Si sabrá lo que es la guerra…

José Luis Bolívar Aparicio (*)

No tengo un dato exacto, pero estoy más que seguro que en la preferencia infantil por los juguetes en el caso de las niñas siguen reinando las muñecas y en el de los niños, las armas de guerra, muñecos de acción, soldaditos y similares no tienen rival cercano.

Y es que la ludopatía bélica es un episodio natural de quienes por naturaleza sacan el instinto humano de la conflagración desde la infancia y con el apoyo de dibujos animados, series y películas del tema, sólo reproducen algo que el hombre lleva en la sangre desde que el mundo es mundo, es decir, la imposición de su voluntad a través de la fuerza cuando la razón no alcanza.



La guerra, sin embargo, no es un juego, y por donde pasa siembra luto, dolor y terribles heridas que tardan mucho en cerrar. Bolivia como ningún otro país de Sudamérica tiene esa ingrata experiencia de sobra. No sólo tuvo que defenderse de todos sus vecinos, por si eso fuera poco, hasta guerra civil tuvimos y vaya que nos hemos enfrentado los unos con los otros, a veces hasta por razones absurdas. Si le pregunta a los Laimes y Qaqachacas por qué vienen peleándose hace más de un siglo y seguramente la mayoría ya ni lo sabe.

Llagas sin curar tenemos por doquier, las más dolorosas aquellas entre chuquisaqueños y paceños por la guerra federal o la horrible incursión en Terebinto, tacha que nunca pudo quitarse de encima el MNR y que hasta el día de hoy provoca más de un recuerdo amargo en la sociedad cruceña.

El 19 de mayo de 1958, campesinos movimientistas, conducidos por el Coronel Jorge Solíz Román en un número aproximado de diez mil, se trasladaron desde Ucureña en Cochabamba hasta el Km. 12 de la antigua carretera a Santa Cruz. Ubicaron a los sublevados en la hacienda La Miel y fue allá donde cometieron las peores barbaries que uno pueda imaginar.

La razón no justificaba tanto horror, eran no más de 100 falangistas, alzados en armas es cierto, pero que hubieran sido fácilmente controlados por el ejército y derrotados sin que la sangre llegue al río, finalmente, sólo exigían el cumplimiento de la denominada Ley Busch, que otorgaba a los departamentos productores de hidrocarburos, el 11% de las regalías por la explotación de los recursos petroleros.

Lo que sucedía es que para 1958, el MNR ya estaba saboreando lo dulce del poder desmedido, y por ello de su actuar descontrolado. Su único rival político, la Falange Socialista Boliviana, apenas podía hacerle oposición pues el control político se había encargado de apresar, confinar y hasta aniquilar a cuanto ciudadano era acusado de pertenecer a sus filas, condenándolos al encierro o al exilio sin proceso legal.Ebrios de poder y corrupción, dejaron de lado los ideales de la revolución que los encaramara en el gobierno y se dedicaron a usufructuar los beneficios que da administrar el Estado. Para poder gobernar haciendo lo que les daba la gana, lógicamente iban buscando e inventando enemigos internos que les permitan justificar sus desmanes y contar con un discurso que adormezca a la gente con el cuento de que “quieren tumbar al gobierno legalmente establecido” o “son los resabios de la rosca  minero feudal” o como en el caso de Terebinto, “luchar contra los separatistas que buscaban anexionar Santa Cruz al Brasil”.Lo que acaba de leer no es una crónica mal contada de la actual realidad, es el simple reflejo de cómo la historia, cíclica cual es, se repite una y otra vez, mientras los humanos no aprendamos de nuestros propios errores y más bien los olvidamos para volver a tropezar con ellos.En la última semana, en dos oportunidades, Álvaro García Linera sacó a relucir con elocuente verborragia un par de cosas, entre ellas su frustración de no haber podido nunca jugar a la guerra, ni siquiera de wawa. Con su exaltado discurso, da a entender que es un hombre que en lugares como Verdum, Stalingrado, Hué, Srebrenica o Daesh se sentiría en el paraíso. Habla de la guerra como de un picnic y se siente listo para ella como el más adiestrado de los soldados. Banaliza de tal manera esa palabra, que se ufana de decir que en si no hay conflicto, se siente incómodo.No le voy a pedir a alguien que nunca fue al cuartel que se imagine siquiera lo terrible y fatídico que es para un hombre ir a la contienda fratricida, pero por lo menos entre sus 50.000 libros leídos debería haber buscado alguno que lo ubique en la fatalidad que viven los hombres que marchan al frente y a veces peor, de los que logran sobrevivir.Y eso que él tuvo su oportunidad, ya hizo su champa guerra poniendo bombas en los postes de luz, dándoselas de terrorista de amanecida y le fue muy mal. Su aventura le duró lo que dura una mala parranda y pasó más tiempo a la sombra que correteando por los pajonales con su máuser bajo el poncho. Si tan solo supiera que sus tragicómicas confesiones de heroísmo patético, a un soldado de verdad, sólo le darían lástima.Sus andanzas foquistas lo mandaron tras las rejas, pero la cárcel no le cambió el alma, solamente le enseñó a buscar sus sueños por otros medios. Aburguesó sus ideales y a través de los sistemas contra los que se alzó en armas, alcanzó el poder y se aferró a éste para no soltarlo por nada ni por nadie.El año 2008 ya hizo brotar su primer discurso belicoso, su teoría de las fuerzas encontradas que deben llegar al punto de bifurcación violenta, era la forma delicada y diplomática muy a su estilo de declarar la guerra entre oriente y occidente. A Dios gracias la tragedia de Cobija y el suceso del Hotel Las Américas evitó un derramamiento de sangre mayor que nos hubiera llevado quizás a ser hoy día otra Bolivia.Esos acontecimientos que parecieron la derrota de oriente trajeron consigo no la paz absoluta pero sí la distención de los llamados a la lucha de uno y otro lado, al menos para que todos entiendan que don Evo Morales había ganado las elecciones legalmente y se debía dejarlo gobernar.Lastimosamente, 3 gestiones después, el dúo al mando de Bolivia decidió pasarse por el forro la Ley y su propia Constitución y hacer todo lo necesario para no soltar la silla. Pese a los resultados del 21 F hallaron la manera más burda para esquivar la decisión soberana, esperando que la gente se trague el tongo sin decir ni hacer nada.Bolivia es un pueblo pacífico, sumamente cordial y tan noble que a veces pasa por tonto, pero sumiso no es y aunque le cuesta un poco despabilarse, cuando se pone rebelde no hay quien lo pare y vaya que hay de sobra para confirmarlo, sino que le pregunten a Villarroel, Paz Estenssoro o el Goni sin ir lejos.Buscar saciar su sed hematógena enfrentando a un pueblo que de por sí no se odia ni tiene, como en otros lares, rencillas irreconciliables, es algo indigno y sumamente cruel. Si el líder y su escudero están listos para la guerra, que se pongan guantes, que se suban a un ring y se suenen hasta que no puedan alzar los brazos. Si la paz los incomoda y están más dichosos en el conflicto, que vayan al psiquiatra y se hagan curar la paranoia, pero que sus traumas o enfermos anhelos no sean la excusa para hacer pelear a un pueblo que lo único malo que hizo fue confiar en ellos para transitar por mejores derroteros.Don Álvaro, deje ya por favor su discurso hostil, basta de hablarle a su gente como si fuera un general arengando a su tropa antes de brincar al asalto, usted no es el Corneta Mamani y más se parece a la sombra negra que transita los campos de batalla cuando todo ya está perdido. Bolivia no merece seguir desangrándose por el solo deseo egoísta y mezquino de entronizarse a perpetuidad.De corazón espero que el pueblo haga oídos sordos a tan nefastos llamados.(*) Es paceño, stronguista y liberal