Escándalos comparados en Bolivia y Brasil

Estremadoiro3Winston EstremadoiroSigue la telenovela de moda: una joven que tuvo un affaire con un Presidente conocido por intimar con un ramillete variopinto de mujeres. Víctor Paz Estenssoro decía que el poder es poderoso afrodisíaco. Sin contar cartas y espadas, su muestrario incluía activistas bolivianas, mexicanas, europeas, chapareñitas con sabor a cocal, campesinas admiradoras, trepadoras de apellidos de ‘rancio’ abolengo, la hija de una impune dignataria de pollera.La amante de 17 añitos era sindicada de conducir tejemanejes desde oficinas de un ministerio, cuyo titular lo negó aunque quizá deseaba ser capitán de su lancha. Obtuvo contratos del Gobierno por más de medio millar de millones de dólares para una firma china de la que era alta ejecutiva. Apalancada por el amante, ¿hubo tráfico de influencias? Ni que no existiera la “muñeca” como medio de influir en Bolivia.También hay melodramas en el vecindario. Sorprendió la decisión “monocrática” de un mandamás interino de la Cámara de Diputados de Brasil (el titular fue destituido por sindicaciones de corrupción), de parar en seco el proceso político de “impeachment” con el que destituirían a la presidenta Dilma Rousseff. Al día siguiente, el presidente del Senado rechazó la suspensión del proceso político, que hoy continúa.Irónico, la sucesora de Lula da Silva fue quien abrió la puerta que permitió la delación premiada, mediante la cual empezó la salpicada de la clase política del país. Ahora ella está con la soga al cuello.Primero fue el “mensalão”, dispendioso y corrupto sistema de sobresueldos con que ‘sosegaban’ a la clase política. Luego devino la operación Lava Jato, con la cual los fiscales brasileños revelaron un complot en la petrolera nacional Petrobras. Los contratistas de sus millonarios proyectos “habían pagado más de tres mil millones de dólares en sobornos a ejecutivos que a su vez canalizaron el dinero a las campañas de partidos de la coalición gobernante de Brasil”, publicó el New York Times. Era la corrupción entronizada en escuela de samba con el “jeitinho” de bandera. Cerca de 40 poderosos han sido recluidos, entre ellos los capos de ambas cámaras congresales. Se espera que la lista crezca.Quizá todo empezó cuando un Senador aficionado al canto delator y salvar su propio pellejo de mirar el cielo a cuadritos, reveló una cadena de sobornos, acuerdos por debajo de la mesa y tapujos que fueron descifrados a partir de entrevistas, conversaciones telefónicas interceptadas y datos jurisdiccionales. Su magnitud en dólares hace parecer un juego de canicas a las corruptelas bolivianas.Parafraseando al buen periodismo del New York Times, lo decepcionante es que revelaron la forma en que un partido de izquierda llegó al poder, juró acabar con la corrupción de una élite política privilegiada y terminó adoptando las prácticas de sus predecesores. Por ello están en capilla el ex Presidente y su sucesora, en vísperas de que los senadores brasileños decidan suspender a Dilma Rousseff por 6 meses y asuma su Vicepresidente, quien tal vez tiene su propia cola de paja.Salvadas las proporciones entre Bolivia y Brasil, las diferencias entre ambas situaciones políticas se presta a especulación comparativa, quizá jocosas pero al menos dilucidadoras de verdades aún ocultas. Mueve a risa y pena la tragicomedia del hijo misterioso en nuestro país; digan si no da para reír un hijo del ex presidente de Brasil que de encargado de zoológico llegó a millonario. Digan si no es cómico que un corrupto mandamás de la Cámara de Diputados acuse de corrupción a la Presidenta Rousseff. En Bolivia hay para especular si es democracia o una “vaginocracia” desde 2006, cuando José María Bakovic fue sindicado y condenado en el discurso de posesión del recién electo Evo Morales.Al nivel de personas, el común denominador entre Lula da Silva, el poder detrás del trono en Brasil, y Evo Morales, el que monta y manda en Bolivia, no es la dipsomanía del uno y la concupiscencia del otro. Es la megalomanía, delirio de grandeza que hace al uno declarar que puede incendiar el país, y al otro maniobrar su prorroguismo en 2019 a pesar de un referendo constitucional que le salió pele.Al nivel institucional, un rasgo común de Bolivia y Brasil son jueces y fiscales. Pero, ¡qué diferencia de buqué!, diría quien contaba un chiste sobre la cercanía de la válvula posterior y el objeto de las pasiones masculinas, que algún ingeniero atribuye a un error divino de diseño. En Brasil sus sólidos Poder Judicial y Procuraduría propician hoy una real revolución en su sistema político. En Bolivia esas instituciones son un martillo de acoso político a los que actúan o expresan diferente. ¿No causa risa y temor el rasero con que acusan a un político de oposición sin libreta militar, y el “anecdótico” Vicepresidente que sin tener títulos fungía de matemático y sociólogo?Al nivel de la sociedad, el mal endémico es la corrupción. En Bolivia no es mal atribuible solamente a los que hoy detentan el poder, aunque desilusiona el gradual deterioro moral de los que mandan, que han dejado chiquitos a anteriores corruptos. ¿Será nomás que el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente?El Día – Santa Cruz