Los descendientes de prisioneros de la Guerra de Secesión americana vivieron menos que los del resto de soldados
«Ciertamente hay transferencia intergeneracional de rasgos en humanos, algo que puede ocurrir por métodos bien conocidos, como la herencia genética o la herencia cultural, como el aprendizaje», recuerda el profesor de la Universidad de Nueva Gales del Sur (Australia), Neil Youngson. «Lo que es especial aquí es que esta investigación muestra un mecanismo de herencia diferente, la epigenética, en el que una exposición ambiental (en este caso el hambre o el estrés, las autoras no pueden decir cuál) inducen cambios moleculares en los gametos que, a su vez, afectan a la salud o conducta de sus descendientes», explica este investigador, no relacionado con el estudio.
Hasta ahora, los escasos experimentos sociales que han permitido estudiar la transmisión intergeneracional del trauma en humanos habían tenido como protagonistas a los niños, incluso aún por nacer, pero no a adultos. En los últimos meses de la Segunda Guerra Mundial, el norte de los Países Bajos, aún bajo dominación alemana, sufrió una terrible hambruna. En ciudades como Róterdam o Ámsterdam las raciones no alcanzaron ni las 1.000 kilocalorías diarias. El hambre afectó a la fertilidad de las mujeres, pero lo peor vendría después: los niños de las embarazadas en aquellos meses nacieron con una media de 300 gramos menos. Ya de adultos, aquella exposición prenatal al hambre redujo su tamaño corporal y aumentó la incidencia de diabetes y esquizofrenia.
Estos efectos se manifiestan a veces en la tercera generación. En 2017, un trabajo con una enorme muestra de 800.000 niños suecos comprobó que el trauma de perder a un padre o una madre deja una marca que heredan los hijos. Sus autores vieron que, los niños que se quedan huérfanos en los años anteriores a la adolescencia tienden a tener, ya de adultos, más hijos prematuros y con menor peso que los que no perdieron a sus padres. «Justo antes de la pubertad, durante el periodo de crecimiento lento, es cuando se programa la espermatogénesis y cuando los testículos empiezan a formarse. También es un momento psicológicamente formativo y en nuestro estudio vimos que un trauma psicológico grave, la muerte de un padre, durante este período predecía los resultados al nacer de los hijos de los chicos», explica la investigadora de la Universidad de Estocolmo (Suecia) y coautora de este estudio, Kristiina Rajaleid.
Uno de los padres de la hipótesis epigenética de la transmisión del trauma es el investigador del Instituto Karolinska (Suecia), Lars Olov Bygren. Junto al genetista británico Marcus Pembrey, Bygren llevó a cabo el llamado estudio Överkalix en el que observaron una relación entre la disponibilidad de comida a edades tempranas y el estado de salud de los descendientes entre los habitantes de un pequeño pueblo por encima del Círculo Polar Ártico. En concreto, comprobaron que los nietos de aquellos que, siendo niños, habían pasado penurias por las malas cosechas, tienen mayor incidencia de problemas cardiovasculares. «Nosotros hemos visto tres periodos sensibles a la respuesta transgeneracional, los primeros meses, hasta los dos años, durante el periodo de crecimiento lento [en torno a los 10 años] y en los 17-18 años», cuenta Bygren en un correo. Muchos de los que se alistaron para combatir a los confederados tenían esa edad.
Pero hay un último dato del estudio de los prisioneros de guerra que intriga a los científicos: el trauma por tanto sufrimiento solo lo heredaron los hijos varones, las hijas fueron tan longevas como las del resto de los que fueron a la guerra. Ni las autoras ni los expertos consultados saben con certeza el porqué de esta discriminación por sexos. Igual el análisis de los datos de la tercera generación, de los nietos y nietas de soldados como el cabo Bates, que está en curso, pueda explicarlo.
Fuente: elpais.com