¿O frente a las mentirosas propuestas electorales? ¿O al enterarnos del ‘pasa-pasa’ de dirigentes o personalidades de toda laya que saltan de un bando a otro, como si nada, alegando no pocas veces urgencias de estómago o de bolsillos?Claro, esa vida de mentiras puede incluso resultar plácida, como dice Alcoberro, pero es esa forma de vida la que amenaza llevarnos de regreso a regímenes totalitarios. Es necesario tomar conciencia de ello, para no lamentarnos después con un “no sabíamos lo que hacíamos”. Por el contrario, tendremos que aceptar voces como la de Vladimir Jankélévitch, diciendo: “Padre, no los perdones, porque ellos sabían lo que hacían”.El Deber – Santa Cruz