El arte es economía

Miguel Vargaspaleta“A ver, baila alguito para los amigos”, “vengan pues a tocar a mi restaurante, así los podemos promocionar”, “¿Paga?, ¿acaso no actúas por amor al arte?”, “para estar en este casting tienes que dar una contribución”, “no hay presupuesto, pero les podemos dar un platito de comida”. Muchos de esos comentarios denigrantes son el pan de cada día en la vida de los artistas, cuya actividad económica —sí, señores, económica— todavía no ha sido reconocida como tal. Tanto así, que a veces ni los mismos artistas son conscientes del alcance de su labor.Si bien a muchos puristas el término de industrias culturales les causa alergia, es una realidad que debemos incluir en las dinámicas de nuestra sociedad, en los diferentes estratos, tanto por parte de las instancias públicas y privadas como por parte de la misma colectividad artística.Actualmente, el Estado y los municipios todavía fungen de auspiciadores de la cultura. No es algo malo, es genial que el Estado financie proyectos artísticos, pero el objetivo final debe ir más allá: debe crear mecanismos para que estos emprendimientos se conviertan en algo autosostenible. Y, si se paga por algo, se debe tener la certeza de su alcance.Hoy en día es casi imposible montar una obra de teatro o filmar una película sin el apoyo de los entes públicos. Peor aun cuando se acostumbra a la gente a pensar que el arte no se paga, que por ser la promoción de la cultura es una obligación del Estado ésta debe caer del cielo. Ese discurso es muy peligroso, porque le resta poder a las expresiones culturales: el arte es útil, sirve para impulsar el pensamiento, para la generación de conocimiento. Aunque suena cursi, es, pues, realmente el alimento para el alma, para la sensibilidad o como quiera llamarse; el artes es ese detonante, libre, que vincula los sentimientos con las ideas.Así de poderoso, el arte es menospreciado, y la colectividad cree que hace un gran favor cuando ofrece un espacio para que muestre lo que un artista hace, pero sin pagar por el trabajo, sin reconocer el tiempo de ensayo, los estudios y la técnica desplegada, el transporte, los viáticos y un largo etcétera. Los artistas comen, pagan los servicios.Tan metido tenemos esto en el sistema, que los propios creadores a veces se alegran por dos monedas que les ofrecen o, de corazón, regalan su trabajo, sin considerar que hay muchas entidades que prefieren presupuestar sándwiches y refrescos para el público que en un justo pago por el trabajo artístico.El arte es herramienta poderosa: moviliza a la gente, crea corrientes de opinión y renueva formas de pensar. ¿Lo apoyamos como se debe?La Razón – La Paz