Populismo, espectáculo y Harvard


En el momento de mayor necesidad de respuestas claras y concretas para el país, vivimos el letargo del populismo mediático masista unido a una nueva era de espectacularidad del mensaje. Ambos fenómenos de la política, el uno con más de dos décadas de vigencia y el otro asomando en elecciones, invisibilizan la urgencia por ver soluciones reales. El encuentro en la Universidad de Harvard quiebra esa invisibilidad obligando a hablar sobre los planes de gobierno. No me importa si es Harvard o Wald Disney University. Ese dilema lo dejo para los “bolitas” que tiemblan ante el escudo de una universidad de prestigio. Prefieren volar a ras del suelo que extender las alas y “harvardearse” al menos un poquito. Tenemos un chip de mediocridad insuflado con proclamas nacionalistas absolutamente pintorescas.

Mejor voy al punto: hemos pasado de un populismo mediático de ensalzamiento grotesco del líder (Evo Morales) a un momento histórico mundial de generación de shows políticos con el objetivo de agradar al público: nuestra masa electoral. En los más de veinte años de populismo no hablamos del país o, para ser más exacto, es el ídolo de multitudes quien habla del país. Él, Evo Morales, hablaba del país y nos señalaba el camino que debíamos recorrer. Él sabe. Debemos agradecerle que sepa y seguirlo. ¿Hay bolivianos que tienen algo que decir? Son pocos y, al ser pocos, son fácilmente denigrables: aparecen los derechosos, los cipayos del imperialismo y, con un afán de ponerse al día con las modas intelectuales, aparecen y hacen aparecer a los racistas. Pero, ¿y si hablamos de los problemas del país? ¡No hay tiempo! ¿Qué tiempo va a haber si estamos haciendo la lista de los neoliberales, corruptos e, insisto, racistas consumados? ¡Grave! El debate sobre Bolivia quedó postergado y la corrupción –rasgo extendido y profundo del gobierno del “proceso de cambio”- entró con paso de parada. Y es que es así: si los que tienen algo que decir han sido acallados, los ratones hacen fiesta y se corrompen a lo bestia. Eso ha sido y es el MAS.



¿Y hoy? Hoy los mensajes políticos se anclan en el facilismo del show. El realce de la espectacularidad. Quizás el mejor ejemplo son los “cien días” para solucionar el país. No critico ese juego de campaña electoral notablemente vistoso. Todo lo contrario: disfruto la sagacidad inventiva propia de un momento electoral. Sin embargo, no puedo dejar de observarlo en su justa dimensión: del populismo que negaba la vitalidad de todo un país en nombre del magnánimo, pasamos a un espectáculo de publicidad política tan contundente como vacuo. En ambos momentos históricos, la realidad se extingue. Anclamos en la ideología en el escenario populista y nos sumergimos en el pragmatismo altamente demostrativo en el escenario de la espectacularidad. No voy a negar que la política pasa de ser un espectáculo de personalización de la grandeza de un individuo “odiado por todos los ricos” (ese es el tenor del mensaje), a un espectáculo de osadía personal de los candidatos. La ideología es suplida por la imagen. El recital de odio del masismo, es transformado en un recital de superficialidad. Ambas situaciones nos dejan incapacitados de ver la foto. No digo siquiera “la foto completa”, tan sólo digo “la foto”.

 En Harvard se ha retomado el diálogo o, al menos, la propuesta. Las propuestas electorales. Las ideas que tienen los candidatos para recomenzar un país hundido. La ensoñación populista no puede ser sustituida por la moda del espectáculo. El individuo embriagado de recetas antiimperialistas –ideología pura- no puede ser remplazado por la picardía demoledora de este presente condenado a la emotividad plena. ¿Y el pensamiento? No importa: de la impronta memorística de los fonemas ideológicos repetidos hasta el hartazgo –el imperialismo, la derecha, los oligarcas, etc.- pasamos al teatro del avivamiento electoralista con un mismo resultado: la desaparición de la crítica, la extinción del debate, la anulación del diálogo. De soldados-militantes privados de su masa encefálica pasamos al enaltecimiento de células grises abocadas al placer inmediato. De una encarnizada lucha contra la derecha nos trasladamos a un no menos punzante combate contra el tedio. Nuestro rival ya no es Coca Cola como símbolo del Imperio, nuestro enemigo son las burbujas de esa misma lata coca-colera que salpican las comisuras de nuestros labios haciéndonos reír.

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Ante eso, conocer los programas es sano. Aplaudo la iniciativa de Claure y la presencia de los candidatos y asesores de candidatos ansiosos de mostrar lo que deben mostrar: los pilares que jalarán nuestro país las siguientes (¿dos?) décadas.