El «gran miedo»

 

Cuentan las crónicas del 14 de julio de 1789 que, una facción de pobladores que participaban de diversos eventos de convulsión social en Paris, tomaba por asalto la Bastilla, una antigua fortaleza que los insurrectos convertirían en símbolo del despotismo monárquico de la época. El rey, Luis XVI, restó importancia a todos los conflictos que se iban desarrollando, convencido de que su mandato era un derecho divino, por tanto, no debía rendir cuenta de sus actos a nadie más que a Dios. Era el inicio, al menos formal, de la Revolución francesa.



El capitalismo no había podido vencer al feudalismo. Durante los días siguientes al inicio de la Revolución, comenzaron a circular rumores y noticias falsas acerca de grupos de bandoleros que se habían organizado en las ciudades y el campo para despojar a la población de sus pertenencias y robar las cosechas de los campesinos.

El pánico se apoderó de estos últimos, quienes procedieron a armarse defensivamente en barricadas. Al no comparecer el enemigo imaginario, decidieron volcar su frustración de forma violenta contra los representantes del rey y contra las instituciones públicas, procediendo a incendiar castillos, iglesia y otras propiedades.

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Esta oleada de pánico que azotó a los franceses, fue bautizada como el “Gran Miedo”. El temor que provocaba en la población “las posibles” conspiraciones aristócratas que, según ellos, amenazaba la incipiente revolución. Esta incertidumbre fue el detonante para que campesinos y habitantes de las diferentes ciudades de toda Francia, se movilizaran y atacaran las casas y residencias de los señores feudales. Ante esta ola de violencia desmedida, en agosto del mismo año, se decretó la abolición del feudalismo.

A pesar de los acontecimientos, se había generado a un clima de diálogo para el retorno pacífico a la monarquía, estableciendo criterios de una reforma fiscal favorable a los poseedores de la tierra y otra serie de demandas que finalmente no se alcanzarían, ante el súbito levantamiento de destrucción colectiva.

A día de hoy sigue siendo una incógnita el saber cómo desencadeno este fenómeno provocado en los primeros instantes de la Revolución Francesa. El “Gran Miedo” que propicio que aquellas masas de campesinos dominados por el pánico, tomen sus armas para combatir a un enemigo imaginario, creado por la psicosis y la idea de conspiración en contra de lo que se había gestado de forma casi espontánea.

Es llamativo como “la verdad”, puede terminar siendo un capricho o problema semántico con consecuencia directa en la racionalidad del ser humano. La capacidad de pensar, de crear ideas (ciertas o falsas), la manera de relacionarse con el entorno y el mundo circundante, agrupados en sociedad o como simples individuos, crean una necesidad de obtener conocimiento auténtico acerca de la realidad, a pesar de que este resulta muchas veces ser independiente de la propia voluntad, totalmente extrínseco de uno mismo.

La búsqueda de la verdad resulta intuitivo gracias a nuestro deseo de saber, a pesar, de que una vez que el ser humano logra dar con ella, prefiere negarla, aperturando el camino a la mentira y la fantasía, que en tiempos de la inmediatez alejan a los individuos cada vez más de la realidad.

Debido a esta predisposición irracional e irreflexiva de los hombres por encontrar la verdad y vivir con la mentira, se ejecuta una herramienta milenaria conocida en el argot político como “guerra psicológica”, una lucha en la que el poder ejecuta una serie de acciones con las cuales coloniza la mente de las personas. Esta arma poderosa de control y manipulación, está destinada a destruir moral, emocional e intelectualmente a los individuos, permitiéndole al poder seguir ampliando sus privilegios y su influencia.

Para Sun Tzu en su “El Arte de la Guerra”, “El arte supremo de la guerra es someter al enemigo sin luchar”. Actualmente, la guerra psicológica viene enlatada en forma de propaganda, considerada como una forma de guerra no formal. Promovida generalmente por políticos, religión y la misma sociedad que con epítetos de “intelectualidad” reproducen la ignorancia como simples cajas de resonancia. Desde las historias y relatos más absurdos e inverosímiles, hasta las promesas y ofrecimientos irrealizables, son adquiridos por los hombres con el único fin de negar la verdad.

Debido a la falta de interés e irreflexividad de los hombres, la mentira promovida por la guerra psicológica termina calando fuertemente en su ánimo y en la toma de sus decisiones. Corroborar la información y determinar las fuentes, puede ser bastante útil para evitar la confusión mental, contradicción emocional, indecisión y pánico. El buen juicio y sentido común, es parte de la responsabilidad individual que debe comenzar a trabajarse.

Por: Carlos Manuel Ledezma Valdez

ESCRITOR, INVESTIGADOR, DIVULGADOR HISTÓRICO

DIRECTOR GENERAL PROYECTO VIAJEROS DEL TIEMPO