Apuntes críticos sobre la revolución

Emilio Martínez Cardona*Artículo publicado en Percontari, revista del Colegio Abierto de FilosofíaEs curioso que Polonia, patria de quien acuñó el término que nos ocupa –Nicolás Copérnico-, haya sido también el escenario para la única revolución obrera auténtica en toda la historia de la humanidad: la encabezada por Lech Walesa y el sindicato Solidarnosc contra la dictadura sobre el proletariado del general Jaruzelski. Ironías aparte, abordaré el tema desde tres ángulos distintos: 1. Circulación de élitesSegún cuenta Emil Ludwig, Napoléon Bonaparte dijo que “la democracia es una aristocracia joven y la aristocracia una democracia vieja”, apuntando a que la diferencia entre antiguo y nuevo régimen no sería esencial sino apenas cronológica.Ya en el siglo XX, Vilfredo Pareto (llamado “el Karl Marx de la burguesía”) describió el mecanismo de la circulación de élites, subrayando que en todo cuerpo social habrá siempre una capa dirigente, sin importar el modo de organización política imperante, y que el dominio de ese grupo será inexorablemente sustituido por el de otra minoría emergente.“La historia es un cementerio de aristocracias”, decía Pareto, especificando que la élite para ser perdurable debía equilibrar la influencia de “leones” (estabilizadores y concentradores de poder) y “zorros” (emprendedores creativos y tomadores de riesgos).En este marco la revolución, entendida como la sustitución abrupta de la vieja élite por la nueva, más que una ruptura definitiva en un esquema histórico lineal sería un momento recurrente en una trayectoria circular, honrando el sentido original plasmado en el copernicano De revolutionibus. 2. Escepticismo versus utopismoAños atrás, el poeta español Luis Alberto de Cuenca decía en una entrevista que “caminaba por el lado conservador de la calle” debido a su escepticismo filosófico. Algo parecido alegaba Jorge Luis Borges, quien igualmente conectaba su adscripción al Partido Conservador con su postura escéptica.Por su parte, el admirable Gaetano Mosca remarcaba que la “política científica” tenía el objetivo de “resistir al espejismo de la revolución redentora”.“Del otro lado de la calle”, para usar la fraseología citada, caminan los crédulos del cambio holístico, de la refundación adánica y radical, frecuentemente orientados por algún modelo utópico de consecuencias totalitarias.Frente a ellos, el escepticismo moderado puede ser el fundamento no para el inmovilismo, sino para un conservadurismo pragmático y burkeano, permeable a cierto gradualismo reformista que opere una circulación progresiva de élites mediante la movilidad social, sin el concurso de grandes sismos políticos. 3. Revoluciones igualitarias y libertariasCon todas las previsiones anteriores, podemos señalar que algunos procesos revolucionarios sí han conducido a efectos positivos. No hablamos de las revoluciones que buscan la igualación forzosa de toda la sociedad, como el jacobinismo y el marxismo, que suelen acabar en un orden tiránico vigilado por la vanguardia, sino de las que procuran restablecer las libertades correspondientes al derecho natural.Nos referimos, por ejemplo, a las revoluciones inglesa y norteamericana, esta última verdadera inspiradora de la emancipación de las colonias hispánicas en el continente mucho más que la revolución francesa, como lo demostrara Luis Alberto de Herrera en un trabajo de revisión histórica aplaudido en su momento por Theodore Roosevelt.Las revoluciones anglosajonas han conducido (con sus conflictos y contramarchas) al gobierno limitado, el fortalecimiento de la propiedad privada, la tolerancia religiosa sin anticlericalismo y el respeto a las autonomías locales.De igual manera, las revoluciones pacíficas contra el dominio soviético y el Partido Comunista, como las de Checoslovaquia o Alemania oriental y la de Polonia, con la que abríamos este artículo, pueden contarse entre los procesos acordes con la dignidad humana. *Escritor y ensayista