Libertad para morir

Karen Arauzkaren-arauzA una mujer de 29 años, desahuciada, se la quisiera disuadir de no acabar con su propia vida, como se suele exhortar al depresivo de que hay  toda una vida por delante. Sin embargo, la verdad es, a veces, totalmente diferente a la realidad.Pocas noticias han agitado en los últimos tiempos a los medios y a las redes sociales, como la decisión de Brittany Maynard de recurrir al suicidio asistido, legal en escasos lugares del mundo, con la convicción,- que lo que ella consciente y libremente-, expresó como una decisión inmutable: darse a sí misma la opción de una muerte digna. La prensa ha recogido a lo largo de años, situaciones desde el punto legal, de la libertad o no, que puede ejercer un ser humano de dar fin a su propia existencia.El debate intemporal va más allá de las consideraciones de tipo religiosas que son,  por supuesto, absolutamente respetables. La vida, dada por Dios, sólo puede ser quitada por él y la posición de la Iglesia católica es tan irreductible como la relativa al aborto. Para los no creyentes, la mayor oposición a un suicidio asistido o a una eutanasia, es más de naturaleza ética y moral.La eutanasia, es la suspensión de medidas artificiales de vida ante un estado vegetativo irreversible o cuando los recursos de la ciencia médica, son impotentes para evitar sufrimientos extremos. Son muchos los casos, en que las familias han perseguido por décadas, una resolución de la justicia que libere a un enfermo de permanecer mecánicamente sobre- asistido, sin ninguna posibilidad de recuperación. La eutanasia, que etimológicamente significa «buena muerte», no es necesariamente una solicitud consciente del enfermo. En esto difiere del suicidio asistido, mediante el cual sí es la persona misma, enferma, la que pide cortar su vida por razones médicas definitivas.¿Fue Brittany Maynard una mujer cobarde o valiente? El debate es tan intenso como la noticia en sí. Puede que haya sido una decisión no sólo valiente, sino de una gran generosidad y amor hacia su gente más cercana. Muchos hemos conocido personas que estando en situación similar, desearían tomar la estoica decisión, no sólo por evitarse dolores y deterioros insoportables, sino también, para liberar a la familia de la inmensa pena de no poder hacer nada por el ser querido y probablemente empobrecerla en extremo, lo que aumenta la angustia de un enfermo terminal.Buscando una palabra autorizada, opté por un ensayo del Dr. Enrique Bonete, catedrático de Filosofía Moral de la Universidad de Salamanca y propulsor de la Tánata-ética, con el objetivo de buscar una aproximación filosófica a algunos de los grandes pensadores  que desde siempre han ahondado en la temática, a la que los demás optamos por soslayar por la complejidad y conmoción que causan conceptos como muerte asistida o eutanasia.Séneca fue quien entendió el suicidio como la consumación de la libertad para acabar con la vida cuando la considera indigna. Honor y libertad son las dos banderas que enarbola el filósofo estoico para sustentar que «el suicidio es un acto moral y valiente, nunca de desesperación o cobardía. El suicidio no es ir contra Dios quien ya nos ha destinado a todos a la muerte.»Hume, considera presuntuoso no disponer del «poder otorgado por la Providencia, al verse obligado a prolongar una vida odiosa, llena de dolor, de enfermedades, de humillación y de pobreza». Para Kant, la dignidad es llegar hasta el suicidio. Su argumento se centra en que hay que respetar la humanidad  en nuestra propia persona, pues sin este principio ético, «el hombre es indigno de vivir y lo coloca a nivel de los animales».Para Nietzsche, «se debería por amor a la vida, querer la muerte de otra manera.  Morir con orgullo cuando no se puede vivir con orgullo». «La muerte elegida libremente, realizada a tiempo, con lucidez y alegría, entre hijos y testigos, de modo que resulte posible una despedida real».Brittany Maynard se acercó -más que a ningún otro- a Schopenhauer quien afirma que «el suicida ama la vida, sólo no acepta las condiciones en que se le ofrece. Al destruir su cuerpo, no renuncia a la voluntad de vivir, sino a la vida misma». Quiere vivir y aceptaría una vida sin sufrimiento, pero sufre indeciblemente porque las circunstancias no le permiten gozar de la vida.Sobre cuán libre es el hombre para afrontar una circunstancia propia sobre la que no acepta apelación, continuará por siempre rondando el pensamiento singular, así como propiciando foros de extrema profundidad y controversia.Borges, epiloga así su admitido cuento favorito «El Sur»: «…sintió al atravesar el umbral, que morir en una pelea a cuchillo, a cielo abierto y acometiendo, hubiera sido una liberación para él, una felicidad y una fiesta en la primera noche del sanatorio, cuando le clavaron la aguja. Sintió que si él, entonces, hubiera podido elegir y soñar su muerte, ésta es la muerte que hubiera elegido y soñado». Y tal vez, por lo mismo, ante la pregunta de qué se llevaría de este mundo al morir, Jorge Luis Borges contestó: los momentos de arrojo que tuve en la vida.El Día – Santa Cruz