La responsabilidad es de 5, la culpa es de 12


José Luis Bolívar Aparicio *

Siempre suelo ufanarme en la intimidad, de ser una personaque ha esquivado a las drogas y ha tenido la fortuna de no haberlas probado ymucho menos, necesitar hacerlo. Sin embargo, justamente en esa reflexiónpersonal, soy consciente de que no todo es mi hechura, sino que, para llegar alos 50 años sin haber entrado en contacto con los estupefacientes, muchosfactores jugaron a mi favor.

Lo primero, y creo lo básico, fue no haberlas buscado nunca,lo segundo, que, en todos los círculos de amigos de mi pubertad y adolescencia,absolutamente ninguno las buscaba tampoco, nuestra peor travesura fue aprendera fumar con una cajetilla de Big Ben hasta vomitar por lo que sigo creyendo quede esa parte, mi verdadero aliado fue la suerte.



Lo tercero era que la sola idea de cruzarme con algo tanprohibido y nocivo, al instante me recordaba a mi madre, a sus consejos, a sucuidado, a su ternura y paciencia para enseñarme lo que era bueno y lo que eramalo, y especialmente, a la fuerza de  latormenta perfecta que podía desatar, si es que valientemente me atrevía adesobedecer sus órdenes.

Mi madre no tuvo tiempo para dedicarse exclusivamente a mí, tenía que estudiar, trabajar, lucharla y de paso, tratar de vivir alguna vez, pero pese a semejante agenda, sin necesidad de celulares, GPS, ni los artilugios modernos de hoy, ella sabía perfectamente lo que hacía, con quién y donde estaba, y mi hora de llegada a casa era más puntual que la hora del té en Buckingham, así de simple.

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Mi madre sabía quiénes eran mis amigos y a qué se dedicaban,los conocía a sus padres y a qué se dedicaban ellos, conocía la vida y milagrosde mis líderes scouts y de cualquier adulto con el que yo tuviera alguna clasede relación, y sobre todo, me conocía a mí.

No fui un monje budista, disfruté durante mis años juvenilesde tres o cuatro grupos de amigos fabulosos y con ellos también aprendí adivertirme al calor del alcohol clandestino de las plazas y recovecos de mi ciudad,pero como sus padres eran iguales o peores que mi madre, teníamos límitesclaros y los cumplíamos, y nos cuidábamos y si a alguno se le iba la mano,jamás lo abandonábamos, esperábamos que recupere para poder llegar bien alhogar, en resumen, entre amigos, era donde más seguros estábamos.

Al estar en un colegio de varones, mis experiencias enfiestas y algo más con chicas, fueron mucho después y, el cuidado y respetoeran iguales o incluso superiores y jamás excedimos de alguna travesurajuvenil, de juegos de botellas y cosas por el estilo, y es que por donde metocó deambular, el respeto y buenas costumbres en mi entorno social era elcomún denominador.

Pero no todo era color de rosa, muchas veces cuando todosale bien, uno se descuida, suelta los detalles y comete el tan evitado error.Llegó la oportunidad en la que bebí más de la cuenta, y no hubo forma derecuperarme lo suficiente como para que mi mamá no se dé cuenta.

Ella, sabía como era, no hizo nada, sólo preguntó algunascosas, me hizo acostar y me dijo que hablaríamos al día siguiente. A las seisde la mañana, me hizo despertar con un baldazo de agua fría, me dijo báñese,vístase y agarre esa maleta, como yo no lo pude educar y usted sobrepasó miautoridad, ahora me va a ayudar un sargento, lo voy a entregar al cuartel y loespero de vuelta dentro de un año. Ahora va a aprender el valor de las cosas.

La experiencia fue traumática de verdad, lo que hizo elresto de la familia por salvarme de semejante castigo es de antología y, laférrea y casi insensible postura de mi madre ante los ruegos de todos fue algoque se me quedó grabado para siempre. En ese instante no podía comprender cómouna madre podía mostrarse tan desamorada por su hijo y no ablandarse ni unpoco.

Cuando todo terminó, entendí la dimensión de mi error y quelos grandes pecados se pagan con grandes penitencias, recién pude comprender ami madre y a su manera de corregirme, supe también que por dentro, su corazónestaba destrozado, pero primero estaba su misión como madre de hacerme unapersona de bien y que no iba a escatimar en los recursos hasta conseguirlo, yhasta el día de hoy, le bendigo esa inmensa dulzura y esa tenaz dureza con queme formó.

Perdone usted que hable tanto de ella, que al final no fueni la mejor ni la peor del mundo, fue solamente una más de las que hacen lo quedeben hacer, nada más, algo tan diferente a los padres de los cinco muchachosque cometieron semejante barbaridad y que hoy ven sus vidas destruidas antes deque siquiera empiecen.

Lo que hicieron estos cinco mozalbetes, que probablementeaún no sepan ni sonarse la nariz, es un hecho aberrante, sin perdón yprobablemente, las pericias reconstructivas nos den luego más luces de lo quepasó dentro de la pieza de aquel motel, yo no puedo decir nada al respecto y noes mi intención especular, pero en lo que deseo afianzar mi análisis, es en loque les llevó esa noche a hacer semejante barbaridad e identificar a losverdaderos responsables.

Cinco muchachos y una señorita comparten bebidas en unadiscoteca, uno de ellos tiene 14 años, lo que ya es mucho. Los muchachos seprenden sus porros en la disco, y como el olor es inconfundible los sacan delboliche. Para seguir farra más tranquilos, no tuvieron mejor idea que irse a unmotel para poder “seguir drogándose”.

Como terminó el asunto ya es por demás conocido, pero undetalle que no es menor, es que en el cuerpo de la muchacha se halaron losrestos de 6 drogas prohibidas diferentes, cuatro de ellas, altamente adictivasy muy peligrosas si son mezcladas entre sí.

Y uno se pone a analizar lo siguiente, un muchacho de 18años que cuando sale de fiesta, carga consigo semejante cantidad de narcóticos(se sabe que hubo cocaína, marihuana, metanfetamina y éxtasis entre otras),para ponerse en las nubes, es alguien que mínimamente, lleva consumiendoestupefacientes por más de un año.

Los chicos son muy capos a la hora de ocultar sus vicios,pueden esconder su anorexia, su afición por el cutting, algunas borracheras oun consumo esporádico de drogas. Pero si un muchacho de hasta 18 años lograesconder su adicción a por lo menos 4 tipos de drogas, no es que sea muy buenopara la trampa, lo que pasa es que ese muchacho o no tiene padres o si lostiene, a estos no les da la gana de ejercer.

Si lo saben (como da a entender la furibunda mamá que salióa dar la cara por su hijo) y encima, el viernes les dan plata (ninguno de ellostrabaja ni puede por sus medios comprar semejante dotación y tantas horas demotel) y encima le prestan el “carrazo de papá” con vidrios polarizados y todo,esos padres, si tuvieran una gota de dignidad, por un acto de nobleza, anteDios, ante la sociedad y ante sus propios hijos a los que ellos les fallaron,deberían ir a cumplir la culpa con sus hijos, porque aunque no son los directosresponsables del delito, claramente lo promovieron, lo consintieron y encima detodo, lo financiaron.

Los padres no están de adorno, hoy en día pareciera quequien está al mando de todo es el hijo y, como los padres ya lo les puedengritar, ni corregir, mucho menos levantarles la mano, los críos toman el podery hacen lo que les da la gana. Los valores se han invertido de tal manera queahora ellos dicen y hacen lo que quieren y hay de quien ose mirarlos feo.

Ojalá las cosas vuelvan de nuevo al redil y tanto padrescomo hijos retomen su debido lugar en la familia y las responsabilidades seandebidamente asumidas o noticias como las de la “manada boliviana”, van a sermás cotidianas de lo esperado.

*Es paceño, stronguista y liberal