“Que la DEA no me vea que me causa estrés”, cantaba algunos años atrás el grupo de rock nacional “Atajo”. Algo parecido podría cantar hoy el presidente Evo Morales, tras la descertificación de Bolivia por el fracaso en la lucha contra el narcotráfico. La contundente señal internacional llega justo en el momento en que el gobierno pregonaba en el exterior el supuesto “éxito” de su modelo económico, bautizado por un artículo periodístico con aires de publirreportaje como “Evonomics”. A la luz del crecimiento exponencial de la narco-economía en Bolivia habrá que hablar mejor de Narconomics, un nombre que puede definir con precisión la realidad del país bajo el gobierno cocalero de Evo Morales. Cerca de 1.000 millones de dólares es lo que se calcula que inyecta anualmente el narcotráfico en la economía nacional, cifra que beneficia a sectores específicos pero que también genera efectos contraproducentes para la mayoría de los bolivianos, no sólo en materia de seguridad ciudadana sino también por la presión inflacionaria impulsada por un circulante que no corresponde a una mayor oferta de bienes y servicios. Algo que cada vez se siente más intensamente en los precios de la canasta familiar. En este contexto, el gobierno se propone sustituir la Ley 1008 por una nueva norma, nada menos que para legalizar la ampliación de cultivos de coca. Hacer eso cuando el 93% de la producción de coca del Chapare es desviada fuera de los mercados legales -según datos de Naciones Unidas- significaría abrirle aún más la cancha al narcotráfico. Cuidado, porque la “mexicanización” de Bolivia podría estar a la vuelta de la esquina. Ahora que el nombre de Evo ya no suena para cierto premio escandinavo muy anhelado por él, habrá que proponer que reciba, en cambio, el Nobel en Narconomics.
Álvaro y el Leviatán
Una conferencia sobre “El proyecto de Estado Plurinacional” en la Universidad Católica de Cochabamba sirvió para que el vicepresidente mostrara una vez más su fibra antidemocrática. Además de hablar sobre su “inclinación por la no religión” (¿tantas vueltas para decir que es ateo?), García Linera estableció claramente su concepción totalitaria del Estado, al definirlo como “dominación, monopolio y coerción” y al decir que “El Estado se construye concentrando”. El Estado de García Linera se parece demasiado al Leviatán de Thomas Hobbes, el monstruo mítico utilizado para representar al absolutismo autoritario. Y sus frases podrían haber sido dichas perfectamente por un teórico de extrema derecha como Carl Schmitt, una nueva confirmación de que los extremos se tocan.