No tenemos otro país más que este (II)

Una falta jactanciosa y malintencionada disolvió el minúsculo desempeño presidencial del burócrata gris de las finanzas públicas. No tuvo que andar mucho para equivocar las fórmulas contables más esenciales con las que debe administrar un estadista: registrar a su población para regular, controlar y hacerla tributar, por demás, hacerla elegir. Tuvo que ser la muchedumbre animosa de una región cargada de hastío la que plantó cara ante su malévola omisión.

El país entero recela el petulante accionar de los agentes del régimen vacilante. Reunieron expertos en calcular y a algunos fervientes desavisados. Con gran indignación asistimos a la conversión de furtivos subalternos en versados geodestas, demógrafos o en otras artes del contar gentes y cosas; quienes, con o sin razón, opinaron cómo debe administrarse y ejecutarse el empadronamiento de los ciudadanos, hasta el Sistema de Posicionamiento Geográfico fue puesto en duda por el más déspota de los ilustrados gobernantes, el “vocero”, que con su docto entendimiento consideró que un dispositivo Huawei marca un punto diferente que un Samsung. Paradójicamente, este oficio de contar, judíos y romanos lo practicaban hace 2000 años, razón por la cual Jesucristo de Nazaret terminó yendo a nacer en Belén de Judea.



Dos años después de un itinerario diseñado para manejar el Estado en piloto automático, lo que asombra no es el ampuloso currículo de cajero público con el que se las había arreglado para llegar a la Presidencia, sino el hecho de que -acompañado de ministros y asesores de vaga sensatez y falaz verbo- se sumiera en el ridículo del que no podrá salir por muy atravesadas que tenga en la boca sus cifras macroeconómicas, con ellas no comen los millones de bolivianos largados a su suerte en actividades no reguladas e ilegales, que como dicen cínicamente que viven del día a día ¿qué hicieron para no cambiar esa condición de la pobreza?. Los hechos dejan cada día expuesta su opaca incompetencia, a no ser que en ellas estén contenidos otros gestos que solo la inteligencia más torcida las incoa y descifra contra el sentido común y la razón.

Aun en este tiempo de imágenes satelitales, cuestionarios automatizados y procesamiento de datos vertiginosos, los expertos contadores de gentes y cosas han sido incapaces de proponer un cronograma contemporáneo, buscaron artefactos en los ancestros y nos retrotrajeron al siglo XIX, registro con tinta, papel y ábacos. Parecería que con todo lo que se afirma oficialmente se podría armar el diccionario más extenso de disparates, en el país de las últimas consecuencias, la metáfora más inverosímil de todas, similar a la promesa de juicio final, nunca concluye. Con lo que muestran, gracias a la política boliviana, construimos el país menos admisible, y se descubre la más alucinante capacidad de vivir en un lugar atópico, no deseado, todos dando la espalda al otro, como diría algún comentarista “¡qué difícil es ser boliviano!”.

Nada más parecido al desconcierto generalizado, expresan los bordes de la razón al ser tan delgados y los desatinos interminables. “Llegamos al poder para no irnos nunca más…”, dijo sin vacilación el personaje que renunció bellacamente, y se fue. Entonces, aquí estamos entre autoritarismos y expresiones de fascismos populistas por doquier. Sostienen que la exclusión o el condicionamiento de comportamientos, por razones históricas y sentido de pertenencia al terruño, son fundamentos democráticos; que la gala de racismo en boca de quien reclama originalidad es un hecho legítimo y justificado. El sueño de la última frontera se torna premisa natural, porque donde se pisa y los ojos alcanzan el horizonte, es el territorio de dominio personal o de la tribu. Todo lo que considere, es justo, es una verdad inapelable, porque todo, hasta Dios, existe porque así lo quieren los dueños de los solipsismos.

En cada manifiesto, los bandos en conflicto prueban que la incompetencia los desborda. Millones de voluntades al escuchar los discursos del desacuerdo solo pueden sentirse desamparadas e interpeladas a sostener símbolos que agigantan los sentidos de pertenencia gregarios y los abismos que los distancian a unos de otros. Es probable que desdeñar millones de animosas voluntades es lo que debe ofrecer esta política de la desfachatez. Ambos discursos construyeron crónicas abatidas, el triunfo de la majadería en la vida pública se naturaliza. Está tan próxima la sensación de tedio desatado por lo insólito del discurso presidencial que después de tan larga negación solo yacen incógnitas en péndulos. El otro presidente, sostenido por dos millones de enfervorizados seguidores, ofreció un discurso con telepronter, con cinco preguntas que más que consultas fueron la promesa de una larga conflagración política y constitucional que será hervida a fuego lento. Lo que demuestra que estos líderes no tienen la talla de su gente y de sus huestes.

Si había una forma de desarmar la esperanza de soluciones duraderas en ambas orillas, no se podría haber conseguido mejores emisarios. La pifia a las soluciones de alto alcance les pertenece a uno y otro, porque en minutos abolieron el oficio básico de la política y apretaron los botones rojos para una guerra de largo hálito con arsenales impensados para estos afanes. La burla a las voluntades encendidas ha dejado de ser un obstáculo en la carrera política, y se acepta con toda naturalidad, con indulgencia, hasta con una sonrisa, de los ciudadanos, que una vez más deberán resolver las rencillas pendientes al modo que puedan, arriando banderas hasta nuevo aviso.

En este conflicto, más allá de los ocultos intereses de los comandantes de la contienda, Santa Cruz gestó nuevamente un proyecto social y político fundamentado por iniciativas económico-productivas, se construye un modo de convivencia, rompiendo el viejo molde de la política clánica, patriarcal y partidista. Emerge cada vez con más claridad un tipo de ciudadanía autogestionaria que perfila formas de democracia contemporánea, la inteligencia se refresca de nuevos pensamientos y experiencias, se concentran talentos formados técnica y académicamente para las sociedades del hoy, con las miras puestas en el horizonte.

Se modela un estado de bienestar basado en la acumulación de excedente y capital en el que los líderes empresariales, intelectuales y sociales tienen una nueva sabia; diseñan y piensan una sociedad distinta, abierta y posible. No olvidemos que hasta las revoluciones sociales, con dinero, son más factibles, pregunten a Maduro en Venezuela. Este nuevo imaginario social surgido de las rotondas y vigilias no anuncia eliminar diferencias económicas ni sociales, empero ofrece una sociedad de convivencia entre diferentes, ofrece oportunidades -lo que hoy llaman ambientes colaborativos-. Se trata de alternativas negadas en otras regiones por la mirada corta de sus políticos y por la constante dependencia del Estado central.

Es mucho decir oportunidades en una sociedad posible, porque se gestan desde la gente dispuesta a aceptar nuevas condiciones e interdependencias, por encima de la mezquindad chauvinista y regionalista de los que se consideran amos de una cultura y territorios que se tornan cada vez más diversos, gracias a la dinámica natural de la gente trashumante. Se focaliza en el nuevo sujeto social y político que arriba día a día a este lugar para compartir con vecinos, familia y amigos el sueño de construir algo posible. Caben todos en este espacio de muchedumbres, desde los extremos religiosos oprobiosos, los fascismos trasnochados hasta las identidades sexuales menos pensadas y los demócratas formales y corbatín. Todo está soportado en esta suerte de ingeniería social de democracia construida por gente inmigrante; como todos aquí, unos antes, otros después. Todos legítimos dueños de sus quimeras.

La base social y política construida en la dinámica económica y política es señal de estar en el tiempo histórico preciso, merece debates, principalmente, porque se define en la lógica de la gente, de nadie en particular, porque a esta lógica se suman individuos dispuesto a crear su éxito material en convivencia con otros distintos y a la vez iguales. Se trata de un viraje sociopolítico que pone patas arriba el viejo orden de la política, de la que el Estado Plurinacional no pudo desembarazarse por apelar al mismo libreto y a la misma ética; si, ética.

Por todo lo dicho, expresa la emergencia de un modelo contra hegemónico al dominante. ¿La forma? Es secundaria, miren lo que pasó con la autonomía. El Federalismo no es solución administrativa de convivencia mágica, es una forma, solo miremos al sur para saber que siendo federales comparten con nosotros la desgracia de la política polarizada y negacionista.

No es el modelo de administración del Estado el que determina el éxito de una sociedad, es ella misma, sus proyectos, sus instituciones, su burocracia calificada, en fin, la inteligencia de su gente. Lo que las rotondas y puntos de vigilia demostraron es que cuanto más ancha es la posibilidad de participar y jugar roles activos, los ciudadanos procuran las formas democráticas de convivencia de manera flexible, por tanto, más perdurables. La viabilidad de las sociedades no radica en líderes carismáticos, menos en mesiánicos traficantes de imposturas, porque estos perdurarán en tanto la cultura de la gente y de las intuiciones sean permeables a estas expresiones inefables. En ello, Santa Cruz tiene experiencias obscenas, líderes de plastilina de sonrisa cínica o mordaz, y otros, con estética de pony ecuestre ataviado de Armani o Dolce Gabbana. Prepotencia envilecida y banal.

José Luis Laguna Quiroga

PhD. en Ciencias Sociales, investigador y docente universitario.

 

 

No tenemos otro país más que este