Después de varios días de sequía, una lluvia apenas humedece la siembra. Sin más precipitaciones, los agricultores de Junín, en Perú, difícilmente creen que podrán seguir trabajando los campos del principal productor de papa de América Latina.
Fuente: RFI
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«Ya no podemos solos contra el cambio climático (…) no tenemos conocimiento para poder hacerlo», sostiene Lidber Ramón, un campesino de 40 años, mientras la lluvia del mediodía se desvanece en las montañas de Jauja, en la región central de Junín, donde viven unos 4.500 agricultores y ganaderos.
Sus tierras de un verde desvaído enfrentan un «déficit de lluvias» por El Niño, un fenómeno cíclico que eleva la temperatura del océano Pacífico generando sequías o inundaciones, explica a la AFP Luis Romero, asesor en cambio climático de la organización humanitaria Save the Children.
El calentamiento global está «acelerando estos procesos, acortando los tiempos» entre un evento y otro, señala. Apoyado en un estudio de su organización, Romero asegura que los nacidos después del 2000 atravesarán hasta por nueve fenómenos El Niño, el triple que sus padres.
Otrora rebosantes, los ojos de agua que se forman en estas montañas que se elevan hasta los 4.700 metros sobre el nivel del mar, se están vaciando y hoy parecen cuencas cuarteadas.
Para su trabajo en el campo, Ramón, como la mayoría de campesinos, se guiaba por las señales de la naturaleza – lo que los expertos llaman bioindicadores -, como la migración de las aves, aparición de plagas, las nubes o las horas de sol.
«Este conocimiento ya no es suficiente, nos hace falta información (…) Solos no vamos a poder hacer nada (…) Bastante gente de mi pueblo está migrando a la ciudad. Algunos lugares se ven como pueblos fantasma», sostiene Ramón.
En los campos la información climática pasó a ser tan vital como el agua.
Data de voz en voz
Save the Children trabaja junto al Estado peruano en la implementación de un sistema de información agroclimática que actualiza los pronósticos del tiempo cada 10 días con una proyección a tres meses, y calcula el impacto de las lluvias, heladas o sequías en los cultivos de papa.
«Pasamos de una información muy abierta y muy grande a una información más específica (…) para que los agricultores tomen medidas adecuadas para enfrentar el clima» como, por ejemplo, almacenar agua o reforzar los albergues de animales, señala Romero.
Sin embargo, el experto apunta que las comunidades rurales de Jauja enfrentan un «bloqueo de información» por el acceso limitado a los servicios de energía e internet, por lo que están capacitándose en talleres presenciales para entender los datos agroclimáticos.
Y luego transmitir esa información en sus comunidades «de voz en voz, de boca en boca», explica.
Con 1,2 millones de habitantes – 22% en situación de pobreza -, Junín es uno de los principales productores de papa nativa (sin modificación genética) del Perú. Los campesinos alternan su cultivo con la crianza de ovejas, alpacas, vacas y vicuñas.
En 2022, solo en una comunidad de 200 pobladores, murieron 382 de las mil alpacas, según el líder social Jaime Bravo. Las madres y sus crías perecieron por la falta de pastos en medio de una sequía atípica.
Otros campesinos venden sus animales para sembrar alimentos que la sequía echa a perder. Abocados a la quiebra, abandonan los campos, sostiene Naida Navarro, de 54 años y dueña de seis vacas.
«Mamá, me voy»
Entre enero y septiembre, la producción agropecuaria del Perú cayó 3,6% con respecto al mismo periodo de 2022, según la estadística oficial. El Banco Central de Reserva prevé que este año el sector registre su peor contracción desde 1997, en gran parte por las sequías relacionadas con El Niño.
Uno de los cultivos más afectados es el de la papa, cuyo principal productor en Latinoamérica es Perú, según la agencia de la ONU para la agricultura y la alimentación.
Manuela Inga, de 44 años, cuenta que hace tres años una sequía intensa arruinó sus cultivos de papa y en 2022 una granizada destruyó el techo de su casa.
Su único hijo, Keyton, de 14 años, quería dejar la escuela para irse a trabajar en un restaurante en Jauja.
Recuerda que le dijo: «el carnero se muere, la papa se da poquito, trabajamos duro y no alcanza la plata. Mamá, mejor voy a irme a trabajar».
Entre 2008 y 2019, unas 660.000 personas se desplazaron en Perú por catástrofes naturales, en su mayoría relacionadas con El Niño, según datos del Consejo Noruego para los Refugiados. La cifra representa un 2% de los 33 millones de peruanos.
Por lo pronto, Inga logró persuadir a su hijo de seguir en el campo. «Le dije ‘espérate un poquito, por lo menos tendremos que comer'».
© 2023 AFP