¿Tiene Trump alguna posibilidad frente al ‘Estado profundo’?

Carlos Esteban Es más que evidente que van a por Trump, de un modo que no tiene nada que ver con la normal oposición a un jefe del Ejecutivo. Es la Rebelión de las Élites.Aunque los medios tradicionales parezcan ignorarlo, el ciclo informativo se ha acelerado con la llegada de Trump al poder a un ritmo que lo fácil es dejar pasar noticias inmensas, de largo alcance, y centrarse en el detalle de las últimas horas.Pero es imprescindible hacer una mínima pausa, alejarse unos metros y observar el cuadro en su conjunto. Porque ahí está la noticia relevante, crucial, de nuestros días que, en el caso de la nueva Administración americana no es otra que el pulso que mantiene Trump -lo que hay detrás de Trump, en realidad- con el ‘Estado profundo’, el establishment, las élites permanentes o como ustedes prefieran llamarlo.Lo que hace cosa de unos pocos meses era materia de conspiracionistas es ya un secreto a voces, gracias a la reacción furiosa y coordinada de todo ese establishment que supuestamente no existía como tal frente a un presidente electo de Estados Unidos. Un ejemplo: en la sección de noticias de Google, en un solo día se realizaron 3,86 millones de búsquedas de la expresión ‘Deep state’, según comenta Virgil en Breitbart.Por eso la gran pregunta del momento no es si la reforma del Obamacare que estudia la Administración saldrá adelante o si será o no un éxito, si tal o cual medida es acertada, conveniente o posible, sino si el desafío de Trump quebrará el dominio de las élites o acabará en un -otro- decepcionante fracaso. Solo puede haber un ganador, porque la partida es ahora a todo o nada.No es nada fácil orientarse. No hay mapas fiables ni fuentes no comprometidas. La referencia habitual, por defecto, los grandes grupos de comunicación, son hoy parte del conflicto, ocupan ya sin disimulos uno de los bandos, y esperar de ellos imparcialidad es irracional.Las formidables revelaciones de WikiLeaks ilustran hasta qué punto estamos todos supervisados y espiados, hasta qué extremo llega la implicación de los modernos servicios de inteligencia en nuestro control y, también, en las luchas internas de poder en Estados Unidos. El presidente ya no puede contar con el apoyo incondicional de la propia CIA o la NSA. Entre todas las falsedades, exageraciones y bulos que haya podido decir Donald Trump en campaña y en sus primeros días de gobierno, al menos un mensaje ha quedado confirmado por los sucesos posteriores: el ‘establishment’ existe, está decidido a acabar con él y ha hecho de la democracia una parodia.‘Estado profundo’ es una expresión que ya usan los mismos que más interés deberían tener en negar su existencia. Así, el congresista demócrata Ted Lieu escribía en su cuenta de Twitter: “Somos el Estado profundo”. Es más que evidente que van a por Trump, de un modo que no tiene nada que ver con la normal oposición a un jefe del Ejecutivo. Es la Rebelión de las Élites.George Soros -y Soros es solo la cara visible, más significada, de todo un poderosísimo sector- reparte dinero a espuertas para organizar protestas ‘populares’ más o menos violentas. Solo a los grupos feministas -esos que organizaron las tan multitudinarias como incoherentes Marchas de las Mujeres que en realidad fueron marchas contra Trump- ha financiado con 246 millones de dólares. La algarada se está convirtiendo en una profesión con futuro.¿Puede ganar Trump, ganar de verdad? Hay algunos indicios preocupantes.Los triunfos de Donald Trump son para nuestro lector sobradamente conocidos y legítimamente asombrosos. Ha logrado que sus enemigos salgan a la luz, ha puenteado eficazmente a los medios y en menos de un mes ha cumplido un mayor número de promesas electorales de lo que es común en el jefe del ejecutivo tipo en todo su mandato, incluso las que se consideraban mera exageración retórica propia del lenguaje electoral.Pero en otros asuntos se observa un alarmante cambio de rumbo. Especialmente, en política exterior.Uno de los puntos fuertes del programa electoral de Trump era su actitud con respecto a las ‘guerras imperiales’ que mantiene Estados Unidos en Oriente Medio, que están desgastando el poderío americano sin lograr resultados, y su reiterada intención de enmendar las deterioradas relaciones con Rusia, a más de un cuarto de siglo del fin de la Guerra Fría.Rusia ha figurado desproporcionadamente en esta campaña electoral. Las supuestas conexiones de la campaña de Trump con ‘los rusos’ se han usado y se siguen usando hasta el hartazgo, igual que la acusación de injerencia de Moscú en el proceso electoral y la vaga idea de que tratar de llevarse bien con la segunda potencia militar mundial equivale a ‘traición’.En su comentado discurso en el Congreso, Trump anunció el aumento de un presupuesto, el de Defensa, que supera ya el de los siguientes diez países de mayor gasto militar sumados, lo que no es precisamente una señal tranquilizadora para quienes esperaban que la llegada de Trump supusiera el fin de las guerras imperiales.En cuanto a las relaciones con Rusia, la caída de Michael Flynn como jefe de Seguridad Nacional y su sustitución por H.R. McMaster no supone tampoco un buen augurio. Flynn parece haber sido elegido en parte como enlace con las autoridades rusas para debatir el fin de las sanciones, y McMaster tiene un perfil notorio en cuanto a considerar a Rusia la principal amenaza en el escenario mundial. ¿Victoria para los neoconservadores?Los primeros comentarios de la Administración sobre la necesidad de que Rusia se retire de Crimea y la devuelva al control de Kiev -algo que Putin ni va a hacer ni puede hacer sin perder el apoyo de su pueblo- como condición para que se levanten las sanciones convierten a estas en permanentes. Difícil recomponer las relaciones en una situación así.Esta apuesta es importante porque todas las otras palidecen en comparación a ojos de un ‘Estado profundo’ que basa su continuidad en este estado de cosas en el escenario mundial. Por eso es aquí donde quizá mejor podamos comprobar si el pulso lo gana Trump o lo ganan los que llevan gobernando desde hace décadas y que han hecho, por ejemplo, de dos presidencias tan opuestas como las de George Bush y Barak Obama, idénticas en este sentido.Volvemos a la primera pregunta: ¿tiene Trump alguna posibilidad? La forma de su triunfo sería más o menos clara. En cuanto a su derrota, puede adoptar dos modalidades: o Trump traiciona la misión por la que le votaron millones de americanos, diluye su mensaje y pasa a ser un presidente más a las órdenes de los ‘halcones’ de Washington (mantenimiento de la tensión con Rusia, especialmente en Siria y Ucrania, mantenimiento de las tropas americanas en interminables guerras de baja intensidad en Oriente Medio); o, más aparatosamente, el estado profundo se quita de en medio a Trump mediante el ‘impeachment’ o medidas más expeditivas de las que, por cierto, ha dejado de ser tabú hablar en alto.En el segundo caso, el mando pasaría al vicepresidente Mike Pence, del que todo indica que sería un hombre de fiar para el estamento neoconservador. Conservador en lo social, ha sido siempre un ‘halcón’ en política exterior, muy cercano a lo que podríamos llamar la plataforma convencional del Partido Republicano: lo que es bueno para Apple (et al.) es bueno para América. Con un presidente Pence sería sencillo volver al ‘business as usual’, a seguir como hasta ahora.La Gaceta – Madrid