Pablo Javier Deheza
Como todos los años, las quemas y chaqueos estacionales están provocando daños incalculables al ecosistema y a la salud de las personas, pero este año el fenómeno es de mayor magnitud debido a la sequía que azota a casi todo el territorio nacional. Santa Cruz de la Sierra es la ciudad más afectada por la contaminación.
Bolivia está en llamas, literalmente. Siete de los nueve departamentos presentan incendios de consideración. La situación de sequía incrementa los riesgos y el comportamiento histórico este fenómeno indica que aún no hemos llegado a su clímax. Las tendencias indican que en septiembre la cosa será peor aún. Hasta ahora ya son cerca de 30.000 los focos de calor que se han detectado. Ya se tuvo que detener temporalmente operaciones en varios aeropuertos del país dados los escasos niveles de visibilidad. El humo ha invadido la vida cotidiana disparando las alarmas en vista de los riesgos para la salud que esto implica. En días pasados el director de la Autoridad de Control y Fiscalización de Bosques y Tierras, Cliver Rocha, manifestó públicamente que estamos frente a lo que podría ser “el desastre forestal de mayor trascendencia histórica en Bolivia”. Afrontamos, evidentemente, un panorama desolador y peligroso.
Sobre este tema Pulso entrevistó a Cinthya Bojanic, ingeniera encargada del Programa de Monitoreo de la Calidad del Aire (Red MoniCA), de la UPSA. Bojanic nos introduce a las actividades de la Red MoniCA señalando que “el monitoreo atmosférico comprende todos aquellos procedimientos diseñados para muestrear y analizar en forma continua las concentraciones de las sustancias contaminantes presentes en el aire en un área definida y por un período de tiempo determinado, bajo controles de calidad. La Red MoniCA empieza a funcionar en Santa Cruz en el 2004 como parte de un convenio de la UPSA, el Gobierno Municipal y la cooperación suiza por medio de Swisscontact. Inicialmente el monitoreo activo y pasivo se realiza en la UPSA a través de la medición de la calidad del aire en la ciudad en once puntos, clasificando luego los mismos como de alto tráfico, residencial e industrial y verificando los más representativos. Posteriormente en 2006 se obtiene un equipo automático a cargo del Gobierno Municipal, que funciona en la ex Terminal y que mide la contaminación en tiempo real y permite obtener los datos de toda la ciudad en forma conjunta con la UPSA. El monitoreo de la calidad del aire es un mandato de la Ley del Medio Ambiente y esto permite que los habitantes tengan conocimiento de la calidad del aire que respiran y poder hacer una gestión de la calidad del aire, según de donde provenga la contaminación”.
Bojanic continúa indicando que “eso nos ha permitido ver que en épocas normales más del 70 por ciento de la contaminación proviene del parque automotor y que ésta va en aumento. Lo que sucede en esta época del año, y sobre todo con coincidencias en el 2004, 2006, 2007 y ahora 2010, son las quemas e incendios de biomasa que el viento arrastra hasta nuestra ciudad. Los datos muestran que para estas épocas los valores de contaminación están muy por encima de nuestra Ley 1333 y de lo que la Organización Mundial de la Salud sugiere como aceptable. Medir nos permite tener una base de datos sobre la evolución de la contaminación, ya sea para estudios posteriores o para la toma de decisiones técnicas sobre gestión de la calidad del aire”.
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Consultada acerca de cómo ve la evolución de la problemática de chaqueos y quemas que se dan estacionalmente en el territorio nacional y particularmente en el oriente boliviano, Bojanic responde que “se ha visto un avance desde el inicio de las mediciones ya que actualmente el Gobierno Departamental monitorea los focos de incendio. Esto permite saber los lugares en que se está quemando y sé que además se tiene un programa de educación ambiental en los lugares que han sido más afectados, además de un equipo para emergencias que antes no existía. Aunque todavía no es suficiente, ya es un avance. Faltan aún herramientas para evitar que los fuegos se propaguen”.
Frente a estos pasos que dan las instituciones pertinentes, está la realidad de lo que pasa en el campo. Boris Miranda publicó en el diario Pagina Siete algunas percepciones recogidas in situ manifestadas por los protagonistas de la vida agraria. Juan, un colonizador en tierras cercanas a Cuatro Cañadas, lanza una frase por demás contundente que lo define todo: “el ecosistema se puede ir a la mierda, pero nosotros nos quedamos en estos pagos”. Claro, la subsistencia viene primero.
Y sin embargo, no es poco el daño al que están siendo sometidas las personas, el medio ambiente, el ecosistema y las tierras fruto de la actividad agrícola. Siguiendo con el testimonio recogido por Boris Miranda, se colige que el impacto que ha tenido el uso de químicos en las tierras y los chaqueos masivos no es menor. Hoy, a duras penas, productores pequeños siembran sorgo –cultivo de baja rentabilidad utilizado como alimento para pollos–, yuca, arroz, algo de maíz. Lo que antes eran tierras fértiles, hoy son tierras difíciles para la producción.
Volviendo a la ciudad, los riesgos se multiplican para diversos grupos sociales. Los niños, los ancianos, los enfermos y otros son los más perjudicados. Bojanic señala que “indudablemente la situación es grave para la salud. No sólo para los habitantes de las ciudades donde llega el humo de esta quema, sino también para todo ser vivo en el ecosistema. Lo más lamentable son nuestras áreas protegidas que llegan a quemarse y van a producir una pérdida irrecuperable de nuestra biodiversidad. Es bueno recalcar que la inhalación de partículas de humo no se refiere sólo a las enfermedades agudas y molestias a corto plazo, sino que estas partículas se mantienen en los pulmones y dan lugar a enfermedades crónicas de los tractos respiratorios y cardiovasculares. Es como fumar permanentemente, sin estar consciente de eso”.
¿Se vislumbra en un futuro cercano una solución a esta problemática? ¿Por dónde pasa una ruta crítica para trabajar una solución? ¿Qué actores estarían implicados en trabajar una solución? ¿Hay voluntad de estos actores para trabajar soluciones? Esbozando una respuesta a lo anterior, Bojanic dice “ojalá se pueda obtener una solución cercana, pero eso pasa sobre todo por la concientización del ciudadano que inicia el fuego, ya sea lanzando una colilla de cigarro o empezando un pequeño fuego sea éste intencional o no. Pero básicamente hay que pensar en la meteorología, ya que esto se da en los años de mayor sequía y entonces es ahí que hay que trabajar en la prevención. Los actores son, en primer lugar, las comunidades que inician los fuegos y las autoridades, tanto a nivel municipal, departamental y nacional, para educar y trabajar conjuntamente en la prevención. A nivel internacional también debería trabajarse coordinadamente, sobre todo con los vecinos que tienen el mismo problema”.
“Indudablemente los chaqueos son parte de estos fuegos, pero no los únicos –continúa Bojanic–. He visto estudios departamentales que ya permiten determinar el uso de suelo de estos focos de calor. Además, sabemos que la Ley Forestal permite los chaqueos controlados, que son una antigua práctica muy utilizada en pequeños predios y mucho más económica que la mecanizada. Pero lo que hay que resaltar son las condiciones en las que debe hacerse, que también están estipuladas, sobre todo para que el fuego no se propague. Y eso es lo que hay que difundir y controlar. Y también hay que prohibir según las condiciones meteorológicas, como se mencionó previamente, en años muy secos”.
Bojanic concluye indicando que “como ciudadanos que somos, cada uno debe poner de su parte para evitar quemar más en esta época y ayudar a controlar inclusive las pequeñas quemas o la combustión en el transporte que es un aumento más a lo que ya tenemos de contaminación en el aire”.
Esto es así, ir avanzando un fuego menos a la vez. Llegará un buen día, cuando haya menos humo, en que la contaminación dejará de regalarnos estos espectaculares atardeceres en Santa Cruz, con enormes soles rojos a los que mirar de frente, y la luna dejará de andar bronceada color mocochinchi para ser pálida nuevamente.
Arde la Amazonía
Ismael Guzmán, sociólogo de CIPCA Beni
En estos días la Amazonía arde en todo el sentido de la palabra y sin oportunidad para exageración alguna, pues arden los ojos por la frondosa humareda que sale de aquellos árboles a los que el fuego les acaba de arrebatar su frondosidad; arde el estómago por el agua cada día más saturada de la ceniza que esparce el viento; los niños arden de fiebre por infecciones estomacales; pero también muchos ardemos por la indignación ante prácticas irresponsables que no cambian ni conmovidos ante las amenazas que emite el cambio climático, ni temerosos ante las suaves normas de un Estado apenas contemplativo en la materia.
Pero lo que más arde en estos momentos son los vastos pastizales de la sabana amazónica y sus bosques aledaños, deliberadamente incendiadas como parte de una práctica perversa de manejo de campos de pastoreo para el ganado bovino.
Y en estos ardores uno se pregunta, ¿cuál es el pecado de la Amazonía? ¿Por qué estas ardorosas y dolorosas purgas ambientales, si es precisamente en esta región, con territorios indígenas establecidos, donde aún se ejerce una relación armónica con la naturaleza? Pareciera que se cierne un ensañamiento contra la Amazonía efectuado desde diversos ámbitos sociales y “naturales”.
Hace poco una helada inusual nos infligió una cuantiosa matanza de peces, saurios y otras especies acuáticas como las petas (tortugas). Ríos, arroyos, lagunas y estanques de agua se constituyeron, a raíz de este suceso, en nidos de pestilencia provocada por la osamenta. Duro golpe a la naturaleza, duro golpe a los medios de vida de familias indígenas de la región.
Luego, en esta temporada, experimentamos un sol que hace estragos las pieles expuestas y ante el cual sucumben los cultivos y el ganado en general, nos referimos a la sequía que en sí misma es dura para el medio ambiente y también para la economía rural en la región.
Sin embargo, el impacto de la sequía es aún mayor debido a que va aparejada de devastadores incendios forestales causados por productores rurales con culpabilidades compartidas, pero en una jerarquía de responsabilidades muy definida, donde el sector ganadero ocupa la cúspide.
Los potreros, que suelen ser miles de hectáreas por cada familia, demandan prácticas de manejo para la renovación de pastizales y la eliminación de plagas como garrapatas y otros que atacan al ganado. Para contrarrestarlo, el método más sencillo es incendiar la pampa en la temporada más álgida de la sequía, a un costo monetario bajo porque lo subvencionan la misma naturaleza y nuestros pulmones.
Por eso arden en estos meses los pastizales, devastando la fauna que albergan, en un doloroso espectáculo donde todo es fuga para intentar salvar la vida. En ese momento cuando arrecia el fuego no cuentan los nidos tan esmeradamente cuidados por sus edificadores porque hay que huir del fuego; no cuentan las crías incapacitadas para tal travesía porque hay que salvar la propia vida para intentar sustituirlas en la siguiente temporada; no cuentan los roles naturales de presas y depredadores, todos fugan para salvar sus vidas de la voracidad mayor, aunque algunos, en su desesperación y confusión, huyen fuego adentro, constituyendo el último acto de búsqueda natural de sobrevivencia. Mientras la flora sólo retuerce sus hojas en espera de su fatalidad.
Pero al parecer, porque cada vez se hace más inminente, a la Amazonía aún le restan purgas mayores a la de estos impactos señalados y tendrán un carácter permanente y de mayor envergadura: los mentados megaproyectos, cuyas verdaderas dimensiones y efectos aún son desconocidos. ¿Cuánta resistencia más le quedará a la Amazonía?
Pulso