El soberano tiene la última palabra

 

Bolivia se encuentra a escasas horas de elegir nuevas autoridades nacionales que conducirán los destinos de la nación los próximos cinco años. Varias aristas podrían dar cuenta del momento histórico que matiza el escenario político electoral condicionado por diversos factores.



Entre ellos se encuentra las pugnas de poder de un esquema partidista anquilosado y decadente, que no ha dudado en recurrir perniciosamente a peroratas en extremo tendenciosos, así como el recrudecimiento de actos irascibles fundados en la intolerancia, la discriminación y el racismo, cual viejas heridas del pasado que ingenuamente creímos haberlas superado.

Contrariamente a ello, fue posible apreciar contrasentidos de abrazarlas a modo de “banderas reivindicatorias”, instrumentalizadas y hábilmente manipuladas, suministrando discurso a quienes soslayaron preceptos jurídicos y constitucionales en su afán de perpetuarse en el poder. Más aún si consideramos la marcada dependencia del cacique ausente que solía encarnar al indígena emergente equiparable a una “estrella de farándula”, al igual que la presencia de la pollera, el poncho, la ojota y el sombrero en una Asamblea Legislativa que completó perfectamente el ardid falaz del puzle populista, en extremo sobredimensionado que, por un lado, siempre evidenció limitaciones de substancia y contenido y, por otro, sencillamente dio cuenta de la presencia de viejas prácticas del pasado, con nuevos actores con rostro indígena –y en muchos casos grotescamente disfrazados- encaramados en el poder.

Pero como todo tiene principio y final, era previsible la cosificación y saturación del discurso simbólico forzadamente sostenido. A ello se agrega el cercenamiento interno de posibilidades de renovación de cuadros políticos y el haber subestimado la conciencia de una ciudadanía, cuya libre expresión, nunca fue resultado de una opción político partidista y menos sectaria; pues, en esencia, constituyó un movimiento legítimo y genuino de un país que optó por la democracia y desterró la tiranía, el autoritarismo y la falsa quimera utópica e inconsistente proceso de cambio.

Más allá de los resultados del acto eleccionario que consolida la democracia y la voluntad del soberano, es imperativo reconstruir la unidad y la reconciliación nacional, tan imprescindibles para afrontar no solo la crisis social, política y económica que tiende a profundizarse debido a la emergencia sanitaria provocada por el Covid-19, cuya cifra de casos positivos bordea los 140.000 contagios y más de 8000 decesos.

Este último, desnudó las grandes limitaciones y carencias de un sistema hospitalario colapsado en su infraestructura y equipamiento de Unidades de Cuidados Intensivos, así como la falta de insumos de bioseguridad, personal médico, enfermeros y trabajadores del área de salud para afrontar el nuevo virus con el que tendremos que aprender a convivir de ahora en adelante. Esperemos que las nuevas autoridades prioricen la asignación del 10% del presupuesto nacional para el área de salud exigida y demandada por la sociedad.

Lo cierto es que el escenario social, político y económico nacional impetra a todos sus actores, desprendimientos sinceros y honestos, para ir desmantelando mezquindades y egoísmos que amenacen la institucionalidad democrática y el estado de derecho.

Sin duda, transitamos por horas cruciales para el futuro de una nación que anhela vivir en armonía y que nunca renunciará a construir la paz y la reconciliación social; la unidad y la restauración del diálogo amplio y sincero; el respeto hacia el “otro”; el entendimiento mutuo, recíproco y el espíritu de concordia de un pueblo diverso que debe ser capaz de avanzar de las luchas y confrontaciones hacia la ética de las responsabilidades y la reconstrucción de la solidaridad; la puesta en práctica de acciones propositivas de convivencia, justicia y equidad social; así como la disposición a perdonar y reiniciar nuevos rumbos de esperanza, fe y optimismo de mejores días para todos los bolivianos.