Hace más de setenta años, ya superada una larga historia de confrontaciones, don Luis Fernando Guachalla afirmó que Bolivia es “tierra de contactos y no de antagonismos”. Luego vendría el complemento: Bolivia es también un país de “gravitaciones múltiples”, es decir que recibe y proyecta influencias a lo largo de sus fronteras con sus cinco vecinos. Todo esto por su excepcional ubicación en el subcontinente. Se dice que la geografía, de alguna manera condiciona la acción internacional de un Estado ya que, al final, termina por imponerse sobre la mera voluntad de los hombres.
Porque la “política exterior es la proyección, fuera de las fronteras, de la política interna”, no siempre resulta sencilla una equilibrada línea de conducta internacional. Se requiere de estadistas serios y conscientes del papel que corresponde a sus naciones, como integrantes de una sociedad global que no admite el incumplimiento de los deberes internacionales, entre otros, respetar la libre autodeterminación de los pueblos y los derechos humanos y acatar la obligación de no inmiscuirse en los asuntos internos de otros estados.
No es extraño, sin embargo, que en el corsi e ricorsi de la política latinoamericana los péndulos se muevan entre los afectos y desafectos, y que predominen caprichosas conductas de gobernantes que olvidan que todos somos pasajeros; que lo que perdurará es la realidad de que los latinoamericanos compartiremos eternamente esta parte del mundo; que la tolerancia y el respeto es imprescindible para la integración regional y para crear solidaridades de hecho como fundamento de la perenne unidad de nuestros pueblos.
Parafraseando, se dijo que la política exterior es un asunto demasiado serio para encomendarla exclusivamente a los diplomáticos, porque la acción internacional es un emprendimiento nacional integral. Pero ahora, lo que resulta más dramático –algunas veces patético–, es que los improvisados se ocupen de estos delicados asuntos. Esto se agrava cuando el presidente expone en este campo sus caprichos, fobias, aversiones personales, actitudes sectarias, afanes demagógicos y aun resentimientos.
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Esta extraña conducta fue particularmente estridente en la Comunidad Andina de Naciones (CAN), y se proyectó a otras regiones. La constante diatriba presidencial llegó lejos. Por ejemplo, el MAS no le perdonó a Washington su cooperación en la erradicación de los excedentarios cultivos de coca en el Chapare y desató una ofensiva de provocaciones con consecuencias notorias: la pérdida de los beneficios de la Cuenta del Milenio y de las preferencias aduaneras del programa llamado ATPDA.
La estridencia se hace más irracional y agresiva en el entredicho con el Perú, que recuerda la parcialización del gobierno del MAS con la perdidosa candidatura de Ollanta Humala, opuesta a la del presidente Alan García. Todo fue usado para enturbiar una tradición de amistad con bromas de mal gusto, exigencias, críticas, insultos y, ahora, la incitación a la violenta rebelión.
Así se van sumando los eslabones de una cadena de furiosa agresividad –por supuesto irresponsable– que nos va dejando aislados. ¿Habrá quien convenza a los dirigentes del oficialismo que el permanente conflicto es peligroso? Porque la ofensiva de improperios continúa, nuevamente con el respaldo –¡cuando no!– del tirano de Caracas.