Resistencia y fortaleza ante la crisis: tres mujeres, muchas historias


La crisis de la Covid-19 es un recordatorio de la contribución esencial que realizan las mujeres a la sociedad. Las historias de Ana, Inés y Claudia son un homenaje a la fortaleza de todas ellas.

María O. García  / La Paz



Son parteras, enfermeras, comunicadoras, policías y también cajeras. Son hijas, hermanas, madres -muchas también padres- y abuelas, pero son, ante todo, mujeres. Mujeres que cargan consigo una historia, siempre de lucha y coraje, y que ante la crisis de la Covid-19 se han convertido en un símbolo de resistencia. Hoy es su día.

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La crisis del coronavirus también fue una cuestión de género. Los derechos de las mujeres se vieron más vulnerados a partir de las medidas adoptadas por el Gobierno ante la emergencia sanitaria: más violencia hacia ellas, incremento del peso doméstico y de cuidados, despidos o sobrecarga laboral. Todo ello sumado a la mayor presencia de mujeres en el ámbito de la salud y seguridad, por ende, a su mayor vulnerabilidad frente al temeroso contagio.

En este sentido, el coronavirus se ha convertido en una batalla que no sólo debe librarse en el ámbito de la salud. La lucha contra la desigualdad de género debe ser parte de la respuesta del país a la crisis, que también ha venido a recordar la esencial contribución de las mujeres a la sociedad.

Sus nombres son Ana Choque, Inés Huanca y Claudia Belaunde aunque, en realidad, también se llaman Paola, Lidia, Isabel y Elena. Hoy, 11 de octubre, se conmemora el Día de la Mujer Boliviana y a través de las historias de estas tres heroínas se rinde un homenaje a todas ellas.
Claudia Belaunde,  en  la primera línea de lucha  para retratar  la pandemia

Claudia Belaunde es comunicadora audiovisual en Santa Cruz. Tiene 34 años y se dedica, como freelance, a la realización de documentales, reportajes y fotografías. También es mamá de un niño que apenas tiene dos años y que desde marzo pasó a formar parte de los llamados “grupos de riesgo” por su condición asmática.

Al contrario de lo que el sistema nos intenta hacer creer, Belaunde asumió que la productividad económica no sería el valor supremo, al menos en estos tiempos: “durante la pandemia me llegaron ofertas para hacer coberturas y comencé a rechazarlas para no exponer a mi hijo, comiéndome mis ahorros”, cuenta.

Pero hace algo más de un mes, cuando la sociedad transitaba hacia esa “nueva normalidad”, le llegó una propuesta que no podía dejar pasar. Como era rutina, preparó su equipo fotográfico, aunque esta vez lo complementó con el mejor de los barbijos, lentes antiparra, traje de bioseguridad y todo lo supuestamente necesario para mantener alejado al virus de ella y de los suyos.

“Viajé a San Ignacio de Velasco con unas brigadas médicas que llegaron de España. Estuve una semana visitando hospitales, entrevistando a personal médico, a personas afectadas por la enfermedad y conociendo cuáles fueron los efectos de la pandemia en algunas comunidades chiquitanas”, relata Belaunde de cuando estuvo en aquella primera línea.

Ejerciendo ese trabajo descubrió que tanto equipo de protección era más engorroso que práctico y que, además de mantenerla alejada del virus, también la hacían estar lejos de aquellas historias que pretendía conocer: “La gente se asusta cuando te ve cubierta de pies a cabeza. Me di cuenta que manteniendo una distancia física segura podía reducir la cantidad de equipo de protección y eso me permitió abrir mucho más la relación con las personas”, afirma.

Ese viaje le regaló historias desgarradoras. Como la de Olga, una señora que estaba enferma, con síntomas de Covid, quien vivía con su hija -también enferma- y otro hijo que padece hidrocefalia. Todos ellos abandonados a su suerte, en casa, hasta antes de su llegada.

O la de José, un brigadista cuyos padres no resistieron al embate de la Covid-19 y ahora vive acompañado por un sentimiento que se debate entre el dolor y la culpa.

“He intentado retratar las historias que se esconden detrás de todos ellos. ¿Quién hay detrás del barbijo?, ¿quiénes quedaron fuera de las cifras de la pandemia?, ¿qué pasó con personas como Olga, quien además de estar enferma tiene que cuidar de su hijo?, ¿qué pasó con las comunidades? (…) Cada imagen te puede contar mucho más”, manifiesta  Belaunde, quien luego de “reencontrarse” con el mundo volvió a hacerlo con su pequeño. “Todavía tienes ese recelo de qué puede pasar pero hasta ahora, por suerte, estamos seguros”, confiesa.
Inés Huanca, la lucha de cada día para salvar a los bebés más indefensos

Inés Huanca es enfermera, tiene 51 años y trabaja en el Hospital Materno Infantil desde hace 20. Los primeros 10 los pasó entre una y otra área “para ver habilidades”, y luego de mucha dedicación, trabajo y estudio consiguió un ítem en la unidad de terapia intensiva pediátrica.

Se considera una “apasionada” de su profesión, aunque reconoce que hay circunstancias que le suponen todo un reto. Como el hecho de ser mamá y papá a la vez o el tener que dedicarse también a los cuidados de quienes la vieron nacer.

“En los primeros años que estuve allí tuve que dejar a mi hija en casa al cuidado de mi mamá o de algún familiar mientras yo iba a trabajar. En otras ocasiones, me tocaba llevármela al trabajo. Esas cosas me lo pusieron algo difícil, pero no imposible. Se sobrelleva con la vocación que tenemos para el trabajo”, asevera y agrega que ella y su niña viven con sus papás y  a quienes también cuida.

Como a muchos, la Covid-19 le causó miedo, incertidumbre, estrés y cambios en su rutina diaria. De repente, su sitio de trabajo había pasado a ser el lugar donde existía un mayor riesgo de contagio. Más que por ella, Huanca temía por llevarle la enfermedad a sus papás, quienes además de padecer otras enfermedades de base son de la tercera edad.

“En el hospital nos hicieron una prueba de detección de la Covid-19 y hasta que nos dieron los resultados yo seguí trabajando”, relata.

Y una semana después, Huanca había pasado a engrosar la larga lista de contagiados: “Eso me causó depresión. Sentía mucho miedo de haber podido contagiar a mis papás y a mi hija, y que en cualquier momento pudieran caer enfermos”, recuerda. Pero después de 15 días aislada en casa, volvieron juntos a celebrar la vida. Y ella regresó de nuevo al hospital a seguir sirviendo a los demás.

“Pese a que siempre estamos actualizándonos sobre normas de bioseguridad, la incertidumbre está ahí. Pero también está el compromiso que conlleva esta profesión, que es servir a las personas y, en mi caso, cuidar más que todo a los niños”, afirma Huanca.

La enfermera en primera línea  brinda un reconocimiento a sus compañeras “luchadoras” y a todas las demás: “las mujeres somos un pilar fundamental de la sociedad”, recalca.

Ana Choque, manos y saberes ancestrales que traen vidas al mundo 

Ana Choque es partera, como su abuela, a quien nunca dejó sola. Desde que apenas tenía ocho años, Choque se convirtió en su acompañante y ella en su maestra. Aunque a esa edad su atención estaba puesta en otras cosas, la insistencia de su abuela porque aprendiera el oficio le ponía siempre los pies de vuelta en la tierra: “Tienes que aprender, ¿a quién voy a dejar?, decía”.

“Como yo era niña no tenía interés por aprender, solo por acompañarla porque mi abuela estaba delicada de salud. Hasta que un día han venido a buscarla y ella estaba enferma. Era una mujer que estaba a punto de dar a luz. Ahí tuve que enfrentarme a mi primer parto”, relata Choque 51 años después de esa primera vez.

La pandemia revalorizó su labor y la de sus colegas. Durante la crisis sanitaria, muchas de las gestantes no podían acceder a los servicios médicos, por lo que esta práctica ancestral se convirtió en una alternativa al tan colapsado sistema de salud.

“Antes de la pandemia atendía unos tres a cuatro partos a la semana. Este número se triplicó durante la cuarentena. He atendido, más que todo, emergencias. Era mucho el trabajo, pero si yo no las atendía, ¿dónde iba a mandarlas?”, cuestiona Ana.

Muchas mujeres acudían a ella, relata, después de haber roto aguas. Otras, incluso, cuando ya estaban a punto de perder a su bebé. Tuvo que ayudar en situaciones críticas.

“Algunas mujeres estaban con pérdidas de líquido amniótico, a otras las atendí cuando sus bebés ya estaban agonizando (…)  Muchas de ellas acudían a mí después de recibir la negativa en los hospitales. Incluso a mi casa han llegado para buscarme, desesperadas venían”,  la partera que  venía de un parto y corría a otro.

Asegura que han sido tiempos de mucha dificultad y riesgo pues, pese a tomar todas las medidas de bioseguridad posibles para trabajar, estaba -y está- en primera línea de lucha y exposición al coronavirus.

“Nunca sabes si la mujer a la que vas a ayudar tiene la enfermedad, pero hemos tenido que enfrentarnos asumiendo toda la bioseguridad por nuestra cuenta, porque nadie nos ha apoyado ni con un barbijo”, lamenta Choque.

No obstante, le queda la mayor de las satisfacciones: “me siento feliz y tranquila de haber apoyado a las hermanas embarazadas y a las wawas”.

Fuente: paginasiete.bo