Gritos y susurros

Claudio FerrufinoFERRUFINO1Nada, solo robarle el título a Ingmar Bergman sin intentar pasar esa historia suya de enfermedad terminal a otra, igual terminal, la de Bolivia como país. Gritos y susurros de una endiablada muchedumbre de acólitos analfabetos y delincuentes, letrados y delincuentes también, y la asechanza histérica de dos líderes que como gemelos encontrados le han hallado a esto una boyante veta comercial.En Bolivia la política no es asunto serio. La fiesta sí. La filosofía del “meterle nomás” está tan arraigada entre nosotros que es idiosincrásica. Se la permite, se la respeta. Pendejo es, en la acepción de vivo, quien logra engatusar a los demás, en el fraude perenne de nuestro intercambio social, en la falsa comunidad de individualismos mezquinos. ¿Seria la política? Jamás aquí, donde hasta los “inteligentes” ofertan las nalgas por mínimo rescate; a veces por una palmada de amo. Vidas perras, amores perros… sin siquiera tocar el detalle no de pueblo enfermo pero de pueblo cobarde.Hay malestar por lo que está ocurriendo en el Beni. Pero al Beni, quizá el último espasmo de orgullo boliviano, se lo abandonó ya, hace bastante. Parece no importar. Salen manifiestos, se dice y se desdice, pero al fin, y siempre, los Dióscuros de palacio se  salen con la suya. País en venta, este, o ni tanto; país expuesto, mejor, al embate y la toma de quien pueda hacerlo. Total, aquí se practica una experiencia social única en la historia de las Américas. Mentira, así conviene a los gringos, que prefieren no rascar el caparazón del narcoestado y verlo como tal. De todos modos es asunto secundario aunque delicado, porque nadie quiere conceptualizar erróneamente al embaucador indígena, ni que se dude de la corrección política de sus movimientos en cuanto a minorías y movimientos sociales. Mejor dejarlo así, que no pesa tanto, y sigue proveyendo al mundo de “mercancía” que engorda más a cristianos que a moros, más a banqueros que a pueblos, haciéndole el juego a la mafia y el gran capital. Nada mejor que una bufonada rojilla para esconder el fantástico negocio millonario.¿Cómo romper la demencial tradición de lucrar a como dé lugar, de creer que el expolio de una tierra pueda ser eterno? Tengo ideas no muy piadosas que causan escozor entre la cagalera intelectual. No soy, ni quiero serlo, políticamente correcto, porque en primer lugar en Bolivia no hay política, y la supuesta brillantez de tipos como el Mono Paz eran solo arrebatos patronales en una marea de pueblo agobiado por el peor síndrome, el de pongo. Un cirujano, es lo que se necesita, eficiente y brutal. No retórica sino bisturí. Saquen sus propias deducciones.Acusamos a Morales y al otro de una y más cosas, pero no nos acusamos a nosotros mismos de ser los artífices de encumbrarlos. Si a simple vista, con un análisis superficial de qué fuimos y qué somos, estamos ante la mejor representación nuestra en toda la historia. El uno y el otro, más el primero que el segundo, es la materialización de todas las taras bolivianas; por eso, a pesar de que se discrepe, nos hace sentir tan bien, como si el hecho de haber sido paridos en el fin del mundo al fin hubiese hallado justificación e incluso alegría.Gritos y susurros, los extremos, jamás la llaneza del valiente (léase cojudo) que plantando bandera enfrente con hidalguía al oponente. En Bolivia hasta la mente, ideas, convicciones políticas (si las hay) sirven de objetos de mercadeo, trueque, contrabando. Si a este pueblo se lo pusiera en un cuadrilátero de lucha libre y se le asignara una máscara sería la de Mil Caras, aquella vieja leyenda mexicana del deporte. Y Evo se convierte en el emblema de todo lo que no se debe ser para conformar un país, y todo lo que sí para conformar Bolivia.El Día – Santa Cruz