Del filete al murucuntrullo, un hueso en la olla y un hueco en el bolsillo


Al recibir la noticia del incremento salarial y que mi sueldo subiría un sustancioso 5%, decidí que este año celebraría el Día del Trabajo a lo grande. Me fui temprano al mercado, decidida a comprar un delicioso filete para compartir con mamá y mi tía, invitadas a casa. No necesitaba muchos ingredientes y mi presupuesto se basaba en los 150 Bs adicionales de mi digno salario como docente universitaria de medio tiempo. Pero al encontrarme con el kilo de carne de res que ya consumía un tercio del presupuesto —sin contar los productos complementarios del menú— se me fueron las ganas de celebrar. Así que descarté la celebración y terminamos comiendo un delicioso locrito, que me dieron ganas de saborizar con un buen murucuntrullo.
Hubo un tiempo en que ese huesito con tuétano tenía un valor inmenso. El murucuntrullo era usado por las amas de casa más austeras para dar sabor al caldo. Se prestaba “para una sola champada” y debía devolverse pronto, no muy hervido, para que siguiera sirviendo al día siguiente. Más que costumbre, era símbolo de comunidad: una solidaridad sencilla y práctica, cuando no había mucho, pero se compartía lo poco.

Hoy, varias décadas después, muchas familias bolivianas reviven esa misma lucha: hacer rendir una olla para todos. Pero esta vez no se trata de compartir un hueso, sino de ver cómo el dinero ya no alcanza ni para lo básico. En Santa Cruz, ciudad conocida por su hospitalidad, «donde comen dos, bien pueden comer cuatro. Entra con franqueza, que un placer nos das; es ley del cruceño la hospitalidad.», como dice el poema de Rómulo Gómez, esa generosidad se enfrenta a una dura realidad: la comida ya no alcanza ni para los que están en casa.
En Bolivia, los precios de los alimentos básicos han aumentado de forma constante, aunque muchas veces de manera imperceptible en el día a día. Pero al mirar los datos con perspectiva histórica, se revela una verdad preocupante: entre 2008 y 2025, los productos de mayor consumo han duplicado o triplicado su precio. Según un sondeo publicado por el extinto diario Página Siete en abril de 2017, entre 2008 y 2017 productos como el arroz, el azúcar, el aceite y la carne subieron entre un 66% y un 133%. Y esta tendencia se intensificó dramáticamente entre 2017 y 2025, afectando aún más a los hogares bolivianos.



El pan, símbolo de lo básico, ha pasado de costar 0.20 Bs en los años 90 a 1.00 Bs en 2025. Cinco veces más caro. Y ese simple dato dice mucho: el modelo económico llamado socialista ha hecho que alimentarse en Bolivia sea cada vez más difícil. Lo que antes era un alimento seguro en cualquier mesa, hoy representa un gasto que obliga a replantear el menú familiar. Ya no es solo el pan: productos como la carne de res y el queso han subido más del 600%, mientras que el arroz y la papa, pilares de la dieta boliviana, también han duplicado o triplicado su precio.
Durante casi 20 años, Bolivia ha sido gobernada por el socialismo del MAS, con discursos que prometían justicia económica y redistribución equitativa de la riqueza. Sin embargo, la realidad cotidiana contradice esas promesas: la canasta familiar se ha vuelto insostenible, los pequeños negocios desaparecen, y las clases medias y bajas van rumbo a una “yesquera” galopante, puesto hoy en día, comer bien se ha vuelto un lujo. Actualmente, enfrentamos escasez de dólares, dificultades para la exportación, empresas estatales quebradas, vemos corrupción y falta de justicia por parte de la administración pública y una preocupante falta de combustible que frena el transporte y encarece los productos. El país atraviesa una crisis económica no solo por factores externos, sino por la mala gestión, la improvisación y la falta de transparencia.

Este fenómeno genera un empobrecimiento silencioso pero profundo: menos porciones, menos calidad, menos opciones, por lo que, muchas familias se ven obligadas a reducir porciones, sustituir alimentos nutritivos por otros de menor valor, o eliminar del menú productos esenciales como frutas, carnes o lácteos. Esto no solo impacta en la salud física, sino también en el desarrollo mental, especialmente de los niños. Si antes el murucuntrullo representaba ingenio, hoy se convierte en símbolo de resistencia. La olla ya no alcanza para todos, no porque falte comida, sino porque sobran desigualdades.

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