Fernando Molina
Con las dificultades que tuvo estas semanas para resolver la carestía de azúcar, el Gobierno boliviano comprobó lo peligroso que resulta tratar de alterar el funcionamiento del mercado. Ante la imposibilidad de fijar burocráticamente un precio bajo para este producto, acción que condujo al desabastecimiento nacional del mismo, la reacción oficial fue la única posible: la realidad se impuso a la ideología y comenzó a regir el precio que surge espontáneamente de la relación entre oferta y demanda.
La ministra de Desarrollo Rural y Agricultura, Teresa Morales, aceptó que fue un error tratar de fijar desde arriba los precios de los bienes. El presidente Evo Morales recordó que el propósito original de la Empresa de Apoyo a la Producción Agropecuaria (EMAPA) es el que su nombre indica, y no importar y vender alimentos, como sin embargo hizo en este tiempo, ocasionando los problemas que supuestamente debía resolver.
En efecto, aunque Morales no admitió tanto, la responsabilidad de la desaparición del producto en las tiendas, de las largas filas allí donde éste se vendía, de la especulación, etc., fue en partes iguales de EMAPA, que al principio repartió azúcar barata, creando la expectativa de que este producto podría hallarse a tal precio de forma permanente, y que le quitó el negocio a los comerciantes al menudeo; y, luego, del intento de criminalizar la comercialización a precios superiores a los que se registraron a comienzos de año. Con estas dos medidas, el Gobierno se aseguró de causar(se) problemas.
Cuando se busca detener la tendencia alcista de un precio con una determinación de tipo administrativo, o peor, policial, las consecuencias inevitables son que baje la inversión en la producción del bien así “protegido” (en especial si además no hay seguridad económica), que los importadores dejen de importarlo y que los comerciantes prefieran no transarlo. Con lo cual el Estado se topa contra la siguiente alternativa: retroceder o nacionalizar toda la rama en la que se produjo el problema, avanzando hacia una economía socialista.
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Se ve que el Gobierno boliviano comprendió que esta segunda opción no le calza, lo que es un alivio. Además del dolor que la aplicación de la receta causaría, al final de todas maneras el desabastecimiento terminaría imponiéndose, convertido además en la característica fundamental de la vida social. Así lo prueba el ejemplo de Cuba.
La política es muy poderosa. Lo vemos cada vez que logra imponer modelos contrarios a las leyes de la economía, con la idea de subordinar ésta al triunfo de valores distintos al lucro. Pero la que ríe al final siempre es la economía, cuya lógica se dobla transitoriamente, pero no se rompe; la economía es implacable porque resulta del impulso más poderoso de todos: la necesidad.
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