La novela ha muerto (otra vez)

VARGASWalter I. Vargas*Si bien no titula propiamente así (se llama La metamorfosis de la novela), no hay duda que en el dossier que el último número de la revista Letra libres dedica al tema de la novela actual, sobrevuela ese viejo tema de la muerte o el estado terminal del género. Movidos por Hambre de realidad. Un manifiesto, un libro que no he leído de David Shields, a quien tampoco conozco, varios escritores, a quienes no he leído, hacen consideraciones de varia índole al respecto. Y creo que vale la pena decir algo al respecto.Hace muchos años leí una colección de ensayos coordinada en los años 60 del siglo pasado por Alberto Moravia, en la que grandes novelistas europeos discutían sobre la presunta crisis final del arte novelístico. Y en los años 80, gentes como Kundera y Carlos Fuentes discurrieron también en plan de camarilla vanguardista sobre el problema. Y si nos vamos más atrás aún, ¿no se ha dicho que Sterne ya pulverizó la noción de novela al escribir una especie de antinovela? Ahora, en este siglo XXI, se trata por lo visto de discurrir sobre nuevas búsquedas, nuevas transgresiones, sobre la novela posmoderna (aunque parece que incluso este adjetivo ya está un tanto demodé), cosas que se puede ver, se nos dice, en las obras de escritores como Julián Barnes o Vila Matas.Es llamativo que todos o casi todos los que participan en este documento sean también novelistas, esto es, opinan como lectores pero en tanto novelistas. De tal manera que todo hace pensar que siempre que aparece una nueva camada generacional, su forma de ofrecer sus libros es proclamar que no hay más novela, no por lo menos en el sentido tradicional. Y entonces se vuelve una vez más sobre la cantinela de cuál es la novedad de las nuevas novelas (o si todavía lo son, y no han pasado a ser otra cosa, ontológicamente hablando), y qué es lo que ya no va de las antiguas.Dice David Shields: «Cuando las redes sociales se convirtieron en la herramienta principal de comunicación para cualquier persona menor de 40 años, la novela –con su pretensión de acceso único a la interioridad– quedó obsoleta”. Pero atiendan a su argumentación central: «hay una tendencia cada vez más fuerte a borrar las fronteras entre la ficción y aquello que no lo es”. Yo digo para mi coleto: ¿acaso hay otra noción más común por la cual se ha defenestrado siempre a la novela tradicional que su afán realista?Eso, como digo, en cuanto a los practicantes intentando mostrar sus nuevas mercancías literarias. Porque en lo que tiene que ver con los lectores, sabemos que, en referencia a cierta forma artística llamada novela, sólo las hay buenas y malas, siempre se trató de eso.Y allá en la cima, el menudo problema estético del genio artístico, el único que tal vez entusiasme y justifique un interés interminable por el arte. Para poner un ejemplo malicioso en un mar de otros parecidos o peores: como lector no puedo darme el lujo de leer la novela que ha puesto a consideración el señor Carlos Mesa. Tengo que confiar en mi intuición de que es lo suficientemente trivial y previsible como para ignorarla, y seguir revisando algunas páginas de La guerra y la paz, que es lo que he estado haciendo estos días, ayudado por algunos ensayos interpretativos.Ahora bien, tengo más de 40 años pero también soy esclavo de mi celular y de la televisión, de manera que reconozco que no podría volver a leer «de pe a pa” la gran novela de Tolstoi. Pero como alguna vez lo hice, y sé que no la entendí plenamente, me he dado cuenta que releerla ahora de la manera que he comentado es la mejor forma de dimensionar una riqueza y profundidad en la descripción artística de la condición humana que difícilmente será superada.Estoy tratando de argumentar en el siguiente sentido: si se nos ha enseñado que hay ciertas novelas que son inmortales, por lo menos en un plazo de varias centenas de años, ¿por qué no averiguar si es realmente así leyéndolas, y en caso afirmativo, dejar de decir que la novela ha muerto o se ha transformado a tal punto que se ha hecho irreconocible?*Ensayista y crítico literarioPágina Siete – La Paz