La Paz. Tras el robo de joyas a la imagen de la Virgen del Santuario, la población teme futuros infortunios, como desastres naturales o escasez.
El lunes 22 de abril la Virgen de Copacabana amaneció desnuda para los ojos de los habitantes de ese pueblo paceño. Lucía triste, con ropaje, pero sin ornamentos. La madrugada de ese día los párrocos advirtieron del robo de joyas de la imagen, 27 piezas invaluables históricamente, pero de valor real por demás elevado debido a que algunas eran de oro puro y otras, de plata bañada en oro.
“Estaba como muñeca desnuda, sin corona, sin anillos. Sin nada estaba la Virgencita. Todos hemos llorado al verla sin sus joyas”, narra Andrea Chura, una artesana de 71 años que tiene un puesto de venta de réplicas de la efigie y souvenirs ubicado en la puerta del templo del Santuario..
Para los lugareños, ese hecho no es sólo un delito, sino la amenaza de infortunios. “Tiene que castigar la Virgen… va a castigar”, asevera contundente Matilde Tito, de 52 años de edad, presidenta interina del comité cívico transitorio de Copacabana, quien ya vivió la desazón que se cierne sobre el pueblo cuando se ofende a la imagen sagrada al arrebatarle su ornamentación.
=> Recibir por Whatsapp las noticias destacadas
El enojo de la Virgen ya duele a los habitantes del Santuario y temen que sea aun peor. Ella, como otros adultos de la población, recuerdan dos fechas anteriores en que ocurrieron robos de joyas de la Mamita, en 1982 y 2011, marcadas por abruptos e inexplicables cambios de clima que no sólo dañaron la economía del lugar, sino que pusieron de rodillas a la gente, que imploraba la piedad de la agraviada para que la naturaleza deje de embestirlos inclemente como lo hizo.
Este año, el temor ya se ha traducido en hechos, según los lugareños, que advierten de cambios en el clima —heladas a destiempo y lluvias fuera de época— que mermaron el 50% de la producción agrícola. Además, el Santuario padece una inexplicable baja de al menos el 60% del flujo turístico.
Ambos son columnas del sostén económico de Copacabana y los desafortunados sucesos son atribuidos al robo de las joyas de la Patrona, que desata su enojo por el delito sufrido en abril.
Los pobladores rememoran: en 1984 fue una inundación; en 2011, la sequía. Así, fenómenos naturales se manifestaron con toda su furia tras el robo de joyas.
En 1984, las aguas del lago Titicaca subieron ocho metros por encima de su nivel normal e inundaron una zona del municipio de Copacabana. Este desastre fue el punto más álgido de una seguidilla de inclementes precipitaciones que los copacabaneños comenzaron a sufrir desde 1982, año en que ocurrió el primer robo de joyas, cuenta Bonifacio Mendoza representante del Comité Cívico de Residentes de Copacabana en La Paz. Aquella ocasión, el agua se extendió al menos 300 metros por toda la zona Llallagua —en la playa del pueblo— e hizo desaparecer todas las cosechas existentes en el área afectada. Entonces, el hurto fue de la canasta de oro que la Virgen sostenía y de una de las palomas de oro que estaban dentro de ese ornamento.
El segundo robo ocurrió el 7 de agosto de 2011, temporada alta en la que los negocios de ese municipio son boyantes debido a la masiva presencia de turistas. En ese trajín es que nadie se dio cuenta durante días —según Matilde Tito— de que ladrones habían arrebatado la platería delantera del altar mayor y del camarín donde está posicionada la imagen.
“Esa vez no había helada ni lluvia, sólo sequía. Pedíamos misericordia, íbamos al cerro Q’hapía —a 13 kilómetros de Copacabana—, con nuestras wawas, a pedir piedad, porque ese cerro es poderoso”, cuenta Matilde al recordar la escasez de agua con que fue castigada la población tras el delito. El ritual que tuvieron que realizar cientos de familias consistía en sacar el líquido elemento y llevarlo a la comunidad, donde lo ponían en ollas de barro y hacían una vigilia durante una madrugada a la luz de velas negras. Todo enmarcado con constantes plegarias aymaras y sorbos de alcohol. Fue entonces que —un par de días después— volvió a llover.
Hoy, sobre esta la población se cierne la amenaza de futuras penurias que mande la Virgen por el robo de sus joyas, advertido el 22 de abril: “Estamos sintiendo la falta de lluvias y hay sólo heladas, ya que en esta época de primavera nunca suele suceder que sigan. Su tiempo es entre mayo y junio”, respalda ese temor Mario Monasterios, el sexagenario coordinador general en la Alcaldía y exdirigente vecinal.
Esta vez el agravio es más crítico aún. La Virgen fue despojada no sólo de las joyas que la cubrían, sino incluso de los objetos que la adornaban y que estaban acoplados a la imagen y al pedestal en el que se halla, elevada a siete metros del altar mayor del templo del Santuario.
una corona entregada a la Virgen entre joyas guardadas y que resistieron a la tentación de los ladrones.Fotos: Wara Vargas.
El patrimonio hurtado fue: dos coronas de oro, el resplandor, que es una estructura de plata bañada en oro que rodeaba a la efigie desde la parte posterior de la imagen, como un aura. Además de la vela que sostenía cual cetro.También robaron la figura del mundo que estaba en la mano del Niño que carga la Virgen, al menos 15 anillos que ésta llevaba —razón por la que le rompieron un dedo al tratar de arrancar las joyas—, la canastilla de plata donde portaba palomas y la media luna de plata bañada en oro que se elevaba a sus pies. Igual arrancaron pedazos de platería de tres gradas que están a los pies de la estatua.
El azote por este delito cayó primero sobre la agricultura. La familia de Matilde Tito vive de esa actividad. Ella detalla los daños de esta gestión: en mayo y junio es la época de la helada en dicho pueblo, pero ese fenómeno recién llegó con crudeza en julio extendiéndose hasta septiembre.
La helada, además, no fue permanente. Matilde cuenta el perjuicio con que la naturaleza sacudió a las cosechas. “Esos meses se echó a perder la papa, ya que un día helaba y al día siguiente llovía; luego volvía a helar y un día después nevaba, así que el chuño y la oca se arruinaron”.
Las cifras parecen darle la razón al castigo divino. “Cada año sacamos seis cargas de papa, cada carga son ocho arrobas y este año sólo hemos sacado dos cargas entre mayo y junio. En el caso de la haba, cada año sacamos diez sacos de abril a junio, pero este año sólo logramos tres”.
Orlando Paya es secretario general del Gobierno Autónomo Municipal de Copacabana y confirma el daño sufrido en la producción de papa, haba, oca, tunta y chuño, los productos que mayor aporte económico representan para la zona.
Explica que son tres los principales rubros de producción, por lo tanto, de sostenimiento económico en Copacabana: 50% de la población se dedica a la agricultura; 47%, al turismo —que compromete a la gastronomía, hotelería y transportes— y 3% de la gente se dedica a la actividad piscícola, especialmente la crianza de truchas.
Cuenta que los cambios climáticos afectaron sobre todo la producción que llega a La Paz. En promedio, cada año cultivan 100.000 quintales de papa en Copacabana. Esta gestión mermará —calcula Paya— en 50%. Lo mismo sucederá con la producción de haba, que anualmente alcanza los 200.000 quintales y este año sólo logrará el 30%, no más de 60.000 quintales, todo debido a la helada y las lluvias, según los testimonios recogidos por Escape.
Bonifacio Mendoza aclara que por las bajas temperaturas, que suelen ser breves y no prolongarse hasta septiembre, los productos se echaron a perder no sólo por el frío, sino por la falta de agua.
El padre franciscano Carmelo Darrós llegó hace 32 años a Bolivia desde su natal España y se halla velando la Iglesia de Copacabana desde la imputación que se presentó a cuatro párrocos del lugar acusados por este delito, de los cuales dos están con arraigo nacional y dos, con arresto domiciliario. El párroco es tajante al considerar que no existe ninguna conexión entre la fe a la imagen católica que fue víctima del agravio y las inclemencias climáticas.
“No hallo nexo entre ciertas creencias sobre la Virgen y la religión”.
“La Virgen había sido la que trae a la gente. Ahora Copacabana está triste”, narra Andrea Chura, una artesana de 71 años que vende réplicas de la imagen y souvenirs en un puesto en la puerta de la iglesia. Lagrimea, no sólo por el sacrilegio, sino por no tener ganancia en su negocio ante la ausencia de visitantes que adquieren sus artículos, situación que afronta hace meses.
Es que los ingresos por el flujo turístico también fueron mermados este año tras el robo de las joyas de la figura venerada. Parte de la sanción por haber transgredido a la Virgen dicen los lugareños.
Un día cualquiera —no sólo fin de semana—, desde junio hasta septiembre, aún en temporada alta, la población esperaba la masiva visita sobre todo de extranjeros que activaban cada año —en tres o cuatro meses— la economía de Copacabana en el rubro del turismo: gastronomía, hotelería, expendio de artículos típicos y transporte, entre otros.
Pero este año la situación es preocupante. Algunas céntricas calles del Santuario lucen inhóspitas cuando solían estar abarrotadas de foráneos que paseaban las aceras, o se paraban a admirar la oferta en souvenirs y comprarla.
“La cantidad de visitantes este año es realmente preocupante”, concluye Rolando Cruz, expresidente de la Cámara Hotelera en ese municipio y representante de la comunidad Q’hopa Q’hati, quien da algunas cifras: el promedio del flujo turístico en temporada alta —junio, julio y agosto— suele ser de 500 turistas al día, cantidad que se redujo de 50 a 100 visitantes diarios.
El secretario general de la Alcaldía de Copacabana refuerza esos datos y explica que cada año la temporada alta comienza en junio, mes en que el turismo suele mover unos 10 millones de bolivianos, de modo que al final de esa época, en agosto, en el Santuario hubo flujo económico de más de 40 millones de bolivianos. Esa cantidad cayó al menos en 50%. Paya precisa también con otras cifras: “Tenemos un estándar de ingreso de turistas en el municipio, un promedio de seis buses que llegan a Copacabana desde el Perú. Ahora no ingresan más de uno o dos vehículos desde esa zona”.Esa baja en el turismo también afectó a otros negocios, tal es el caso de la gastronomía. La familia de Mario Monasterios trabaja en la venta de truchas.
Cuenta que en época alta solía vender diariamente al menos unos 30 platos (cada uno entre Bs 20 y 30) y hoy no vende más de diez al día. La artesanía es otro oficio que enfrenta una reducción de la demanda. Emiliana Alarcón es una de las que trabaja con imágenes de estuco y adornos de madera, los cuales ofrece en una de las tiendas frente a la plaza principal del pueblo. “Ya no hay venta, por eso sólo salgo dos o tres veces a la semana, de lo que vendía unos 100 bolivianos, ahora vendo a veces con suerte 30… con suerte”, resalta.
Su colega Andrea Chura explica cómo la economía de quienes ofrecen artículos a turistas bajó. Las imágenes de estuco de una figura de la Virgen oscilan entre Bs 40 y 70, de modo que entre junio y agosto cada artesano tenía ingresos de hasta Bs 200 al día. “Pero este año hubo días en que no ganamos ni un centavo, nadie venía a visitar e incluso ya ni salíamos a vender. Ahora estamos logrando al día un máximo de 50 bolivianos”. Ante esta carencia de ingresos por la baja del flujo turístico y para subsanar en alguna medida el delito contra la imagen venerada, es que los pobladores decidieron realizar el 6 de junio una Misa de Desagravio para la Virgen en la que, además, la volverían a coronar. Su diadema de cuatro kilos de oro puro fue robada en abril.
El padre Carmelo explica que la ceremonia debía realizarse debido al agravio que la imagen de la Virgen sufrió, aunque también por la creencia de los pobladores de que el castigo es más duro cuando la estatua está sin corona.
“Se la volvió a coronar, porque no teníamos llegada de gente, coronarla de nuevo era como ofrendar a la Virgen para que la gente vuelva a creer”, explica Bonifacio Mendoza, quien aclara que si bien la visita de turistas fue casi nula esta gestión, tras la Misa de Desagravio el panorama mejoró un poco, aunque no como en otros años.
Al encender una vela en honor a la Virgen de Copacabana hay que prestar atención cómo la cera se desvanece, debido a que podría augurar llanto. La Capilla de las Velas, durante abril y mayo, estuvo abarrotada de pobladores que encendieron miles de candelas para orar por la Mamita y pedir que se atrape al culpable del delito. “Las velas se chorreaban, lloraban esos días”, relata Matilde Tito sobre esas jornadas en las que el pueblo imploraba por la Virgen. La creencia dice que si la vela arde bien, “si no llora”, la persona que la encendió tiene allanado el camino de su suerte. Pero al chorrear la cera los creyentes tienen la lectura de que son las “lágrimas de la vela”.
En los registros del patrimonio en torno a la figura de la Virgen existe un depósito de joyas y ornamentos valiosos que se fueron acumulando desde 1925, año de la llegada de la imagen al pueblo.
Parte de la población inculpa a los curas por el agravio que sufrió la imagen: “Si un párroco fuera el ladrón, no robaría a la imagen ya que hay piezas mucho más valiosas en el museo que —de ser robadas—, tal vez nadie se enteraría”, comenta Darrós.
“No se sabe el valor real, pero no todo lo hurtado era de oro, por ejemplo, las palomas y la canastilla eran de plata y el resplandor era bañado en oro”, detalla. El párroco español explica que si bien estas piezas son invaluables históricamente, tienen valor real porque son gramos de plata u oro que se cotizan.
Y añade que hay dos posibles teorías respecto a los robos. Que las piezas pueden estar destinadas a un mercado negro de patrimonio material o, lo más probable, que las joyas sean fundidas.
Casi todo lo que tiene la Virgen, entre joyas, vestidos de exquisitos bordados de oro y plata, y pinturas que en algunos casos tienen siglos de antigüedad, son ofrendas de los fieles.
El párroco español cuenta que uno de los ruegos más frecuentes de los pobladores es la captura a los delincuentes para enjuiciarlos y castigarlos por su ofensa.
Esta venerada y celosa madre es inspiración de una serie de mitos. Es conocido aquel que dice que el paso de Copacabana está prohibido para parejas informales de enamorados o aquellas que no están casadas. A decir de Mario Monasterios, esto se debe a que la fe en la figura venerada inculca respeto por los demás, esa creencia indica que el Santuario no es un lugar de jolgorio, o enamoramiento pasajero.
De momento, la investigación no dio mayores luces. Sin embargo, la petición de Matilde Tito y de todo el pueblo —tanto por el desagravio a la Virgen, como el temor a su sanción divina — es que la Mamita haga el milagro de capturar a los ladrones, así como hace favores a todo el mundo. Texto: Fotos: Wara vargas