Cuando elegimos callar

 

Hace algún tiempo leí un libro de relatos —que no han debido ser muy buenos porque no recuerdo ninguna de las tramas—, pero sí me acuerdo del título del volumen que reúne esos cuentos: Cosas que nunca te dije. Estoy seguro que compré ese ejemplar más por la curiosidad que me despertó el nombre del libro que por alguna referencia de la autora o los temas que ahí se cuentan. Siempre me ha llamado la atención aquello que no se dice o que no se hace, y que, por lo tanto, nunca sabremos qué tan diferente sería el desenlace de los hechos si nos hubiésemos atrevido a decir o a hacer aquello que nos guardamos para nosotros mismos.



 

¿Les ha pasado que cuando chatean con alguien, o en algún grupo, aparece el mensaje: “Fulanita está escribiendo…” y permanece así por varios minutos, y finalmente, Fulanita envía un par de monosílabos o ningún mensaje? Fulanita dice más con eso que no se anima a enviar que con su mensaje enviado. Y una de las prácticas que más detesto, cuando Fulanita envía su largo mensaje y lo borra tan de prisa que no da tiempo para leerlo. En el plano de la comunicación virtual y la danza de subjetividades que ahí fecunda, todo comunica: los tiempos de respuesta, la extensión, el uso de emoticones, incluso el silencio.

 

García Márquez dijo en una entrevista: “Todos tenemos tres vidas: la pública, la privada y la secreta”. Las dos primeras son más evidentes, en cambio, en la última, archivamos aquellos sentimientos, palabras, emociones y acciones que no compartimos con nadie, que no nos animamos a manifestar. ¿Cuántos “te quiero” tendremos ahogados en la garganta; cuántos “lo siento” no hemos sabido decir; cuántas oportunidades hemos perdido por esperar o demorar nuestra decisión?

 

Si barajamos la hipótesis de los universos paralelos, habría una realidad paralela que se queda con nosotros en nuestros mensajes truncos, parciales, amputados o no dichos. En el pasado, eran las cartas que escribíamos y no franqueábamos en el correo postal o las entradas de los diarios personales que no compartíamos con nadie; en la actualidad, son los mensajes de WhatsApp que escribimos y no enviamos, los correos electrónicos que se quedan en la carpeta de borradores o que eliminamos, los mensajes de voz que no dejamos o que el destinatario jamás escucha, las llamadas telefónicas que interrumpimos antes de que nos contesten, los posts o tuits que redactamos pero no publicamos, o las citas y encuentros a los que nunca llegamos a acudir. Es ese mundo en el que casi vivimos, pero, no.

 

No es una cuestión de valentía o cobardía, de arrepentirse o desdecirse, las dudas o titubeos no siempre se pueden resolver. Existe un universo paralelo en el que no estamos nosotros, sino una versión penúltima de nosotros —o de lo que casi somos—, una versión que no ha dado el paso final porque está construida por las intenciones, deseos o pretensiones que se quedan archivados y que nadie llega a conocer. Es posible que, en muchas ocasiones, seamos más auténticos en ese mundo en el que elegimos callar, que en el mundo real donde parece que no guardáramos nada y lo hemos dicho todo.

Alfonso Cortez

Comunicador Social