La terrible masacre de 43 normalistas en Iguala, México, es una muestra de lo que puede suceder en un país que permite tanto la formación de clanes y cárteles del narcotráfico como su control de porciones del territorio nacional.La matanza de los estudiantes a manos de narco-terroristas es una alerta roja para Bolivia, donde en los últimos años y ante la pasividad gubernamental han proliferado los “emisarios” de grupos como las FARC, el Comando Vermelho, Sendero Luminoso y los mismos cárteles mexicanos.Al mismo tiempo, amplias zonas del país como el bastión presidencial del Chapare se han convertido en auténticos “territorios liberados” para el narcotráfico, donde la presencia policial es poco menos que imposible y donde los cultivadores de coca-para-cocaína imponen su propia ley.El citado caso de México es un ejemplo de cómo narcotráfico y política populista van de la mano: en Iguala, habría sido el alcalde del Partido de la Revolución Democrática (izquierda pro-chavista) el principal impulsor del genocidio.Bolivia aún está a tiempo de desactivar la bomba de tiempo del narco-terrorismo, pero esto exige conciencia y movilización de la sociedad civil para cuestionar, exigir y desenmascarar…[email protected]