Cruel final del pedófilo y dictador Rafael Trujillo

Tres grupos diversos asumieron la voluntad de poner fin a la vida del dictador. Víctimas de su crueldad. Militares víctimas de su pedofilia perversa. Seminaristas decididos a clausurar la Injusticia, la perversidad y el extremo abuso de poder del dictador.

Mario Vargas Llosa reconstruye la historia y la muerte de Rafael Leónidas Trujillo en su mastodóntica obra “La Fiesta del Chivo” que se lee de corrido hasta sacudirse de espanto ante la conducta del personaje que por tres decenios montó el poder en República Dominicana convirtiendo la nación en su feudo privado, donde su voluntad era Ley y sus órdenes se cumplían a raja tabla.



No ha pasado demasiado tiempo de los sucesos en la atribulada isla del Caribe, 100 años a lo sumo, 60 de su desaparición. El enfoque está puesto en la celebración natal de RLT, con el acto central de su fiesta, cuando recibía en su aposento nupcial como regalo a “la novia” vestida de blanco, sacrificada por su familia ante “el altar de la ignominia” para ser “desvirgada” por el tirano que otorgaba dádivas “generosas” a sus progenitores.

Es que el monstruoso ser que retenía el poder, no dudaba un instante en ejecutar sus bastardos instintos en ceremonia patrocinada por el Estado, con la complicidad de funcionarios de toda laya y la entrega siempre sumisa de la víctima que Vargas Llosa encarna en Urania Cabral, la otrora bella y lozana que partió al destierro dorado después de la consumación del crimen (estupro y violación) y que regresa convertida en estado vegetal 30 años más tarde, tales habían sido las secuelas psíquicas y físicas después del malhadado desflore.

Las familias afectadas por la perversidad sexual del tirano complotaron con todo para liquidar al sátiro, al deshonesto, obsceno, lujurioso, lascivo, obsesionado por las niñas entrando a la adolescencia y seducidas por el poder del torpe seductor e inducidas por sus progenitores a sacrificarse por el bienestar de la familia. No pasó mucho hasta cuando reaccionaron e ingresaron en el complot junto a militares despojados de poder, cuyas esposas, o hijas o hermanas habían sido “novias en la fiesta del chivo”, y los seminaristas que consideraban un deber, hacer todo lo posible para liquidar al personaje por muy poderoso que fuera y que burlaba la Voluntad Divina apegado al poder. (el tiranicidio se ejecutó el 31 mayo 1961)

La rica imaginación del autor arequipeño construye los escenarios, los personajes y los cien detalles del hecho de armas hasta acabar con la vida de quién se hacía llamar “el padrecito de los dominicanos, su protector y generoso mantenedor”.