Recuerdos de una vida plena

Manfredo KempffPara escribir unas memorias o unos recuerdos, como modestamente titula su libro el empresario cruceño Mario Anglarill, hay que tener algo que contar. Todos tenemos seguramente mucho que recordar, pero hay que tener algo importante que contar. Hay que haber hecho cosas en la vida, bien o mal, con éxitos o con fracasos, pero hay que haberse animado a hacerlas. Entonces se tiene qué contar. Y es eso lo que ha sucedido con Mario, que siendo un empresario que comenzó de cero, casado con su jovencísima Maida, se animó a hacer cosas, apuntando siempre a ser independiente y crear empresas.Yo no sabía las cosas que habían hecho Maida y Mario, hasta que él me pidió que le colaborara en la corrección de su libro. Sabía de la gran industria que es Sofía, pero no sabía la dimensión que tiene esa empresa hasta que la vi por dentro; porque hay que visitar sus decenas de instalaciones industriales para poder comprender cuál es la envergadura del trabajo de la pareja y de sus cinco hijos. Eso sobrepasa todo lo imaginable.Con Mario somos contemporáneos, porque nacimos hace siete décadas, él en su casa paterna en la Seoane y yo en la de mis abuelos Francisco y Luisa, en la esquina de la calle Sucre con Chuquisaca. Así que hemos vivido las mismas cosas. Lo que un poco han vivido nuestros hijos, pero nada de eso nuestros nietos. El libro cuenta sobre la Santa Cruz de antaño y es bueno que los jóvenes le echen una mirada. La Santa Cruz de hoy tiene muy poco que ver con la de ayer. Ha progresado, se vive mucho mejor, pero ha perdido gran parte de su ser, de su vida, de sus tradiciones. Por eso Mario Anglarill se afana en que sus nietos conozcan el campo y que los mayores lo acompañen a los ríos a pescar.Su niñez y juventud no difiere de la mayoría de los cruceños que ahora tenemos su edad. Jugar al fútbol en la calle, tuja, bolitas, enchoque, topo, elevar volantines. Ciudad pobre, incomunicada, vida esencialmente rural, con mercados difíciles y lejanos donde llevar nuestros productos a veces en carretón. Taperas viejas, sin agua potable, sin alcantarillas, sin baños higiénicos por tanto, con la electricidad racionada durante pocas horas por la Empresa de Luz y Fuerza.Mario empezó a trabajar desde muy joven en el taller de su padre a medida que estudiaba en las noches. Pero ya casado incursionó en la banca, que fue para él una escuela para lo que sería la formación de su carácter empresarial. El City, el Mercantil y el Banco de Cochabamba, sus jefes banqueros, fueron parte importante de su vida adulta. Sin embargo de sus éxitos en el sistema financiero, siempre estuvo en su mente la idea de independizarse, de hacer empresa. Fue un trabajo muy intenso el que se empeñó con la avicultura, empezando con la comercialización de simples huevos de mesa, pasando por todas las etapas de la cría, engorde, y comercialización del pollo, hasta lo que es hoy Sofía, la compañía avícola más importante del país, que tiene además una muy avanzada porcinocultura. Sofía ya se ha instalado exitosamente en Argentina. Esto, junto con la ganadería y su cabaña El Trébol, fue realizado con la participación de sus cinco hijos, Mario, Julio Enrique, Juan Carlos, Ricardo y Oscar.Además de su fe religiosa, de su agradecimiento a Dios, Mario es alguien que ama profundamente a su familia. Eso es normal entre las personas, pero en este caso, lo suyo para él es algo inmenso y todo está en los capítulos del libro que comentamos. Ahí están sus abuelos, rescatados del pasado, como es el caso de don Antonio Anglarill Piqué, un catalán que llegó a fines del siglo antepasado. Su madre, doña Sofía Salvatierra, amadísima por cariñosa e inteligente, en honor a quien lleva su nombre esta inmensa empresa. Su padre, empecinado trabajador de las épocas duras. Y ni qué decir de su esposa, sus hijos, nueras, nietos y nietas. Son su mundo. Y Maida, su único amor, «luz de su vida», como la llama, una mujer amante y cariñosa pero además sagaz, que lo ha hecho tan feliz.El Deber – Santa Cruz