¿Bajó el telón?


Marcelo Ostria TrigoAcaba de terminar la consideración del tema marítimo de Bolivia en el 42º Periodo Ordinario de Sesiones de la Organización de los Estados Americanos celebrado en Cochabamba, Bolivia. Lamentablemente, las expectativas creadas en la población boliviana por el gobierno del Movimiento al Socialismo, fueron falsas, sin base alguna; es más, nunca se precisó lo que se pretendía obtener.El resultado –hay que reiterarlo- es magro. No hubo avances. Solo quedaron, casi como simples recuerdos, las resoluciones de la OEA que se sucedieron desde 1979, en las que se insta a Chile y a Bolivia a que negocien una salida soberana y útil al océano Pacífico para nuestro país. Se trató en esta ocasión, como sucede desde hace mucho tiempo, de un rutinario informe de Bolivia y Chile, sobre los eventuales avances en este tema de interés americano.La sesión en la que se trató el tema, terminó con las intervenciones de los representantes de los países que participaron en la Asamblea repitiendo, casi textualmente, lo que se aprobó hace 28 años, es decir que se instó a los dos países a negociar una solución a la mediterraneidad de Bolivia. Ahora no se avanzó nada, pese a la algarabía de una barra aleccionada. Así se ha confirmado que en este importante asunto el gobierno aún no ha comprendido la esencia del tema y tampoco muestra capacidad para encararlo con serenidad y, sobre todo, con seriedad.Quizá sea bueno recordar que, como si fuera un inevitable corsi e ricorsi, las relaciones entre Bolivia y Chile, fueron desde 1979 de coincidencias y disensos marcados por furias agraviantes. La historia así lo demuestra.Pero lo peor es que nosotros mismos nos hemos convencido de que los fracasos se deben a que Chile siempre fue consecuente con su posición sobre la mediterraneidad de Bolivia, mientras que los bolivianos fuimos mostrando inseguridad, dubitaciones y estridencias, transitando caminos zigzagueantes y erráticos. No hay tal. La verdad es que tanto Bolivia como Chile, tuvieron b bruscos cambios de actitudes; y esa tendencia aún persiste.Luego de la caída del presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, aumentaron las tensiones entre Bolivia y Chile. La cumbre de Monterrey fue escenario de un inusual enfrentamiento entre los presidentes de Bolivia y Chile, alejando más la posibilidad de una negociación madura y respetuosa.Mejoró el ambiente en la breve gestión del presidente Eduardo Rodríguez Veltzé. Se temía, sin embargo, que nuevamente se avivarían esas tensiones con la elección del presidente Evo Morales, un fiero opositor a que se exporte el gas boliviano a los mercados del Norte –especialmente a California-, desde un puerto chileno.Sorprendentemente, el presidente Morales fue cautivado por la sucesora del presidente chileno Ricardo Lagos, señora Michelle Bachelet. Ambos gobiernos, entonces, concertaron una agenda de asuntos pendientes, entre los que figuraba –muy diluido, por cierto– al asunto marítimo de Bolivia.Durante cuatro años, solo se procuraba amainar las expectativas de la ciudadanía, que procuraba saber qué se estaba negociando, con una vaguedad: “se está creando un ambiente de mutua confianza como paso previo”. Esa fue la tónica de las relaciones Morales – Bachelet, que terminó sin ningún avance.Todo cambió cuando se inauguró del régimen del presidente Sebastián Piñera.Fue evidente que el presidente de Chile tenía una posición dura sobre las futuras relaciones de su país con Bolivia. Ya antes de su elección, había anunciado que su gobierno otorgaría a Bolivia todas las facilidades, menos soberanía. Se volvía a la época de la inflexible política chilena.Quizá esto sorprendió a Evo Morales, acostumbrado a la cordialidad que le dispensaba el gobierno anterior. Así, fue inocultable que al presidente boliviano se le iban acabando las esperanzas de lograr, por fin y para su pretendida gloria, la solución de la mediterraneidad de Bolivia.Es, en estas circunstancias, que Morales decide lanzar una ofensiva diplomática –por llamarla de alguna forma- , aunque no se advirtió cuál era el camino escogido. Se mencionó –ya hace más de un año- que Bolivia demandaría ante la Corte Internacional de Justicia de la Haya, la nulidad del Tratado boliviano–chileno de paz suscrito el 20 de octubre de 1904. Y predominó el endurecimiento en lenguaje, mientras no se medía la viabilidad de una acción judicial internacional que pudiera definir para siempre el encierro de Bolivia si no prosperara la demanda –en un pleito nada es seguro hasta el fallo final- pues de ser así Chile obtendría el mejor título: una sentencia judicial.Pero las incongruencias se sucedían; se contrataron abogados extranjeros, se creó un organismo especial –la cancillería no les era suficiente- para preparar la demanda y, simultáneamente, se afirmaba que no se abandonaría el camino de la negociación directa y el de las denuncias ante organismos internacionales como la OEA.Pronto se enturbió el ambiente con acusaciones, aclaraciones y aún ofensas cruzadas, destacando las que vertía el Jefe de Estado de Bolivia ante auditorios insólitos, replicado si con el sempiterno dejo de soberbia de algunos representantes de Sebastián Piñera.Había quedado atrás la época de los halagos y las muestras de afecto entre Evo Morales y de la presidente Bachelet.El gobierno del presidente Piñera volvió a usar la vieja muletilla –repetida con solemnidad por el actual Canciller chileno en la Asamblea de Cochabamba– que, con el tratado de paz boliviano-chileno de 1904, no queda ningún diferendo territorial pendiente entre los dos países y que, como los tratados son “sagrados, intocables e inmodificables”, no hay nada que ofrecer a Bolivia con soberanía.Chile ha logrado centrar el asunto solo en la santidad de los tratados de límites, y el gobierno de Bolivia le ha seguido el juego. Y así, se llega a un nuevo callejón sin salida en lo jurídico y en lo práctico. En efecto, la mayoría de los límites en el mundo se han fijado luego de guerras. Aceptar la revisión unilateral de los tratados sería abrir una Caja de Pandora y dejar que salgan peligrosos demonios. Pero Chile tampoco se acepta que todo tratado puede ser modificado con la anuencia de las partes que lo suscribieron.Con esta distorsionada discusión sobre la validez de los tratados, Chile consigue dejar establecido que no es posible, entonces, otorgar a Bolivia una salida soberana al océano Pacífico. Pero se cuida de decir que, por lo menos en tres oportunidades –en 1928, al aceptar la proposición Kellog, en 1950 con la notas Ostria Gutiérrez-Walker Larraín, y en 1975 con la disposición a ceder una franja territorial al norte de Arica– Chile se avino a esa transferencia territorial con soberanía.Que se sepa, en las negociaciones de 1950 y 1975, no se pretendió modificar el mencionado tratado. Se buscaba la transferencia de un territorio que no fue parte de lo convenido en 1904. Por ello, en tales ocasiones, se mencionaba que el arreglo sería “preservando los tratados” que ambos países tiene suscritos entre sí y con el Perú, en este último caso el tratado de la partija de Tacna y Arica.Tozudo, el gobierno de Bolivia, a través de su tímido Canciller, ahora propone renegociar el tratado de 1904. ¿Qué espera obtener? Pretender que Chile se avenga a devolver todo el litoral que Bolivia perdió en 1879 es, cuando menos, una ingenuidad.Un tópico más: se vienen enredando los argumentos sobre si este tema de la mediterraneidad es bilateral: Bolivia–Chile, tripartito Chile–Perú–Bolivia, o multilateral. En verdad hay dos bilateralidades, la una boliviano-chilena para encontrar en conjunto una fórmula satisfactoria de solución y la otra chileno-peruana, que se aplicaría si la fórmula de solución se centrase en la transferencia de territorios (Tacna o Arica) sujetos al protocolo adicional del tratado chileno-peruano de Lima de 1929, que establece la obligación de la aquiescencia mutua para una eventual cesión a un tercer país: Bolivia.En cuanto a la pretendida multilateralidad del tema, no hay tal. No se negocia multilateralmente una fórmula de solución ni sus pormenores de un pleito entre dos países. Lo que existe es el interés colectivo en la solución de un diferendo, alentando a las partes a que encuentren caminos pacíficos de entendimiento; nada más. Por supuesto que la comunidad internacional, en estos casos, puede ejercitar una presión moral saludable.Bajó el telón de un acto, del que nadie salió satisfecho. Seguramente, en el futuro, cuando cambien las circunstancias y los actores, se vuelva a la negociación franca y honesta. Esto sucederá cuando se baje el tono y se abandone la estridencia. ¿Está definitivamente perdida la causa boliviana de retorno al mar? Pienso que no. Pero pasará algún tiempo para que ambos gobiernos, ambas sociedades vecinas, ambos pueblos latinoamericanos, se convenzan que siempre será posible encontrar caminos de solución concertada, leal, honorable y justa.Llegará el día en que nuestros vecinos acepten la advertencia de uno de sus eminentes diplomáticos: “No nos echemos tierra a los ojos, no incurramos en la simpleza, la ilusión de creer que Bolivia a la larga se olvidará del litoral perdido. El país del altiplano continuará clamando por el mar. No es capricho suyo, es cuestión de identidad de patria, inolvidable, insoslayable, inmodificable…” (Oscar Pinochet de la Barra).Cuando se despejen los nubarrones creados por la tozudez y por la intemperancia; cuando se hayan alejado los vientos populistas de la demagogia, cuando predomine la razón sobre la fuerza, será posible, como decía nuestro recordado Walter Montenegro Soria, hacer coincidir la curva de lo deseable con la de lo posible.También habrá que superar una suerte de fatalismo, como la del canciller de Chile que afirmó en Cochabamba que, en este tema, el destino ya está escrito: nada cambiará.Ojalá que esta vez el intermezzo ya no dure décadas.