Octubre de 2003

René Zavaleta Mercado escribía: “Se sabe que la anécdota es la elocuencia de los hechos, pero también su encierro. Esta pequeña historia o historia de pequeñas gentes no ofrece un principio, sino una algarabía de personajes fugaces y mal encarados. Hemos de ver, con todo […], el alzamiento de la multitud, el significado subterráneo de los hechos.” Octubre de 2003 es la muestra de una insurrección popular que tiene sus raíces en la década de los años 30 del siglo XX. La guerra del Chaco nos mostró la magnitud del territorio y lo poco poblado que se encontraba. Fueron las trincheras donde se forjó el nacionalismo revolucionario. Tras la guerra, los gobiernos de Toro (1936-1937), Busch (1937-1939) y Villarroel (1943-1946) nos muestran que el centro de poder en Bolivia es el discurso nacionalista revolucionario. La revolución de 1952 no solamente es la victoria del pensamiento NR, sino que también se convierte en el operador ideológico discursivo, como explica con maestría en un ensayo titulado “Sistema y proceso ideológicos en Bolivia”, Luis H. Antezana. Los gobiernos postrevolucionarios, como el de Barrientos (1965-1966 y 1966-1969), Siles Salinas (1969), Ovando (1969-1970), Torres (1970-1971), Banzer (1971-1978), por mencionar algunos, son una muestra de que la ideología predominante es el NR. En La Paz, aún podemos encontrar placas conmemorativas de obras del gobierno nacionalista de Banzer Suárez.



Tanto en las décadas de los 70 y 80, podemos observar que las ideas del nacionalismo revolucionario no solo siguen vigentes, sino que también son aceptadas, siendo el Movimiento de Izquierda Revolucionaria quien nos hace conocer el famoso “entronque histórico”. El gobierno de la Unidad Democrática y Popular (1982-1985) con Siles Zuazo aún seguía apostando por los ideales del NR. Tras la hiperinflación y al ingresar a su último mandato, Víctor Paz Estenssoro (1985-1989) todavía apelaba al discurso NR para salvar Bolivia. Parte de su discurso para implementar el D.S. 21060 nos habla de los sacrificios que debemos llevar a cabo para evitar la muerte de la bolivianidad y de la nación. La nueva política económica, que tendría una duración de alrededor de 20 años, marcó el inicio de un periodo conocido como neoliberal, y el primer gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (1993-1997) mostró una de las reformas más importantes del Estado, como la Capitalización, que dio como fruto la creación de bonos sociales, como el BONOSOL (Bono Solidario).

Las élites políticas no comprendieron que, independientemente del apoyo empresarial tanto externo como interno, no podían dejar de lado a las clases populares, las cuales no mejoraron su calidad de vida y provocaron conflictos como la guerra del agua. En una de sus reveladoras entrevistas, Guillermo Bedregal mencionaba que Goni y su entorno se convirtieron en una clase aparte y dejaron de lado a las mayorías. El sentimiento nacional en torno al gas comenzó a tomar fuerza y diversos actores conformaron la oposición a su venta por Chile. No importaron los datos que proporcionaba el mercado, los precios o la ruta comercial más eficiente. El mito del NR seguía vigente, y la Ley de Hidrocarburos promulgada por Hormando Vaca Díez mostró su vigor y también marcó el fin de gran parte de los partidos políticos de la democracia pactada. Han transcurrido 71 años desde la revolución nacional, y dentro del proceso ideológico boliviano, el eje dominante sigue siendo el del nacionalismo revolucionario, que fue bien manejado por el Movimiento Al Socialismo desde 2005.

Algunos de sus actores, como Jaime Solares, Roberto de la Cruz y Felipe Quispe, entre otros, quedaron fuera del poder al no contar con un instrumento político. La guerra del gas trajo consigo nuevas nacionalizaciones de empresas estratégicas y culminó con un proceso constitucional entre escándalos y cambios de sedes, para que el documento constitucional fuese modificado por el Parlamento. El discurso del “nosotros contra ellos” tomó relevancia y se convirtió en parte del cotidiano político. El surgimiento de las identidades regionales e indígenas forma parte del proceso y nos recuerda que la historia del país puede entenderse mejor desde sus regiones, como lo destaca el historiador José Luis Roca en su obra. Entre luces y sombras del proceso cambio después de octubre negro, nos encontramos en un escenario similar con el litio, que puede definir nuestros próximos 20 años.

 

Comprender el valor que tiene el NR como centro de poder nos ayudará a entender las motivaciones de las mayorías al momento de emitir su voto.

Jorge Roberto Marquez Meruvia es Politólogo