Crucifijos

Agustín Echalar AscarrunzECHALARA lo largo de estos años se ha acumulado una serie de grandes injusticias. Callar al respecto, cuando se tiene una autoridad moral del calibre de la del sucesor de Pedro, no deja de crear un cierto desasosiego.Un crucifijo hecho en una hoz y un martillo es, a primera vista, un esperpento un tanto contradictorio, sobre todo si considera que se asocia la hoz y el martillo a los símbolos de la Unión Soviética, cuya revolución consideraba a la religión como el opio de los pueblos. No hubo en la historia de la humanidad un poder político tan grande que afrontara tan directamente al poder religioso como lo hizo la una vez poderosa URSS.Con un poco de buena voluntad (y un gran despiste) podríamos jugar con la idea de que la cruz de la hoz y el martillo significan la recrucifixión de Cristo por parte del comunismo, pero claro, sabemos que es en realidad un interesante símbolo que plasma, tal vez, los conflictos íntimos en los que vivieron sacerdotes como Luis Espinal, comprometidos con su fe, pero también con una revolución o un proyecto casi bolchevique.La entrega del sui géneris regalo por parte del hermano Presidente al hermano Papa plasma también algo del contradictorio ch’enko en el que se mueve el Gobierno de esta tierra inocente y hermosa. El promotor del respeto a la Madre Tierra, que a la vez destruye parques nacionales e insiste en crear plantas termonucleares, el líder del buen vivir, con Lexus en la puerta y avión de 38 millones de dólares en el hangar, el político que hace una nueva Constitución para luego desobedecerla y finalmente cambiarla, puede sentirse a gusto con un símbolo tan enredado.Su Santidad puso una cara de extrañeza cuando recibió el regalo y todo el mundo se lanzó, ya sea a criticar el hecho o a defenderlo. Curiosamente la defensa tuvo más que ver con que era una cruz que Luis Espinal hubiera forjado, como si sólo ese detalle ya fuese un aval incontrastable.El regalo cobró un nuevo sentido a partir de algunas expresiones que vertió la ilustre visita durante el encuentro con los movimientos sociales. Su discurso allí fue netamente político. Abogó por una economía no capitalista, por un rechazo a la acumulación de riqueza, por un rechazo al consumismo. Abogó porque el dinero esté al servicio de la gente y no al revés, y por un sistema de mayor redistribución, donde todos tengan derecho a una vida digna.La hoz y el martillo, que en realidad representan a los campesinos y a los artesanos, renacieron en las palabras del Santo Padre e invitaron a reflexionar sobre el parecido, o si se quiere el parentesco, que existe entre el socialismo y el cristianismo; es más, entre el comunismo y las enseñanzas  de Jesús.Evo ha salido fortalecido de esta visita papal y la Iglesia Católica también. En el camino ha quedado, sin embargo, algo pendiente: el proceso de cambio puede tener una serie de virtudes, pero a lo largo de estos años se ha acumulado una serie de grandes injusticias. Callar al respecto, cuando se tiene una autoridad moral del calibre de la del sucesor de Pedro, no deja de crear un cierto desasosiego.Existe, por supuesto, la esperanza de que lo que hemos visto ha sido un proceso de amaestramiento, que el Papa se ha estado ganando la confianza de los poderosos para luego influir positivamente en ellos. Si eso es así, el silencio de esta semana se justifica plenamente. Ya veremos más adelante en qué decantan las cosas.Mientras tanto, queda el curioso crucifijo, que al momento de ser entregado a Su Santidad pudo haberse visto como una provocación sin sentido, pero que no deja de ser una pieza interesantísima, y que de seguro se convertirá en parte de la oferta de souvenirs de la calle Sagárnaga.No me molestaría tener una copia. Aunque debo decir que el crucifijo que más me ha llamado la atención es uno que se expone en el Museo Universitario Charcas en Sucre. La figura en cuestión, seguramente del siglo XVIII, es una bella y delicada escultura. El cuerpo del Redentor está sólo cubierto por un pedazo de tela por delante y deja los sagrados glúteos al aire. La pieza justifica una visita al museo.Los Tiempos – Cochabamba